La trastienda ética de Vetusta Morla: “Allí por donde pasemos, que crezca la hierba”
Más allá de las canciones, del directo y de las cifras de venta, hay un valor intangible que Vetusta Morla ha cultivado con una determinación inusual: una ética del cómo relacionarse con el resto de agentes del sector musical en un negocio tan individualista y estratificado. Su ética profesional, esa actitud más colaborativa que competitiva, es conocida y respetada en el gremio. La esencia de su proyecto, dicen, “es hacer las cosas con profesionalidad, respeto, cariño y comprensión hacia todo lo que nos rodea”. La frase suena bonita, pero hueca si no se concreta más. A eso dedicamos una mañana: a concretarla con el guitarrista Guille Galván, el mánager Kin Martínez y el tour manager Cyril Devaux.
Para entender cómo han llegado tan lejos, lo mejor es empezar desde el principio. “Hay una frase que nos repetíamos, casi como una utopía”, recuerda Galván echando la vista atrás a los inicios del grupo. “Sería fantástico, decíamos por 2005 más o menos, poder trabajar haciendo música como lo hacen los trabajadores de otros sectores. Organizarnos para tener un sueldo al mes que te permita hacer un disco, luego una gira y volver a empezar el ciclo las veces que puedas. La verdad es que mirando para atrás, me siento casi más orgulloso de haber logrado eso que de tocar en estadios”, asegura días antes de consumar el concierto más descomunal de su carrera en el Wanda Metropolitano de Madrid. “La idea era tener un sueldo, más allá de si hacíamos más o menos conciertos al año”, insiste. Su punto de partida era de obreros de la música.
Durante años, los seis Vetusta Morla compaginaron sus trabajos particulares con la participación en el grupo. Todo el dinero que generaba la banda se guardaba en un bote común para destinarlo a futuros proyectos. Se ha dicho que el grupo funcionaba como una cooperativa, pero en realidad nunca se constituyeron legalmente como tal. “Esa era nuestra idea, pero la gestoría nos recomendó registrarnos como Sociedad Civil Particular”, aclara; una SCP que con el crecimiento del proyecto se transformó en Sociedad Limitada. Lo que tampoco hicieron durante años fue firmar contratos con nadie. “Tardamos diez años en sacar nuestro primer disco porque ninguna de las ofertas que nos hacían tenían nada que ver no solo con lo que nos había costado sino con lo que humanamente pensábamos que había que poner al desarrollo de esto”, relata.
Alumnos de Muchachito Bombo Infierno
En 2007 constituyeron su propia discográfica y un año después lanzaron su primer disco, Un día en el mundo. No tenían ni mánager. Contra lo que pueda parecer, el impulso para funcionar de forma tan autónoma no les llegó de un grupo de la escena indie canónica. “David Indio, nuestro batería, tuvo muchas conversaciones con Jairo, de Muchachito Bombo Infierno. Ellos tenían un funcionamiento muy autogestionario. Intentamos replicar su modelo”, reconoce Galván. “Antes, cualquier persona que empezaba con veintipocos años funcionaba por prueba y error, preguntando a gente que tuviera buena voluntad para explicarte qué hacer antes de que te pusieran un contrato delante”, resume. Preguntando, en este caso, al ingeniero que grabó una de sus maquetas, Ángel Luján, les recomendó un mánager gallego que podía ajustarse a su manera de funcionar.
Parece una chorrada, pero muchos artistas van a un hotel y la 'crew' va a un hostal o a cualquier lado. Desde el inicio, siempre vamos todos al mismo hotel
Cuando Kin Martínez, mánager por aquel entonces de Deluxe, se asoció con Vetusta se encontró el primer gran marrón: el éxito y la ruina en una misma gira. “Teníamos 36 conciertos contratados, todos sold out y perdíamos cada noche 1.500 euros. Llegábamos a las salas y el volumen de la gente cantando las canciones era superior a la potencia de sonido de las salas. Eso nos obligaba a reforzar el equipo para que el sonido de Vetusta Morla estuviera por encima del del público. Y eso no es tan usual. Lo normal es tocar con lo que hay”. Ahí ya se intuía una estrategia a largo plazo, pero también una voluntad de cuidar todo lo que rodease al grupo. De algún modo, si Vetusta Morla tenía que crecer, todo a su alrededor tenía que poder crecer. Había que cuidar al prójimo.
