“Para nosotras el techno nunca se ha ido”, argumentan Carolina Jiménez y Sonia Fernández Pan, comisarias de You Got To Get In To Get Out. El continuo sonoro que nunca se acaba, una ambiciosa exposición que ocupará desde el 7 de octubre hasta el 9 de enero de 2022, cuatro de las cinco salas expositivas de La Casa Encendida de Madrid. Aunque reconocen que el género ha contado “con momentos de mayor esplendor, presencia o decadencia”, últimamente parecen notarse pequeños y fragmentados movimientos desde el underground, como señalaba el periodista musical Nando Cruz en un tuit que apuntaba el retorno de la celebración de fiestas clandestinas donde suena este tipo de música.
Para Oriol Rosell, uno de los grandes conocedores de las músicas de choque en nuestros país, “la electrónica ya está plenamente integrada en el mainstream; ha dejado de ser una alternativa al pop-rock para ocupar el espacio comercial que aquel monopolizó en otra época”. De este modo “el techno sigue teniendo una pátina underground muy atractiva para los y las jóvenes que intentan distinguirse del resto mediante la adopción de sonidos y gestualidades distintas a las dominantes”.
Más allá del 4x4
La joven DJ residente en Sevilla seDJat ha comprobado en primera persona que “desde hace unos años se prueba a escuchar diferentes géneros y salir así de la zona de confort”. Y no es tanto por el atractivo de sumarse a la rave: “Personalmente me atrajo más la música en sí, lo veo como género un tanto ritual en el que la persona percibe la música con el entorno, pero también de manera individual”. Conocedora del funcionamiento en la pista de otros estilos al ser una de las fundadoras originales del colectivo Las Gatas Que Tiran Palante, en otros géneros como el reguetón la experiencia le resulta “más grupal, más jocosa”.
“El techno siempre ha estado ahí, más aún con la democratización de la producción musical”, añade Topanga Kiddo, quien ofrecerá uno de los conciertos del ciclo en La Casa Encendida, que propondrá también a Peder Mannerfelt, Valentino Mora, Rrose, Adriana Lopez y Grand River. Para la experimentada DJ, “el verdadero cambio generacional reside en que hemos dejado de estar compartimentados por géneros tan cerrados; la etiqueta de género ha desaparecido”. Por eso le resulta tan atractivo “el punto de partida” de esta exposición, que entiende el techno “como una peregrinación donde cada uno escoge su ruta”.
Los límites entre las diversas escenas parecen más difusos que nunca. “Si eres joven y tienes ganas de reventarlo todo”, apunta el crítico musical Daniel Relats, “el techno, sobre todo en sus variantes más ruidosas, está siendo un vehículo ideal cuando se aborda desde lo urbano”. Cita “a los madrileños Parkineos y sus remixes de gabber con trap e incluso de incunables de la rumba, o yendo lejísimos, el techno-ragga a chorrocientos BPM de Sounds of Pamoja, unos chavales de Tanzania”. Para Relats, son ejemplos perfectos de “outsiders de la cultura techno; ellos no estuvieron en las raves de los 90, pero tienen ese sonido al alcance de un clic y de ahí salen universos paralelos interesantes”.
Hay chavales de Tanzania que no estuvieron en las raves de los 90, pero tienen ese sonido al alcance de un clic
Esa traslación a pulsiones más punk que elitistas parece entroncar bien con el discurso de Tara Rodgers, quien dialoga con Sonia Fernández Pan en el libro de la exposición al respecto de su celebrado Pink Noises: Women on Electronic Music and Sound. En él definía como “muy problemático” el relato oficial que vincula la música de baile a John Cage o el futurismo italiano. Y es que, al insertar el techno en la historia de la música occidental experimental, razonan las comisarias, “extravía toda su carga de lucha política y social”, un tipo de relato que “forma parte del ethos colonialista”. Además de cierta “limpieza estratégica”, se da la paradoja de que “frecuentemente escriben de música de baile personas que no bailan ni participan del erotismo o éxtasis de la pista de baile”.
Un estilo reflexivo en una generación hiperestimulada
A ese debate también se apunta un gran conocedor de las músicas de vanguardia, Vidal Romero, quien recuerda que “el techno, como género, tiene casi cuarenta años de historia”, por lo que “los discos que se publican tienen cada vez más que ver con la nostalgia que con la innovación”. Además, “hace muchos años que no existen grandes avances tecnológicos que sustenten giros dramáticos en la manera de producir”. Defiende que “el techno nunca se ha ido”, pero lamenta que “la manera actual de consumir música sea en general contraria a un estilo que reclama profundidad en la escucha y paciencia”. Es una de las razones que pueden haber provocado que “el techno se haya refugiado de nuevo en el underground”.
Para Javier Blánquez, autor de la antología de referencia Loops donde se narra la historia de la música electrónica en el siglo XX, “el techno tal como yo lo identifico siempre va a tener un nicho”. Lo considera “un concepto todavía vigente” porque, entre otras razones, ve “improbable que una forma de expresión con tanta carga de significado acumulado con el tiempo, una idea central tan potente -la tecnología al servicio de músicas nuevas- y una estética tan definida pueda desaparecer”. Aunque apunta a un cambio cultural amplificado por el cierre forzoso de los clubs durante la pandemia: “La supresión de la música como eje central de la fiesta, como atestiguan los recientes botellones”.
Esta ausencia de la música como eje vertebrador de las relaciones parece definir una época. Las comisarias de la exposición, Jiménez y Fernández Pan, rehúyen un análisis pormenorizado sobre la cuestión porque “aunque la pandemia es global, los contextos donde suceden las escenas de baile son diferentes y las políticas pandémicas nacionales y locales también”. También ven diferentes “los motivos de celebración, resistencia o lucha contra las violencias”.
