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La salvaje historia (intento de asesinato incluido) tras los éxitos noventeros de Caribe Mix o Máquina Total

Fotograma de Megamix Brutal

Clara Nuño

4 de julio de 2024 23:07 h

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Llegaron a todos los rincones del país y se acomodaron en la guantera del coche. A principios de los 90, no había quien no hubiera escuchado los remixes de Mike Platinas, lo que se vendió como un canto feminista en la voz de Rebeca, el italodisco de David Lyme o la electrónica de Toni Peret. Los Max Mix -popular saga de música dance de corta y pega- dieron el pelotazo en 1984 de la mano de la jovencísima discográfica Max Music (1983-2001), liderada por Ricardo Campoy y Miguel Degà, que lo arrasó todo. Hasta a sí misma. 

“Mi nombre es Ricardo Campoy y hace 25 años intentaron asesinarme”. El hombre de mediana edad está de pie, vestido de traje, en un parking oscuro y mira a cámara mientras pronuncia esta frase. Es el primer capítulo de Megamix Brutal, la miniserie documental de tres episodios con la que RTVE se sumerge de lleno en uno de los casos más extravagantes de la delincuencia en la industria musical española. La serie, que comienza por el final de la historia, mantiene enganchado al espectador desde el minuto uno mientras, ante sus ojos, se despliega la crónica de cómo dos amigos del alma se hicieron millonarios a base de producir música comercial, divertida y bailable como churros.

Cómo explotaron a sus músicos haciéndoles dormir en un colchón en el suelo del estudio para no perder el tiempo. Cómo se nombraron padrinos de los hijos del otro. Cómo uno decidió contratar a unos sicarios para deshacerse del otro por desavenencias comerciales. “A veces, la gente me pregunta, ¿todo vale para conseguir el éxito? Yo creo que sí. Casi todo vale”, recuerda Campoy. Tenían tanta ansia, tantas ganas de comerse el mundo, que acabaron protagonizando su propio True Crime.

Fue la noche del 3 de septiembre de 1998, a las puertas de un aparcamiento. La pareja había roto. Campoy abandonó a Degá y montó su propio sello: Vale Music. Además, fichó a dos antiguos colaboradores de su ahora exsocio; el pinchadiscos Josep María Castells y Santiago Rusiñol, exgerente de Max Music. Así, se convirtieron en el principal competidor del otro. Alta traición. A ojos de Degá sólo había una forma de deshacer el agravio: matando a quien un día había sido su mejor amigo.

Sin embargo, lo que debía ser un secuestro básico -encargado a unos sicarios mexicanos- salió regular. Y el crimen tornó en esperpento. Los matones, que no estaban familiarizados con la apariencia del empresario, raptaron al sujeto que no era. Josep María Castells tuvo la mala suerte de tener el mismo modelo de coche que su jefe. El disyóquey, entonces, recibió una paliza que no llevaba su apellido. Lo pegaron, ataron y amordazaron para después abandonarlo en el entorno del pantano de La Baells (Barcelona). No sin antes desvalijarlo, claro.

Un error de cálculo, una chapuza, fue lo que posibilitó que, hoy, Campoy pueda contar su historia.

En primera persona

El documental, dirigido por Rafa de los Arcos y producido por Jordi Évole, se vertebra en torno a los recuerdos de Campoy, que se vacía y muestra su versión de los hechos buscando, quizá, la redención frente al espectador. “Fue un encargo, yo apenas conocía lo ocurrido con Max Music y, claro, leí todo lo que había escrito sobre el tema y flipé”, cuenta de Los Arcos en conversación con elDiario.es, “mi aproximación ha ido más por el lado de la curiosidad que por el de la nostalgia porque me cogió en la infancia, yo los MaxMix puros y duros apenas los recuerdo, me pilló más el lado de la electrónica”, explica.