En esa gira se subió al barco Cyril Devaux, que había sido chófer de Martirio y road manager de Son de La Frontera y La Shica. “En mitad de la gira, se empeñaron en poner conductores para las furgonetas. Para nosotros era una sorpresa. ¿Para qué necesitamos un conductor si somos seis en la furgo? Hasta entonces, conducía el que había dormido más. Con el tiempo, no solo lo hemos entendido, sino que hemos visto accidentes de compañeros”, compara Galván. El ambiente de familia, de camaradería, que Vetusta siempre reivindican y que tanto Kin como Cyril confirman que se extiende más allá del sexteto, tiene raíces muy prosaicas. “Desde el inicio, siempre vamos todos al mismo hotel. Parece una chorrada, pero muchos artistas van a un hotel y la crew va a un hostal o a cualquier lado”, concreta Galván. Y añade: “Que te digan los backliners: ‘¡nunca he comido tanto como con Vetusta!’... Es una forma muy tonta de conseguir que la gente trabaje contenta: que no tengan que gastarse el dinero de las dietas porque cenan bien y tienen tiempo para ello; no solo 15 minutos”.
Que crezca la hierba
“Kin y yo pusimos encima de la mesa hace muchos años una frase: ‘Allí por donde pasemos, que crezca la hierba’”, rememora Cyril. Es justo lo contrario que hacía Atila, el rey de los hunos: por donde pasaba él y su ejército no volvía a crecer la hierba. Pero un grupo musical no es un ejército que arrasa y somete. Un grupo ha de poder volver dos, cuatro y seis años después a las ciudades que conquistó. “Hemos visto artistas que por donde pasaban dejaban tierra quemada. A veces, cuanto más cafre eras, podías tener hasta más caché. En Vetusta esto nunca se ha producido y espero que no pase nunca”, insiste Kin. Se está refiriendo a las políticas de contratación de algunos artistas, mánagers y agencias que negocian cachés delirantes a años luz de la realidad y que dejan en la ruina a promotores locales que ya no levantan cabeza. Estupenda forma de dinamitar un circuito de música en vivo eternamente en la cuerda floja.
“Parece mentira, pero en este sector los tiempos van muy rápidos: acabas una gira y casi tienes que ponerte a pensar en la siguiente. Y depende de como acabes una, vas a empezar la otra”, teoriza Martínez. Aquí es donde entra el tema del respeto y la comprensión. “El máximo grado de respeto es cuando hay justicia. Y justicia significa cobrar, no lo que cuestas, sino lo que vales. En la política de cachés, lo primero es analizar lo que vales. Nosotros iniciamos las giras de cada disco de Vetusta arriesgando y costeándonos el espectáculo. Nos la jugamos para que el público pueda ver lo que queremos que vea y para no poner en situación de riesgo a todos los promotores y que tengan que cumplir nuestros requerimientos técnicos y escénicos. Por lo tanto, primero lo hacemos nosotros, para nuestros seguidores. Y luego hacemos una adaptación a la realidad porque si no, estamos poniendo minas, extorsionando, forzando”.
El mánager Kin Martínez y yo pusimos encima de la mesa hace muchos años una frase: ‘Allí por donde pasemos, que crezca la hierba’
“Y no queremos poner esas minas porque son las que desde chiquititos nos encontramos en los festivales tochos. Es lo que hacen muchas bandas guiris cuando vienen a tocar a los festivales”, añade Galván. Se refiere a “no poder montar nuestro show porque el show de esa otra banda, que probablemente vende menos tiques que tú, ha puesto en jaque a toda la producción del festival”. Y, también, a su política de cachés: “El caché que pedimos no lo inventamos: está calculado en base a los tiques que hemos vendido en cada ciudad”. Salir de gira como empresa, asumiendo costes y riesgos, te permite saber en qué momento de popularidad e interés estás en cada momento y, sobre todo, en cada ciudad. “En función del nivel de facturación, en Gijón valemos tanto y en Valencia, tanto. Pero restando siempre un porcentaje de depreciación porque si el año anterior has pasado por esa ciudad y ya te han visto doce mil personas, has de tenerlo en cuenta para que nadie pierda dinero”, aclara Kin.
