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Los Planetas regresan de forma triunfal a 1994 para celebrar 'Super 8', el disco que propulsó el 'indie' español

Tres de los componentes del grupo granadino Los Planetas, Banin (teclados y guitarra), Floren (guitarra) y J (voz y guitarra) en 2004

Nando Cruz

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Se acercan los últimos conciertos de trigésimo aniversario de Super 8’, el debut discográfico de Los Planetas. Quien no los haya visto aún en la docena de festivales donde han interpretado de principio a fin el disco que publicaron en 1994, puede hacerlo esta semana en Madrid: el miércoles y viernes en La Riviera y el jueves en Ochoymedio. Tal y como sucedió semanas atrás en la otra tanda de tres conciertos en Barcelona, las entradas se agotaron hace tiempo y el ambiente será triunfal. Super 8 no fue concebido para sonar en un escenario en el mismo orden en que se prensó, pero más allá de algún bajón puntual como Estos últimos días, soporta espléndidamente un pase íntegro. Y la tanda de bises, un grandes éxitos en toda regla, deja claro que el grupo granadino no está saliendo al escenario a especular. En esta gira solo sirve una goleada. Y es una goleada.

No tendría sentido de otra manera. Se acerca también el final de 2024, el año más extraño en la carrera del grupo granadino. Pocas bandas españolas han vivido un parón creativo con tanto rédito mediático. Por un lado, protagonizando esta exitosa gira retrospectiva. Por otro, protagonizando también Segundo premio, la película de Isaki Lacuesta escogida para representar a España en la carrera por los Oscar. Gira y película apuntan en la misma dirección, el pasado, pero lo hacen con unas intenciones diametralmente opuestas. Mientras los conciertos activan una celebración colectiva y acrítica, la cinta es una invitación a bucear en el interior de un grupo minado por las contradicciones.

De algún modo, la gira de celebración de Super 8 ha llegado en el momento preciso, pues funciona como un antídoto contra Segundo premio. “Esto no es una película sobre Los Planetas”, insiste la publicidad del largometraje, pero el mismo tráiler repesca la frase asesina que suelta el personaje de May (la bajista que abandonó el grupo) a J: “Tú eres un vampiro. Tú vas a seguir en la música solo o acompañado”. No es extraño que el cantante granadino eche pestes de la cinta. Aun así, la gira también constata esa tesis, vistas las sonadas ausencias de Eric Jiménez y Banin Fraile. Esta ha sido, pues, una gira multiusos: un bálsamo nostálgico para el público, una celebración multitudinaria para acallar Segundo premio, un chute de autoestima (y financiero) para J y Florent y, también, el recordatorio de que Super 8 es la piedra fundamental sobre la que se profesionalizó la industria musical española independiente que conocemos.

El disco del cisma 'indie'

En las críticas de Super 8 que publicó la prensa musical especializada en 1994 ya se percibía ese deseo de cambio, una sensación de que algo tenía que pasar y que tenía que pasar por Los Planetas. Víctor Lenore (entonces Víctor Malsonando) profetizaba en Rockdelux que el debut de los granadinos podía suponer “un serio shock en las constantes vitales de ese cementerio de colorines que siempre han sido nuestras listas de éxitos”. Solo habían publicado un single y ni siquiera habían ganado el influyente concurso de maquetas de la revista barcelonesa, pero no había duda: ellos eran los elegidos. Hasta la recién nacida Mondo Sonoro se postuló con visible entusiasmo a favor de Super 8: “Debería haberse llamado Super 10 en alusión a los diez temazos que componen su trabajo de debut”.

El clima de transición hacia el indie era tan inequívoco que remar en dirección contraria exigía cierta osadía. Así se expresaba José Boix desde la revista Ruta 66: “Ardua tarea esta de comentar el disco de una banda indie nacional, y más cuando se trata de un grupo que ya ha recibido todo tipo de elogios (los de la abuelita Julio Ruiz sobre todo) y además es el primero que ficha por una multinacional. Parece que si uno no elogia automáticamente a bandas como Los Planetas es que algo está ‘malsonando’ en su cabeza”. Tanto dardo y juego de palabra denota una división en la prensa de la época. No todos los grupos, y mucho menos españoles, son capaces generar este tipo de cismas en el gremio. Los Planetas ya lo eran. Y mientras Rockdelux les adjudicaba “una ambición mucho más amplia que la recreación personal de universos ajenos”, Ruta 66 advertía que “la fórmula de distorsión que aplican no es ya ninguna novedad”. 

En 1994, la mayoría de debates sobre Los Planetas giraban en torno al mimetismo y la autenticidad. Y si de algo les sirvió cantar en castellano desde el principio y virar más adelante hacia flamenco fue, precisamente, para forjar una identidad inconfundible. Por contra, la paradoja de ser emblema del indie patrio desde una multinacional suena hoy a anacronismo de los 90, pues Los Planetas han hecho prácticamente todo lo que, según los dogmas del indie, un grupo subterráneo y alternativo jamás debiera: giras con orquesta sinfónica y escala en los festivales más pijos, conciertos íntimos a dos guitarras y piano en alianza con Live Nation, fotos con jerifaltes de Caixabank para promocionar conciertos en la Alhambra al tiempo que cantan “no voy a ser ningún colaboracionista de un régimen que tiene que caer” y encuentros con entidades nivel Pedro Sánchez.

