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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Sam Smith ilumina el Mad Cool con un vendaval de libertad en tiempos de censura

“Libertad, amor y diversión” fue el tridente que Sam Smith advirtió que protagonizaría su concierto en el segundo día de Mad Cool; y podría haber añadido perfectamente sexualidad y humildad. El británico –cabeza de cartel de la jornada pese a tocar a unas todavía calurosísimas y soleadas 20:00–, fue un regalo de calidad y matices vocales, mantuvo la sonrisa de las que contagian bocas y miradas de principio a fin; y aterrizó con una propuesta que hubiera molestado, seguro, a los líderes de PP y Vox que se han dedicado a cancelar espectáculos culturales en España durante las dos últimas semanas.

El artista reventó lo normativo desde que entró en escena vestido con camisa blanca, pantalón de traje y corpiño dorados; hasta que culminó su show en botas altas, medias de rejilla, pecho descubierto, casco con cuernos rojos y un tridente. Entre medias también portó un velo blanco sobre el que colocó una corona de espinas para parar el tiempo con la balada que da título a su último álbum, Gloria. Todo ello en un segundo día de Mad Cool que congregó a más 67.000 asistentes.

En su actuación hubo reivindicación de la sexualidad con beso lésbico incluido y un momento de destape en el que Smith, rodeado de su cuerpo de baile, se quitó la camiseta en el clímax de una propuesta que habría lucido todavía más si hubiera sucedido bajo el embrujo de la luna y no del sol que todavía dejaba su impronta en forma de sudor y muchos ojos achinados. Valorado sea de paso que, minutos antes, desde las 19:00, el grupo Puscifer se pasara medio show vestidos en traje de pantalón y manga larga negros; sin bajar ni decibelios ni energía interpretando temas como Bread and Circus, Personal Prometheus y Horizons.

“¡Es increíble! ¡Hace muchísimo calor! ¡Voy a arder! Me voy a poner muy moreno... O muy quemado!”, compartió el británico riendo, tomándose con humor las circunstancias. Para entonces ya había entonado hits como Stay With Me, I'm Not The Only One y Like I Can y, siendo el espíritu que mantuvo durante la hora y media que duró su maravilloso recital, se mostró tanto o más feliz que el público por poder estar ahí, compartiendo su música y oda al amor propio, al amor compartido, a la libertad.

El cantante no dejó clásico en el tintero, conquistando con Too Good At Goodbyes, antes de dar paso a títulos más recientes como el I'm Not Perfect que entona junto a Jessie Reyez. Aquí cantó acompañado de su trío de coristas a las que alabó durante el show, pidiendo detener en más de una ocasión el concierto solo para que se llevaran el aplauso del calibre que realmente merecían.

“Cuando hace dos años estaba haciendo el álbum y soñaba con estar de vuelta en los escenarios, me prometí que si volvía a hacerlo, me aseguraría de celebrar y cantar con mis amigos, porque les echaba mucho de menos”, explicó antes de pedir “mucho ruido” al ejército de fans entregados congregados en el Mad Cool este viernes. También confesó que How Do You Sleep? es una de sus canciones favoritas y que Dancing With A Stranger una de las que más le han ayudado.

Aunque con el incipiente y tímido atardecer la temperatura empezó a bajar, la dinámica del concierto obligó a que, desde la pista, todo se sintiera cada vez más caliente. Entraron más bailarines en escena y temas como Gimme provocaron que, independientemente de la luz que hubiera, la sensación era estar dentro de una discoteca a esas horas en las que todo el mundo está más desinhibido y poseído por el poder de la noche. I'm Not Here to Make Friends, que empezó cantando con el enorme rosa que lució en su videoclip, acogió un dance break que terminó de marcar el antes y el después.

Tras la canción, Smith volvió a cambiarse de ropa para ponerse unos vaqueros con parches con corazones, camiseta blanca y chaqueta rosa. En la puesta en escena seguía primando la sexualidad, en una celebración del cuerpo –de todos los cuerpos–, que culminó con el británico quitándose la camiseta –sí, lo mismo que hizo la cantante Rocío Saiz en Murcia, solo que sin un policía que decidiera por cuenta propia obligarle a que se cubriera–. La euforia ya estaba desatada.

Después de este punto liberador, orgásmico y bello Smith dedicó unos segundos para regresar por todo lo alto con el velo blanco y la corona. Dos prendas que también terminó quitándose para dar paso a lo que definió como su “cabaret gay” al que invitó a todo el público, sin excepción, sin filtro, sin juzgar, sin exigencias patriarcales, reventando cánones, permitiéndose y permitiendo en un ambiente de, como había prometido, libertad, amor y diversión. “Esperamos veros de nuevo”, pronunció antes de poner el broche de oro con Unholy. Impresionante.

