Salieron diez minutos antes de tiempo. Si estabas en una de las interminables colas del baño del Calderón, se siente. Pero el cielo de Madrid no podía esperar. A Axl Rose le precede una historia de retrasos, desplantes e informalidad. Y en la gira “Not in this lifetime” los Guns n' Roses vienen a demostrar que han cambiado. Que se han convertido en unos funcionarios del rock. La intempestiva salida abortó, eso sí, la profanación del templo. Nadie había reparado que no era el día ni la hora más apropiadas para que en el Vicente Calderón sonara el habitual “We Are the Champions”. Rose desagravió al público rojiblanco sacando fugazmente una bufanda de la peña de Heavy Metal del Atleti ya muy avanzado el concierto. Este fue prácticamente el único guiño de la banda al público de Madrid en toda la noche.
Es difícil poner pegas a un concierto cuando en la época de lo instantáneo, un grupo de artistas por encima del medio siglo se emplea a fondo durante dos horas y cincuenta minutos sobre el escenario. Fue una actuación extremadamente correcta ausente de emoción. La guitarra de Slash colmó las expectativas de los 50.000 asistentes que llenaban el estadio. Un público añoso que mayoritariamente había estudiado en la EGB, tan políticamente correcto como la actuación.
La característica voz de Axl Rose resistió en buena parte del concierto aunque en alguno de los himnos de la banda, como “U Could Be Mine”, se ahogara de forma intermitente. El secreto para preservar la voz fue la ausencia de carreras sobre el escenario. Rose reservó un veloz trote para la traca final de “Paradise City” y el resultado dejó claro que el alarde no dejaba espacio para ningún bis.
El bajista Duff McKagan dio una clase de cómo envejecer con dignidad. En muchas ocasiones salvó el nivel del concierto, simulando además un grado más de complicidad con el resto de los integrantes de la banda. Rose y Slash apenas se cruzaron en el escenario y solo en una ocasión hicieron amago de estar viviendo en el mismo planeta. No se puede negar el mérito a que esta ausencia de complicidad empaste así de bien, pero explica en buena parte el resultado profesional pero frío de todo el concierto.
Los momentos más intensos y con atisbo de corazón los marcaron los tributos al rock y el velado homenaje a Chris Cornell y Gregg Allman, recientemente fallecidos. La versión de “Black Hole Sun” sonó potente, mostrando la fortaleza de los 'Guns' a la hora de versionar la música que les gusta. “Live and Let Die”, “Wish You Where Here” (Pink Floyd), “Knockin' on heaven's door” y hasta la mítica e inexcusable versión de El Padrino que interpreta Slash añadieron alma a la tónica de neutralidad emocional del concierto.
Tanta asepsis no decepcionó a los fans que, en realidad, llegaban preparados para lo peor y se encontraron un concierto más que digno. “Ahora ya me puedo morir tranquila”, suspiraba una fan que no pudo ver al grupo en su gira de 1993. Los que sí tuvieron la oportunidad de verlos hace dos décadas apenas verían diferencia en la producción. La sobriedad del concierto permitía usar prácticamente la misma tecnología que con la que se contaba hace 24 años. Las dos pantallas laterales dieron soporte a una realización pésima que no mejoraba nada con el montaje audiovisual que a veces rozaba lo hortera.
La demostración de fuerza de Rose vino del lado del vestuario. El número de chaquetas rockeras llegó a ser incontable. A sus 55 años Rose consigue no sudar pese a que en varias ocasiones estuvo próximo a batir el récord guinness de artilugios superpuestos. Sombrero, badana, camiseta, camisa de cuadros a la cintura, chaleco, cazadora, collares (de los de levantar pesas), y hasta un pinganillo con el logo de la banda formaban parte del conjunto con que el de Indiana desfilaba por el Calderón.
“Civil War”, “November Rain” y “Night Train” fueron algunos de los himnos con los que Rose mejor logró conectar con un público que se entregaba con más facilidad a las virguerías con la guitarra de Slash.
Una tímida traca de fuegos artificiales clausuró el concierto. Fue el único artificio en una noche largamente esperada. La moda de la austeridad también ha alcanzado a la leyenda del rock.