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Supersonic: una mirada indulgente a los egos que se cargaron Oasis

La existencia de Oasis se ha movido desde sus inicios entre la ebullición y el vivir eternamente. También entre no mirar al pasado con rabia y mantener sus rencillas de la infancia siempre jóvenes. El nuevo documental sobre la banda británica, Supersonic, resume esta esencia bipolar que todavía acompaña a sus miembros en cada entrevista u órdago por Twitter. O más bien la de su dúo más polémico: los hermanos Noel y Liam Gallagher.

La leyenda rock and roll de Oasis parece concebida para tener una cámara pegada al cogote día y noche. Desde que arrancaron en 1993, hemos asistido a través de los periódicos a cada una sus peleas, líos de camerino y coqueteos con el cristal. Las primeras planas ofrecían con lujo de detalles los desenlaces. Supimos que fueron a la cárcel después de lanzar todo el mobiliario de su habitación de hotel por la ventana en Birmingham y que provocaron la ira de los políticos en los 90 por hacer apología de las drogas. ¿Pero qué ocurría en el backstage?

La película de Matt Whitecross, conocido por el biopic Sex, Drugs y Rock&Roll, no pretende crear una rendija para fisgonear en estos escándalos. El realizador ha trabajado mano a mano con Noel Gallagher en los tres años que convirtieron a Oasis en el mayor fenómeno musical desde que los Fab Four cruzasen Abbey Road.

En este ascenso bastante uniforme, según el film, su continua presencia en el ojo del huracán se cuenta por medio de alguna anécdota gamberra. “Parece una película de Disney, no sacaron todas las imágenes que tenían”, criticaba Liam en una entrevista sobre el montaje final de Whitecross. Tampoco se puede decir que Supersonic maquille la feroz rivalidad entre los hermanos o la filosofía live fast, die young que amnistiaba a la “mejor banda del mundo”. Pero sí que revierte un poco esa imagen de niños mimados a los que les tocó un boleto ganador en la tómbola del talento.

Bicarbonato y vinagre

Bajo el mismo techo humilde de Manchester crecían dos personalidades opuestas pero con unas cualidades condenadas a entenderse. El primero era como un gato, “independiente y huraño”, que se encerraba con su guitarra y un porro a componer desde niño. El otro era el chico popular de la escuela, como “un cachorro inquieto y consentido”, que no entendió la pasión estúpida de su hermano hasta que cogió un micrófono y soltó las primeras notas vocales.

Noel y Liam Gallagher han reconocido siempre su talento de forma mutua, pero eso no ha impedido que lucharan como Caín y Abel por investirse jefazo de la banda. A veces esas fuerzas independientes están en perfecta armonía, como en los Beatles, y en otras desatan el caos absoluto, como en Oasis. El documental muestra que la fricción fraternal se remonta a su más tierna infancia, cuando la convivencia era más explosiva que mezclar bicarbonato con vinagre.

Una vez en la banda, conseguir la atención de su madre dio paso a la competición por la de los medios y los fans. Pero también quedó demostrado en esta época que encajaban musicalmente como los piñones de una cremallera. Después del éxito de Definitely Maybe, mientras que el resto de la banda veía la liga británica de fútbol y bebía cerveza en los lujosos estudios Rockfield, Noel se aislaba con la partitura y una reserva de drogas para inspirarse. Cuando salía a las pocas horas con Some Might Say o Wonderwall entre las manos, Liam necesitaba apenas un par de intentos para grabarlas de tirón.

También fue cuando el ego de la banda como conjunto se disparó gracias a las giras mundiales y a los titulares hiperbólicos de los medios. El primer afectado por las nuevas exigencias fue el batería Tony McCarroll, padre de familia y el miembro más inmune a los excesos.

La presión alcanzó su punto álgido y ni siquiera los hermanos se veían imprescindibles entre ellos. Si bien Liam sabía que Noel era uno de los compositores más capaces de su generación, le consideraba “un poco zorra”. Y aunque nadie podía cantar sus canciones como Liam, Noel decía que era “un hombre con un tenedor en un mundo de sopa”.

Dos egos, una sola madre

El documental se aleja de bustos parlantes y cuenta con la voz en off del guitarrista Bonehead, el malparado McCarroll, los dos hermanos y la madre de ambos. Es en las partes de esta última cuando descubrimos el trasfondo más humano del metraje. Se podría decir en muchos sentidos que la estrella es Peggy Gallagher, por ayudar al espectador a situar en la cruda realidad a dos niños que crecieron junto a un padre abusivo que maltrataba a su madre y a Noel.

“Mi padre me metió el talento a hostias”, cuenta el mediano de la familia en respuesta al por qué de sus tempranos inicios con la guitarra. Noel se abstraía con la música para no “asesinarlo”, literalmente. Dentro de esta franqueza sin egos de por medio también destaca una sincera estima por los detalles cotidianos. Pero ya se sabe que la línea que separa la admiración de la envidia es raquítica. “No pasa un solo día en el que no deseé llevar una parka con el estilo de ese hombre”, dice con tristeza el mayor sobre la facilidad de Liam para acaparar todas las miradas.

Pero llegados a este punto conviene destacar que el documental no es ningún drama, ni siquiera roza la fibra sensible como Amy. Al revés, es una fiesta. Tanto el montaje como las imágenes inéditas están pensadas para el disfrute del público. Un homenaje nostálgico a los ídolos de masas de antes, cuando Internet no había acabado con la espontaneidad.

Supersonic es un recorrido breve pero intenso hasta el festival Knebworth, el evento estrella del reinado de Oasis. Uno de los últimos conciertos en los que el grupo disfrutó de dos horas sin números de escapismo ni riñas públicas. La demostración de que, al menos para medio millón de personas, fueron en efecto la “banda más grande del jodido mundo”.