La estrategia tiburona de sacar cuanto antes la máxima tajada es “pan para un día y hambre para los demás”, insiste el mánager gallego. “Si un promotor pierde dinero contigo, la onda expansiva de esa pérdida va a llegar muy lejos. A los promotores no les gusta hablar de sus fracasos, pero al final todo se sabe. Y es muy dramático que un inicio de gira no esté bien ajustado porque puedes hacer perder mucho dinero a muchísimos promotores. Eso, para una banda, también es terrible. Yo como promotor lo he visto: una banda que cada noche hace perder dinero al promotor, pero que en base a una popularidad, a una inversión y a un modelo 360 tiene que trabajar con un caché que permita recuperar todas las inversiones que ha hecho cada cual. Eso es quemar al artista. Y solo al artista. Porque el mánager, la agencia, el booking y la compañía se darán la vuelta y empezarán a trabajar con otro artista. ¡Incluso de la misma manera! Me cuesta mucho entender estas estrategias suicidas”, denuncia.
¿Ayuntamientos? No, gracias
Una decisión, aparentemente suicida, que tomó Vetusta Morla en cuanto las cosas empezaron a ir bien fue abandonar el circuito de conciertos de ayuntamientos; ese en el que hizo fortuna buena parte de las bandas de los años 80 y que, con el tiempo, se ha ido reconvirtiendo en el actual circuito de festivales de provincias de verano. “En esa primera gira hicimos salas pequeñas y grandes, pero también fiestas mayores. Te tocaba actuar a la una de la mañana en un concierto gratuito y delante de gente que estaba por todo menos por la música. Quisimos, en la medida de lo posible, que los conciertos fueran nuestros y para gente que pagara un tique porque quisiera vernos. No fue un veto, pero desde entonces apenas hemos hecho conciertos de ayuntamientos”, explica Galván.
Hubo una época en que tratabas la producción de un concierto con un concejal de Cultura y cuatro amigotes. Tenías que hacerles entender que si el volumen de la noria es superior al sistema de sonido, hay un problema
“Renunciamos a los conciertos gratuitos por un tema de atención a la música”, concreta Kin. “Y por la poca profesionalidad. Porque a la empresa privada se nos piden todos los requisitos y protocolos, pero cuando la administración pública organiza fiestas no hay ni un tipo de control”. “Hubo una época en que tratabas la producción de un concierto con un concejal de Cultura y cuatro amigotes”, recuerda Cyril. “Tenías que hacerles entender que si el volumen de la noria es superior al sistema de sonido, hay un problema. Y te enfrentabas a la mala educación hasta el extremo de tener que acompañar fuera del camerino al concejal de Cultura que te había contratado. Situaciones de ‘yo he pagado, yo exijo, yo quiero mi foto y aquí están mis veinte amigos y quieren la suya’”, dice. “Llegaba el concejal y casi le tenías que besar la mano ya que te había traído porque la sobrina se había empeñado en que fueras”, describe el guitarrista.
La comunidad es todo
“Cuando formamos la banda a finales de los 90, no sabíamos tocar casi ningún instrumento. Nuestro único fuerte era hacer buenas canciones y apoyarnos entre nosotros. Esto, que parece una tontería y que se queda en el local de ensayo, al final ha sido nuestra filosofía”, recapitula Galván. Todas las bandas hacen piña, claro. Tal vez la diferencia con Vetusta es que ese ‘nosotros’ es más amplio. “La música es un trabajo de equipo desde el primer minuto hasta el último. Si no acabo un concierto ante 30.000 personas agradeciendo al que monta el escenario, al que hace las luces y al que nos lleva de un sitio para otro, no me he enterado de nada. Es algo que llevábamos asumido desde críos. No era un tema de postureo. Es obvio. Lo hemos vivido así desde el principio”, afirma.