El encargado de la distorsión

No hace falta ser un lince para ubicar el impacto emocional de una gira de treinta aniversario. El factor nostalgia lo explica prácticamente todo. Más aún, tratándose de un grupo y un disco de sobra conocidos. Quien haya querido ver a Los Planetas en concierto ha podido hacerlo casi cada año. Hasta en directo han rescatado títulos de Super 8 durante estas tres décadas. Estos conciertos no desvelan un tesoro oculto ni desentierran una banda olvidada. Solo aprovechan un calendario propicio para viajar al pasado. De hecho, la gira se anuncia con el subtítulo “10 comprimidos para viajar en el tiempo”, pero aquel “tú y yo de viaje por el sol en una nueva dimensión” que proponía J en De viaje y que suena en los primeros compases de cada concierto cobra un rumbo distinto. Esa canción nos lleva “de viaje por el sol”, pero hacia una vieja dimensión. Los comprimidos Rememorex 800 de los Laboratorios Pfargue no prometen nuevas sensaciones, sino sensaciones ya vividas. Ningún problema con eso. Pero es así.

Hay un detalle llamativo en estos conciertos de celebración del trigésimo aniversario de Super 8. O, por lo menos, lo hubo en el segundo concierto barcelonés. El cuarteto salió a escena bajo un mar de distorsión. La distorsión era y es la seña de identidad de los granadinos. Sin embargo, y a diferencia de tantos músicos indies de los 90 que manipulaban cuerdas, pedales y monitores en busca de acoples eléctricos antes de atacar la primera canción, esta vez había un encargado de activar ese magma de ruido turbio: su técnico de escenario. Un detalle sutil, pero también significativo para ilustrar la percepción que tienen Los Planetas de sí mismos y de su relación con el negocio musical y el ruido. J, Florent y compañía salieron al escenario como auténticos profesionales del noise.

El comentario más extendido sobre los recientes conciertos de Los Planetas es, precisamente, que pocas veces han sonado tan profesionales. OK. Pero si esto es lo mejor que se puede decir de un grupo con tres décadas de recorrido, será que poco se puede decir. Que es una empresa solvente, sin duda. Y mejor así, claro. Tampoco se pueden extraer muchas más conclusiones de una gira retrospectiva. Estos más que disfrutables conciertos han sido una elipsis en la carrera de Los Planetas. Pero lo importante empieza ahora. Y desde que en 2005, tras el abatido Los Planetas contra la ley de la gravedad, J diese un volantazo estilístico que desembocaría en su etapa de psicodelia flamenca, los granadinos no afrontaban un momento tan crucial.

La pregunta de siempre

La gira de Super 8 ha llegado como agua de mayo para Los Planetas. J y compañía necesitaban comprobar si todavía podían movilizar al público. En Granada, Madrid y Barcelona (las únicas ciudades en las que han tocado por su cuenta y riesgo, fuera del marco de festivales o ciclos) han convocado muchísima más gente de la que se les acercaba cuando salió el primer disco. Más, incluso, de la que han atraído por sí solos en las últimas dos décadas. Es lo que tiene transformar los conciertos en acontecimientos. Pero aunque el grupo ya ha vivido otras etapas de semiletargo debido a proyectos paralelos (Grupo de Expertos Solynieve, Los Evangelistas, Los Pilotos, Fuerza Nueva...) y hasta un disco en solitario de J, nada ha tensado más las costuras de la banda que prescindir en estos conciertos de Eric y Banin; un asunto que deberán afrontar en cuanto acabe la gira.

Cabe suponer que una gira de trigésimo aniversario de Pop (1996) no está sobre la mesa; sería demasiado Rememorex. El próximo disco de Los Planetas, si lo hubiera, determinará si los granadinos son capaces de amasar ideas y estructura para volver a ser claramente relevantes en el presente –cosa que no ocurre desde hace varios álbumes-- o si se perpetúan como banda de autohomenaje. Y es que entre 2014 (fecha de los primeros conciertos de aniversario de Una semana en el motor de un autobús; el 15º) y 2024 (con los primeros conciertos de aniversario de Super 8), el grupo casi ha generado más ríos de tinta por sus reediciones y giras conmemorativas que por sus álbumes nuevos.

Los Planetas iniciarán 2025 con el mismo plan de vida: de viaje por 1994, esta vez entre Logroño y Pamplona. Sus últimas noticias desde el presente son Las canciones del agua (2022), disco concebido en pandemia y visiblemente desnortado por la paranoia de esos días. Jamás habían sonado tan acorralados como en El antiplanetismo, la canción que cierra el álbum. Ombliguista y anémica, lo mejor que puede decirse de ella es que a partir ahí cualquier cosa sonará a mejora. Pero con el grupo medio desmantelado y la maquinaria nostálgica ganando terreno al presente año tras año, el margen de maniobra para reflotar la nave granadina se antoja cada vez más estrecho. Treinta años después de Super 8, J vuelve a enfrentarse a la pregunta de entonces: ¿qué puedo hacer?

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