Sonia está bailando en un lugar a oscuras de la pista. Mientras se mueve y los músculos de su cuerpo se contraen o se estiran según les indique un bombo sintético o un bajo geométrico, observa otros cuerpos que la rodean, iluminados por fogonazos. No es la primera vez que se da cuenta de una cosa, lleva años sintiéndolo: hay algo en lo que podríamos llamar su “estilo” que es en realidad “un préstamo contínuo” de lo que hacen los demás.
Quiere pensar en la música pero en realidad su cabeza está en otro sitio: “¿De quién son los movimientos de las personas que imito? ¿A quiénes están citando ellas al bailar?”. Sigue hablando consigo misma: ¿esto pasa solo en la pista de baile? No, esto no pasa solo en la pista de baile. “Esto pasa al hablar, escribir, pensar, cocinar e incluso limpiar”, se dice. “Las recetas de cocina pasan de persona en persona o de generación en generación”. “O en el sexo, donde al acostarnos con alguien, nos estamos acostando también con las personas con las que esta persona se ha acostado”. Y así, tomamos prestados todos esos modos de tocar y desear. “Bailar es ser muchos otros a la vez”.
Luis machaca sus Adidas Gazelle en los clubes de Barcelona. Le gusta bailar. Es de los que lo dan todo. Siente que es algo “gozoso”. Piensa que ese placer no viene solo por su componente “festivo y social” sino por sus “extraordinarios beneficios físicos y psíquicos”. Hace falta equilibrio, esfuerzo, coordinación, expresividad, interacción y respeto por el ritmo, según lee en la obra de una neurobióloga. Antes Luis solo pensaba en bailar. Ahora que ha escrito un libro sobre ello, también se piensa a sí mismo bailando, y desde fuera imagina cómo se activan las conexiones neuronales entre su cuerpo y su cerebro. Las visualiza como flashes mientras, a su alrededor, se encienden y apagan las luces estroboscópicas.
Sonia Fernández Pan ha escrito un libro sobre el baile, se llama Edit (Caniche, 2022), y Luis Costa también, se titula Dance usted. Asuntos de baile (Anagrama, 2022). ¿Casualidad? No, es una canción poderosa que tira de ellos hacia la pista y que el dj ha pinchado justo ahora, después de una pandemia que prohibió bailar.
A estos dos, podemos sumar un tercero también de este año, Historia universal del after, de Leo Felipe (Caja Negra, dentro de su apasionante colección distópica Efectos Colaterales). El autor, dj, productor de fiestas y muchas cosas más en Brasil, habla en su fragmentada novela de “fiesta política” y dice que “el placer es poder”. “Muchas noches de salir solo me enseñaron que bailar cerca de una persona desconocida durante horas, incluso sin intercambiar palabra, acaba por generar un sentimiento de confianza mutua”, escribe Felipe, en sintonía con las tesis de Fernández Pan.
“El libro de Sonia es brillante, me fascinó, es una maravilla”, dice Luis. “El libro de Luis me gusta especialmente cuando se deja aparecer a sí mismo entre todas las historias que cuenta, y el tono celebrativo y festivo de su escritura”, dice Sonia. “Ella ahonda más en ese apasionante, intenso y sudoroso lado emocional del baile. Basculando entre la biografía y el ensayo, en un texto en el que casi se pueden tocar y oler sus frases”, dice Luis. “El de él es un homenaje personal a diversas manifestaciones del baile, más allá de la música electrónica. Es un libro para leer varias veces por la cantidad de información que hace aparecer de manera aparentemente sencilla”, dice Sonia. El libro de Luis es cronológico, el libro de Sonia es un uróboro.
Sonia también ha leído el libro de Leo y piensa que añade “otra capa” al suyo y al de Luis, la de “los estados alterados que produce la fiesta, pero también la teoría y la filosofía”. Le parece “significativo y confortante” que “los tres están escritos en primera persona que baila, a diferencia de tantas historias oficiales de la música de baile que prescinden del baile”.
“Me encantaría investigar cómo las coreografías en la pista de baile se ven afectadas por las transformaciones que el capitalismo moviliza —escribe Leo Felipe en una carta a su amigo Gavin—, cómo nuestros cuerpos responden a una sociedad que ya no se organiza alrededor de la disciplina, sino que la atraviesa un tipo de control mucho más sutil. Me pregunto si podría ser posible identificar esas transformaciones en un contexto específico como la pista de baile”.