De los Arcos relata que lo primero que hizo fue tratar de llevar la historia que tenía que contar a su terreno. “Traté de conocer de manera personal a todos los actores involucrados y, también, buscar el pulso de lo que aún hoy queda de todo aquello”, continúa. Para él, ha sido “muy interesante” ver dónde están cada uno de ellos en 2024. “A algunos de los DJ’s entrevistados los he conocido en Ibiza, en estas fiestas ‘remember’ que hay ahora del rollo de ‘Yo fui a EGB’ . Ahí te das cuenta de que, para muchos, todavía sigue vigente lo que fue aquello. Se alimentan de la nostalgia, sí, pero están vivos todavía”, relata el director.

Así, entre los trabajos destacables de aquellas interminables sagas de Megamixes -que llegaron a tener 11 volúmenes con el mismo título- destacan los Máquina Total, el Caribe Mix con mezcolanza de ritmos veraniegos, el tema Duro de pelar de Rebeca, el archiconocido Así me gusta a mí de Chimo Bayo, el Let’s go to Sitges de David Lyme (también conocido como Jordi Cubino) o la versión troceada de I Should be so Lucky de Kylie Minogue. Ellos fueron los responsables de toda la música que inundaba, en aquella época, las discotecas a lo largo de todo el territorio nacional.

En cuanto a su relación con Campoy y la preparación del personaje, de Los Arcos tenía claro que quería jugar con la puesta en escena y el exmagnate musical se prestó a ello interpretando durante el filme algunos momentos de su pasado. “Ha sido complicado en ocasiones, claro, sobre todo al contraponer versiones, pero se nota cuando alguien quiere que los demás conozcan lo que pasó desde sus propias palabras”, continúa, “yo creo que él, al final, despierta cierta simpatía por cómo se expone, cómo acepta y reconoce lo que hizo mal. Al público nos gusta ese tipo de arco de personaje”, completa.

‘Max Music’ versus ‘Blanco y Negro’

Lo complicado viene, claro, cuando se entrevista a la competencia. Cuando se contrapone la historia con el enemigo número uno. En este caso, la discográfica Blanco y Negro, principal competidor de Max Music. 

Cuenta De los Arcos que Campoy en su momento le dijo que “se llevaban bien”, que había pasado mucho tiempo, que incluso de vez en cuando se toman algún café. Habla, por supuesto, de Felix Buget, cabeza visible de Blanco y Negro. “Luego llegas, comienzas a charlar, y te das cuenta de que la relación es mucho más tensa de lo que te habían dicho”, comenta de Los Arcos entre risas.

Ambas discográficas hicieron “cosas absolutamente cutres y demenciales” en una competencia brutal para quitarse unas miles de copias la una a la otra, para destronarse. Hacerse daño. Un hecho señalado y declarado, a veces entre risas y a veces con vergüenza, por todos los participantes del documental. Todos menos uno, Felix Buget, cabeza visible de Blanco y Negro, que, con frialdad, mantiene la distancia con el relato a lo largo de su entrevista, asegurando no recordar muchas de las tropelías confesadas por el resto. “Es legítimo, él todavía sigue en activo. Campoy está más de vuelta de todo y cada uno lo vivió de manera muy distinta”, opina de Los Arcos.

En cuanto a la dificultad para reunir a toda la plantilla de nombres que desfilan ante la cámara, De los Arcos señala que, en general, lo tuvo bastante fácil. “Fue bonito porque nos encontramos con gente muy ilusionada, gente a la que hace mucho tiempo que nadie llamaba para hablar de este tema y les apetecía poder contar todo lo que supuso aquello en sus vidas”, explica.

Aunque no todos se prestaron, claro. A De los Arcos siempre le va a quedar la espinita de no haber conseguido el testimonio de Paco Pil o el “haber dejado muchas historias colindantes en el trastero”. “Todos tienen su recorrido, todos tienen mucho que contar. Tienes que pensar que vivieron una fama y, a veces, extorsión, brutal. De ahí salen grandes temas, pero había que centrar el foco”, continúa. Y ese foco era el de la leyenda negra de Miguel Degà. Alguien que podría haber llevado un prostíbulo o un casino, pero eligió una discográfica. Un Miguel Degá que no está, no aparece, pero cuya sombra planea sobre el recuerdo de todos los presentes más de dos décadas después. 

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