También hay grupos que entienden ese ‘nosotros’ como la escena musical a la que pertenecen: los indies, los raperos, los del folk, los del jazz... Es un imaginario de comunidad en el que Vetusta no confía. “Las uniones estéticas me dan rabia porque pueden ser el día y la noche. En cada saco estético, sea el indie o el reguetón, hay mil maneras de funcionar. Cada cual es libre para tomar el camino que quiera, pero al final lo que queda no son los singles que has sacado, sino tu manera de hacer. Las relaciones que establecemos son humanas y te sientes cerca de las personas que hacen las cosas de manera más o menos parecida a ti”, insiste Galván. “El modelo de guitarra que utilizo es lo de menos. Son estas otras cosas las que importan, las que te unen”, resume.
Hemos visto stage managers superfiables que llevaban veinte años haciendo bolos y que después de la pandemia, están trabajando con un Uber porque se han dado cuenta de que ganan más dinero conduciendo
La comunidad a la que interpela Vetusta Morla, esa a la que quiere tratar “con respeto, cariño y comprensión”, es la de la industria musical en su conjunto. Y Guille Galván está convencido de que su manera de comportarse con todos los agentes que conforman el gremio ha sido una de las claves de su éxito. Visto así, es lógico: la política de tierra quemada carboniza posibles aliados y perjudica la salud colectiva. “En la industria musical está todo absolutamente interrelacionado. ¿Qué sentido tiene que un eslabón de la cadena funcione y todos los demás, no?”, se pregunta Kin. “Eso es lo que le pasa a la industria musical española y por eso seguimos en esa precariedad que, cuando viene una crisis económica como la de 2008 o una pandemia, nos barre a todos”, explica.
“En los meses de pandemia, hablábamos mucho entre nosotros del miedo al desmantelamiento de todo ese sector de trabajadores que ya se han profesionalizado y que estaban en disposición de empezar a formar a otra gente; del miedo a que cuando se pudiera volver a hacer música, todo ese tejido se hubiera perdido. La consigna fue: hasta nueva orden, esta gente ha de tener todas las ayudas que necesite, en la medida de lo posible”, recuerda Galván. “En ese momento en que un sinfín de profesiones y roles se vieron totalmente desamparados”, confirma Devaux, “el proyecto Vetusta dio un paso al frente. Hubo que salir a flote para que la balsa no se hundiese con todos dentro”. En 2021, con la pandemia aún muy activa, el sexteto actuó en una veintena de plazas.
La consecuencia de no proteger toda la estructura de la música en vivo la han podido comprobar en primera persona semanas atrás durante sus conciertos en México. “Hemos visto stage managers superfiables que llevaban veinte años haciendo bolos y que después de la pandemia, están trabajando con un Uber porque se han dado cuenta de que ganan más dinero conduciendo”, pone Galván como ejemplo. “Y gente que es la primera vez que trabajaba en un escenario. ‘Es mi primera vez y estoy encantado’, me decía uno. Y yo: ‘Ya, pero tú tienes que estar trabajando y no flipando. ¡Pero no tienes ni idea!’”, ilustra Kin. Habrá que ver hasta qué punto el entramado profesional del circuito de la música en vivo española ha resistido la pandemia o si este verano va a abundar la mano de obra de emergencia, sin formación y, también, infrarremunerada.
Atila solo hizo una gira
Este año en el que la mayoría de bandas intenta colarse en el mayor número de festivales para recuperarse de dos años sin ingresos, Vetusta Morla ha salido a la carretera por su cuenta, asumiendo todo el riesgo para presentar Cable a tierra. En 2022 Vetusta Morla es cualquier cosa menos un grupo frágil, pero no por ello ha dejado de tener una conciencia de pertenencia a un colectivo. Esta semana asaltan el Wanda Metropolitano de Madrid, sí. Pero la trayectoria de un grupo no solo se construye a base de horizontes ambiciosos. “No todo tiene que ver con lo que tienes por delante, sino también con lo que dejas atrás”, apunta Guille. “En una carrera media o larga es importante tener siempre la posibilidad de dar un pasito para atrás. Es como cuando escalas y te dicen que tienes que tener siempre tres puntos de apoyo por si acaso. Por mucho que hayas avanzado, tienes que asegurarte de poder estar cómodo dos pasos atrás”, dice.
Atila nunca pudo dar dos pasos atrás. Cuando miraba atrás nunca había nada. Atila y los hunos nunca pudieron anunciar una segunda gira.
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