Entrar para salir, salir para entrar (de otra manera)
Aunque defienden con humor que su propuesta curatorial “pretende alejarse de cualquier posicionamiento que pudiera considerarse titánico”, el proyecto integra performances, conciertos, instalaciones, una original serie de podcasts, un libro o un ciclo de cine. La lista de artistas incluye a John Akomfrah, Sergi Botella, Lucía C. Pino, Tony Cokes, Cyprien Gaillard, Paula García-Masedo, Rubén Grilo, Ania Nowak, Michele Rizzo o Alona Rodeh, además de un taller de Frédéric Gies, una conferencia performativa y una sesión de escucha a cargo de Lou Drago y un ciclo de cine comisariado por Enrique Piñuel.
La historia oficial del techno está sobrecargada de nombres masculinos y está carente de baile, de sudor, de historias anónimas y plurales
Aseguran que esta selección “surge desde la intuición y el deseo”, priorizando “la noción de sinestesia” antes que la búsqueda de un tema concreto, y sin la menor intención de “hacer una historia del techno”. En su opinión, esta cultura “reproduce relaciones de intimidad entre desconocidos, procesos dinámicos en los que intervienen una multiplicidad de elementos”. Y eso, precisamente, no lo narran las historias oficiales del techno, “sobrecargadas de nombres masculinos y carentes de baile, de sudor, de historias anónimas y plurales”.
Al estar “las mujeres e identidades disidentes presentes en la pista de baile desde el principio”, situarse allí mismo “como lugar de enunciación política desde un relativo anonimato” se convirtió en una de las razones de ser del proyecto. Recuerdan cómo en las escenas techno y house de Detroit y Chicago se ensalzaba a ciertas figuras mientras se “invisibilizaban maravillosas voces femeninas” apartándolas de los créditos de sus maxis. Las rescatan del olvido: “Eran Kym Mazelle, Paris Grey, Martha Wash, Loleatta Holloway, Crystal Waters, Ultra Naté, Barbara Tucker o Yvonne Turner”.
Esta “condición fantasmal de las voces femeninas” inspira la performance Deep Inside de Ania Nowak, programada para el 8 de octubre. Al día siguiente otra de ellas, Bakalao, El tío Caramelo de Yandira aka Sergi Botella, recoge para las comisarias “esta dimensión oral de la Ruta, haciéndola presente a través de sus conexiones personales e intrahistorias”. La tercera performance del ciclo será HIGHER xtn., de Michele Rizzo, los días 7 y 8 de octubre.
Indagando en las genealogías negras de un estilo activista y político
Se suele asociar el techno a ciudades como Detroit o Berlín, pero aplicar perspectivas anticolonialistas rompe estereotipos sobre su origen eurocentrista. Para las comisarias, “la crítica contemporánea de las tradiciones estéticas y políticas de la música negra ha estado dominada por un enfoque simplista y fetichizante, casi mesiánico”. Visiones “conflictivas, híbridas y bastardas de las poéticas de la repetición y la multiplicación” se verán reflejadas en la exposición gracias a trabajos como The Last Angel of History, de John Akomfrah, o Mikrohaus, or the black atlantic?, de Tony Cokes. “Detroit siempre ha estado ahí, como lo está Jamaica, el sur de Estados Unidos o todo el continente africano”.
El libro del proyecto también incluye posiciones “no tanto divergentes como complementarias” sobre “la necesidad de renovar el programa político y activista del techno”, especialmente en una época en la que “no hay clubes en los que resguardarnos”. A este respecto subrayan “la dialéctica que se produce” entre los textos del escritor y periodista Matthew Collin y Frankie Decaiza Hutchinson, una de las fundadoras de Discwoman, agencia que promueve la actividad artística de mujeres y personas no binarias.
Incluso cuando se habla de los intocables del género hay al menos dos versiones de una misma historia. Para Romero, “salas como Berghain o festivales como Dekmantel tienen todavía un fuerte poder de convocatoria y un aura mítica que se cimenta con el paso del tiempo”. La perspectiva de Jiménez y Fernández Pan es distinta: “La celebridad de ciertos clubes invisibiliza ese trabajo continuo de lugares y colectivos con una escala más pequeña pero esencial y mucho más porosa”.
Sí coinciden en que la pandemia ha provocado una vuelta “al espíritu del pasado, con fiestas, legales e ilegales, diseminadas en otros espacios” que amplían el mapa sonoro. Para Romero, además, “el repliegue hacia el underground” propicia “la presencia de mujeres y de personas no binarias, tanto a nivel de producción como en las cabinas de DJ”.
Hacia una mayor validación intelectual del baile
El techno nunca ha gozado de una gran aceptación en ciertas esferas, pero en ese sentido La Casa Encendida que dirige Lucía Casani, un espacio que Jiménez y Fernández Pan sienten como el lugar “donde muchas nos hemos des-educado musicalmente”, supone una refrescante singularidad. Las comisarias no escapan al hecho de “que se haya producido cierta institucionalización del techno”, pero si existiera una cierta validación, desean “que esta siga pasando por los miembros de sus comunidades y todas las personas que hacen posibles las escenas”.
Con respaldo institucional o sin él, parece haber consenso en que el género goza de buena salud. Para David G. Balasch su fuerza nace de “una pulsación que creemos nueva pero que tiene algo de ancestral”. El DJ y periodista musical lo define como esa “sensación de tribalismo que nos invade cuando bailamos ritmos sintéticos y repetitivos rodeados de otros a un volumen atronador”, un lenguaje “difícilmente inigualable para otras músicas”. “El techno nunca se fue, así que no puede volver”, remata Blánquez, “pero aunque está, creo que ha vuelto a la catacumba del underground, de donde seguramente, algún día, volverá tan fuerte y lozano como antes”.