Danzas paganas
Luis Costa es periodista musical, dj, responsable de prensa del club Razzmatazz, coautor de Balearic (Contra, 2020) y autor de ¡Bacalao! (Contra, 2016). Ha hecho muchas cosas pero, cuando baila, el tiempo se detiene, olvida las preocupaciones y las exigencias de la vida. Puede manipular y estirar los minutos a su antojo. Ese secreto lo revela en su último libro.
También explica cómo la danza está conectada con algo profundo y que, desde siempre, ha estado ligada a una “experiencia extática”, tanto en lo pagano como en lo sagrado. Su ensayo pasa por la mitología griega, por el ragtime de principios del siglo XX, el jazz, el swing, la invención de la discoteca, el twist, la escena mod y su northern soul,la música disco, el break dance, el techno, las raves y mil estilos más que vinieron inmediatamente después, con el cambio de siglo y hasta estos días en que se muere el 22 y se estrena el 23 seguramente desgastando las suelas contra el piso.
¿Cómo es una pista de baile hoy? Le pregunta la periodista. “No se distingue mucho de la que nos podríamos encontrar, por decir algo, en la pista del Cotton Club en los años 20 en Nueva York: un espacio ocupado por una comunidad que comparte gustos musicales y un mismo código de principios, estética, argot… Aunque una pista se puede improvisar prácticamente en cualquier lugar, su hábitat natural es el club y sus protagonistas son los clubbers”, afirma Costa.
Hola, diversidad
Sonia Fernández Pan es investigadora, comisaria de arte y creadora de podcast. Fue una de las responsables de la exposición You Got To Get In To Get Out. El continuo sonoro que nunca se acaba, realizada en La Casa Encendida de Madrid hace un año. Tras vivir en Barcelona, ahora reside en Berlín, la ciudad donde se ubica el club Berghain en una antigua central eléctrica. Cuando Ania y Sonia bailaban una sesión de techno en Barcelona, dos chicos de Fráncfort “con unos cuerpos tan ambiguos de leer” como los de Ania y Sonia, les dijeron: “You belong to Berghain!”.
¿Cómo es una pista de baile hoy? Le pregunta la periodista, que le pide que añada algo más: si pusiera sin sonido un video de un club del año 1999 y otro de 2022, ¿cuáles serían las diferencias? “Cada presente vive un momento de nostalgia muy grande por las formas culturales del pasado”, explica Fernández Pan. En la cultura de baile esto se ve no solo en la música sino también “en el tipo de cuerpos y gestos que la culturas y las escenas musicales producen”. “Viendo un documental sobre el new beat belga de los años noventa, recuerdo cómo me impresionó ver a una chica bailando cerca de un coche con un estilo muy similar al de los clubes de techno en Berlín. Creo que internet, que es un elemento que cambia tantas cosas entre 1999 y 2022, es algo que potencia la nostalgia de querer bailar el pasado que otros bailaron y de hacerlo, además, de manera parecida a ellos”, explica. Y ahí aparecen de nuevo unos cuerpos que se copian a otros, pero esta vez sin coincidir en el tiempo y el espacio.
“Para mí, una diferencia muy grande, más allá de que ahora todo parece poder convivir a la vez, como el sonido, las estéticas de las escenas, la uniformidad y las diferencias, es que la importancia de la autorrepresentación también ha entrado en el club y en la pista, haciendo que la manera de estar presente no sea como cuando empecé a bailar”, analiza. Volvemos a los dos videos en mute: “Creo que habría más colores, diversidad de movimiento, de vestuario y sonrisas generosas en las caras de 1999 que en las de 2022. También quisiera decir que las escenas y sus músicas no funcionan igual en todos los lugares o tiempos. Una misma música puede dar lugar a pistas de baile muy diferentes entre sí, dependiendo de dónde, cuándo y con quiénes suceda. Dicho todo esto, se me estaba olvidando la diferencia más palpable: que en 1999 la edad de todas las personas sería muy similar, a diferencia de ahora, donde es posible bailar con personas de edades y lugares muy diferentes. La música electrónica de baile está envejeciendo, y con ella, los cuerpos que la han hecho posible”.