Mantener el listón de Smith se convirtió intrínsecamente en un desafío, sobre todo porque hacía falta bajar las revoluciones en una jornada en la que tocaron otros nombres como Tash Sultana, Delaporte, Kaleo, Rüfüs du Sol, The Blessed Madonna y Jacob Collider. El músico británico fue precisamente el mejor antídoto de su compatriota inmediatamente después, en el escenario Region of Madrid.

Collider gozó a lo grande generando un clima de muy buen rollo, muy tranquilo y con mucho protagonismo de las partes instrumentales de sus canciones. Su objetivo era pasarlo bien, y lo logró interpretando canciones propias como Never Gonna Be Alone; y versiones de clásicos mezclados con electrónica como Can't Help Falling in Love de Elvis y Somebody to Love de Queen.

El éxtasis folk de Mumford & Sons

Si el día anterior los organizadores parecían apostar por el regreso a los grupos que formaban todas las bandas sonoras de los clásicos adolescentes de finales de los 90 y comienzo de los 2000; en la segunda jornada la apuesta fue traer a quienes marcaron las preferencias festivaleras del siglo XXI, especialmente desde 2010. Solo así se puede entender que coincidieran como cabezas de cartel dos grupos como Mumford & Sons y The Black Keys, condenados a enfrentarse y medirse en su historia.

La pelea por quien se llevaba el horario estelar (el mismo que tuvo Robbie Williams el viernes) se decantó del lado de Marcus Mumford y sus colegas, y es imposible no pensar en los Grammy de 2013, cuando ambos grupos llegaron como grandes favoritos del año tras reventar con los dos discos que les consagraron como dos de las bandas más grandes e importantes del momento. Mumford & Sons llegaban con su segundo álbum, Babel; y The Black Keys con El camino, que gracias a Lonely Boy les había convertido, muchos años después de su debut, en el éxito que merecían ser. Mientras que los de Ohio ganaron en las categorías especializadas de rock, Mumford se llevaba el premio gordo de la noche, el de Mejor álbum del año.

Lo mejor que se puede decir de ambas es que siguen cumpliendo con lo que se espera de ellas: que 10 años después siguen siendo apuestas seguras en los festivales y que hacen disfrutar a todo el que les ve. En el escenario 1 del Mad Cool el éxtasis se vivió con Mumford & Sons que tiene una setlist mucho más agradecida gracias a su folk lleno de energía y emoción. La banda debía tocar en el festival en “el año en que todo se fue a la mierda”, o sea 2020, como recordó su cantante, un Marcus Mumford que siempre aparece en escena con su aura de yerno perfecto.

Ellos han sobrevivido a la pandemia, a un amago de de separación con álbum (fallido en solitario de su líder) y a la salida forzosa de uno de sus miembros, Winston Marshall, cuyo apoyo a un autor cercano a la extrema derecha y su recomendación de un libro contra el antifascismo le hizo abandonar el grupo, supuestamente de forma temporal, por la puerta de atrás. Han podido con todo y siguen llenando como pocos y sonando como casi ninguno. Sus solos de banjo, y los de bajo a cargo de Ted Dwayne son tan característicos que solo unos acordes hacen temblar a sus fans.

Su setlist es infalible y acude a las canciones que no fallan, comenzando con Babel y Little Lion Man, dos de sus temas más populares. Ahí ya tenían a las casi 70.000 almas del Mad Cool en el bolsillo, y si a eso le sumas un chapurreo en español y unos fuegos artificiales, todo está en su sitio.

Su concierto tuvo todos los clichés festivaleros, fuegos y confetis incluidos, pero su sonido hizo que se creara una especie de éxtasis colectivo que explotó con sus hits, sobre todo The Cave y ese I Will Wait que es imposible que no convierta todo en una fiesta folk de buen rollo. Ahora bien, para los amantes del grupo nada comparado con los momentos de belleza que se logran en temas mucho más íntimos y pequeños como Below My Feet y Lovers Of The Light, que encadenan en el escenario. Mención aparte el catetismo de todos aquellos que en 2023 siguen abucheando cuando se menciona a Barcelona en un concierto en Madrid.

Tras el subidón de Mumford, los Black Keys volvieron a sentir sombras de 2012, pero como demostraron una vez más Los Simpson, a nadie le importa un Grammy, y menos a la banda de Ohio, que volvió a dar una muestra de saber estar desde sus primeras canciones y haciendo aparecer pronto en su concierto uno de sus temas más conocidas, Gold On The Ceiling.

Eso sí, el Mad Cool les dio el honor de cerrar con su Lonely Boy, sin duda su tema más cantado y uno de los más imitados y escuchados del rock de las dos últimas décadas. La apuesta por el rock fiable y de calidad del Mad Cool estuvo también horas antes en el mismo escenario, que fue donde un par de horas antes estuvieron Queens Of The Stone Age, dejando claro que siguen siendo una institución, unos clásicos que nunca pasan de moda y que siguen arrasando pase lo que pase.