La extraordinaria resurrección de Sathima Bea Benjamin, la otra Reina de África
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Los discos de Bea Benjamin estaban perdidos entre pilas de libros y revistas. Nunca había tenido éxito, a pesar de una larga carrera profesional en Europa, Estados Unidos y su pais natal, Sudáfrica, tristemente recordado por su larga historia de racismo y discriminación. Lars Rasmussen trabaja en una librería de viejo en el centro de Copenhagen. Es un apasionado del jazz y conoce muy bien lo importante que ha sido en Sudáfrica la música negra norteamericana para la población discriminada, tanto como medio de expresión como de toma de conciencia. Algunos de los grandes nombres de la música de aquel país provienen del jazz: Hugh Masekela, Letta Mbulu, incluso Miriam Makeba y Dorothy Masuka dieron sus primeros pasos en el jazz, aunque se hicieron famosas con músicas más enraizadas y puramente africanas.
Especialista del jazz sudafricano, Lars publicó en el año 2000 el libro Sathima Bea Benjamin. Embracing Jazz, con participación de varios autores y dos CDs incluidos. De la noche a la mañana, el mundo se acordó de Sathima Bea Benjamin. El esfuerzo y el dinero de un amante de la música habían conseguido situar su nombre en la memoria de los aficionados y en las páginas de las enciclopedias. Esta es la historia de una cantante excelente y extraordinaria, una historia marcada por los prejuicios raciales, la militancia y el exilio. Una de las muchas injusticias del mundo de la música que, gracias a un simple aficionado, se ha convertido en uno de los milagros de la era de Internet. Por fortuna, la historia tiene final feliz y, en sus últimos años de vida, Sathima Bea Benjamin pudo disfrutar de los halagos y recompensas de una fama tardía.
“La más liberadora de las músicas”
Beatrice Bertha Benjamin había nacido en Ciudad del Cabo en 1936 y aprendió a cantar jazz escuchando la radio y viendo el cine de Hollywood. En 1959, conoció al pianista Dollar Brand (Abdullah Ibrahim), con quien contraería matrimonio. Unos años después, en 1964, Bea y Dollar tuvieron que dejar su país huyendo de las persecuciones y masacres raciales. Desde entonces, fueron fervientes luchadores contra el apartheid y militantes del Congreso Nacional Africano, el partido de los Mandela, casi desde su formación. La pareja se convirtió al islam en 1968 y Bea eligió el nombre de Sathima. En 1973 consiguieron regresar a Sudáfrica después de una vida nómada. Se divorciarían en 2011. Bajo la sombra protectora del gran Duke Ellington, Sathima y Abdullah se integraron en la escena del jazz internacional. Duke era además A&R del sello Reprise — por entonces propiedad de Frank Sinatra — y se apresuró a fichar al matrimonio.
El LP Duke Ellington Presents The Dollar Brand Trio se publicó en 1964, pero los masters del que Bea grabó se quedaron acumulando polvo en las estanterías hasta 1996. Louis Armstrong había demostrado desde finales de los años 20 que la voz humana era un instrumento jazzístico que podía permitirse el mismo protagonismo que los demás. Grandes cantantes como Billie Holiday, Anita O’Day, Sarah Vaugahn, Ella Fitzgerald, Peggy Lee o Dinah Washington dominaron el jazz vocal, lo auparon y lo convirtieron en un género que, salvo excepciones, es todavía patrimonio de mujeres.
Sathima consideraba el jazz “la más liberadora de las músicas”, pero era raro leer su nombre en las carteleras. Menos aún en Sudáfrica, donde no era considerada suficientemente negra para el jazz. La voz de Sathima era grave, profunda y flexible, muy africana pero muy jazzística. Su fraseo y su capacidad de improvisación eran sobrenaturales y decididamente personales. Como su marido, se relacionó con los grandes del jazz, Coltrane, Thelonious Monk, Dexter Gordon etc. y, por supuesto, tomó parte regularmente en las grabaciones de Ibrahim. Llegó a cantar con la orquesta de Ellington en Newport (1965), y fue nominada para un Grammy en 1982. En algún momento de su larga carrera, investigó los ritmos de la música popular de los barrios segregados de Ciudad del Cabo.
Demasiado blanca para el jazz
Pero Sathima tenía en su ADN un inusual cóctel de sangres y herencias. Hija y nieta de filipinos y mauritanos, su sangre africana procedía por vía paterna de los esclavos liberados en la Isla de Santa Elena. Su físico era elegante y exótico pero su piel era demasiado clara y Sathima no tuvo una vida profesional fácil. Constantemente tuvo que luchar por vencer prejuicios y conseguir trabajo. Tuvo que esperar a cumplir 40 años para publicar su primer disco: African Songbird (The Sun, 1976). Acuciada por la necesidad, fundó su propio sello independiente, Ekapa Music, y se convirtió en mánager y directora de su propia carrera y la de su marido. Pero el tiempo había hecho su labor en favor de aquella infatigable trabajadora de la música y la justicia.
En 2004, Sathima recibió de manos del presidente Thabo Mbeki una de las máximas condecoraciones sudafricanas, tanto por sus contribuciones artísticas como por su participación en la lucha contra el apartheid. El escritor y cineasta sudafricano Peter Makurube comenzó a grabar una serie de entrevistas con Sathima para dar a conocer su interesante e injustamente olvidada trayectoria. En 2011, publicó un libro autobiográfico en colaboracion con una etnomusicologa: Musical Echoes: South African Women Thinking in Jazz. En el nuevo siglo, sus discos eran alabados como obras maestras y reeditados para que pudiera disfrutarlos quien quisiera. Y solo porque un librero de viejo aficionado a la buena música decidió que había que hacer justicia con aquella cantante excepcional.
Sathima falleció en agosto de 2013, diez días después de su última aparición pública para recibir otro premio.