Qué se baila
Una pista de baile es una estructura, pero también es un crisol para una cultura. Se puede bailar de todo en ellas y no hay un manual de instrucciones aunque sí una información que, como el ADN, va inscrita dentro de los propios ritmos y melodías que los conforman. Otra vez volviendo a ese recurso en el que vemos un video sin sonido, podríamos identificar si los cuerpos en movimiento bailan house, techno, reguetón, techstep, dubstep, EBM, IDM, D&B, y así podríamos seguir combinando letras en grupos de tres sin necesidad de explicarle al lector lo que significan porque el significado es siempre el mismo: con la imagen en silencio, podríamos identificar qué bailan los cuerpos en movimiento.
Dice Sonia que el techno no es solo música, sino “una cultura con una forma específica”, algo que quizá también podría decirse de otros estilos, pero hay algo en el techno que a ella le hace sentir más afinidad, bailando sesiones de incluso ocho horas. “Creo que el techno es muy hábil para situarnos en un presente continuo donde se pierde la sensación de un principio y un final, donde es posible entrar a bailar en cualquier momento y sentir que estábamos allí desde hace mucho tiempo. Para mí tiene que ver con la memoria anticipada, con saber algo antes de experimentarlo, con sentir un ritmo o una textura antes de que suceda”, analiza. Recordemos que “You belong to Berghain!” es una frase que le dijeron a Ania y a Sonia mientras bailaban techno en un club de Barcelona hace años dos chicos alemanes, con cuerpos tan ambiguos como los de ellas en aquel ambiente.
Desde hace menos de diez años pero más de cinco, aparecen en la prensa reportajes, e incluso alguna noticia, que vaticinan el fin de las discotecas, la extinción de los bares y la condena de la noche. “Entiendo de dónde vienen”, dice Luis Costa, “pero algunos de ellos [Libremercado: ”Las discotecas, un espacio en extinción: 'Es el momento para abrir un pub de tardeo. Hay demanda'“ o ABC: ”El bar de copas ha muerto o cómo la juventud abandona la noche“] son tendenciosos y excesivos para con la realidad”. La Vanguardia, en diciembre de 2019, decía: “El acoso de las discotecas: por qué están desapareciendo en España”. “Ese es el más temperado, en un 2019 en prepandemia, aunque ya ha llovido desde entonces… Y además, ojo, que los milenials ahora ya tienen edad sobrada para entrar en las discotecas y, de hecho, así es. Está claro que la crisis y el auge del botellón como modelo de ocio para adolescentes y teenagers se ha ido instalando, pero diría que esto no ha hecho que las discotecas y bares musicales estén de capa caída, y ni mucho menos que sean espacios ‘en extinción’. ¿Dónde va si no la gente a escuchar música en condiciones y bailar?”, se pregunta.
Lo que sí parece en vías de desaparición es la cabina del pinchadiscos, un espacio protegido pero accesible. “El hecho de que muchas sesiones de música electrónica sucedan en salas de conciertos ha hecho que la presencia de un escenario se haya naturalizado como lo habitual, influyendo mucho en la jerarquía entre los dj y la pista de baile. Yo misma apenas he estado en clubes donde el dj esté a la misma altura que las personas que bailamos. Pero sí noto una diferencia muy grande cuando bailo en clubes que no han sido salas de conciertos o que han sido hechos principalmente para bailar y no tanto para ser espectador que escucha. A este respecto, no solo está la cuestión del escenario, sino también dónde están los cuartos de baño o la barra del bar. En mi experiencia, cuanto más lejos de la pista de baile, mejor y más se baila. O también la cuestión de las imágenes, con proyecciones y pantallas, que a mi personalmente no me funcionan porque creo que la música es capaz de crear suficientes imágenes, agradablemente confusas, por sí misma”, relata Sonia Fernández Pan.
“You belong to Berghain!” es una frase que les dijeron a Ania y a Sonia mientras bailaban techno en el Apolo. Se la dijeron dos chicos que se quedaron bailando con ellas toda la noche pero a los que ellas olvidaron cuando se encendieron las luces y salieron a la calle. Aunque ellas no bailaban como ellos, los cuerpos de la pareja de chicos reconocieron en los cuerpos de la pareja de las chicas la misma comunidad.