Cuando llegó a la Argentina en el año 1942, lo primero que hizo fue dirigirse al hotel más exclusivo de la capital, el Hotel Plaza. Allí preguntó si había alguna reserva a nombre de Miguel de Molina, un nadie en aquel país extraño. Su respuesta ante la negativa del personal fue decir: “Yo soy Miguel de Molina” y pidió una habitación, que se preparara un vino español y se convocase a todos los periódicos.
Después, agarró el listín telefónico y buscó los nombres de familias que usaran doble apellido. En aquel entonces este era marca de descendencia europea en la alta sociedad argentina, y él aprovechó para autoenviarse flores bajo la reputación de aquellos desconocidos. Cuando los ramos comenzaron a agolparse en la suite, se disculpó ante el botones. “Me encantan las flores, pero es que soy alérgico. Mejor déjenlas fuera”.
Para cuando llegó la prensa, la escalinata del vestíbulo estaba completamente engalanada y todo el mundo se preguntaba quién era ese tal Miguel de Molina. A las dos semanas estrenaba el primero de muchos espectáculos en el corazón de Buenos Aires.
El día que arribó a la Argentina y se presentó en el Plaza, él contaba que en su bolsillo no llevaba más de dos duros que arrojó al río de la Plata. Pero el Alejandro Salade de 13 años tardaría mucho tiempo en conocer esta y otras muchas historias. Para él, Miguel de Molina (Málaga, 1908 - Buenos Aires, 1993) era el tío de su madre, un hombre mayor, estrafalario, barroco, a cuya casa iba a merendar de vez en cuando pensando que, después, cuando él y sus hermanos se marchasen, celebraría una fiesta con más invitados porque siempre preparaba mucha comida, demasiada. Mesas repletas de bandejas con dulces. Se les hacía imposible pensar que todo aquello fuera solo para ellos.
“Tardé años en darme cuenta de que mi tío era mucho más que un tipo estrafalario con una casa llena de cachivaches que encandilaban a cualquier chaval”, cuenta Salade desde el presente, en septiembre de 2024, sentado en la cafetería de la Casa Velázquez de Madrid tras las bambalinas de una exposición que, en ese momento, está casi a punto y se estrenará días después. Embrujo. Los mundos de Miguel de Molina. Una muestra en la que él, como director de la fundación Miguel de Molina, pretende hacer una relectura más compleja y actual del trabajo creativo del artista malagueño, recordando que fue perseguido por el franquismo por ‘maricón“ a pesar de su fama y que fue además pionero en el mundo de la moda y las artes escénicas.
A Salade le acompañan a la mesa tres mujeres de tres generaciones distintas; Stéphanie Demange, Laurie-Anne Laget y Begoña Riesgo. Tres estudiosas que se dejaron fascinar por la figura de un hombre cuya vida había quedado reducida a una pequeña parte: la de cantor de copla.
Cuando alguien piensa en Miguel de Molina le viene a la cabeza El amor brujo de Manuel de Falla, Ojos verdes o La bien pagá. Cuando alguien lo recuerda en España, la imagen que ha quedado grabada en el inconsciente colectivo es la del primer intérprete de un género musical hasta entonces reservado a las mujeres. Un género que tras la Guerra Civil y durante varias décadas se asoció como banda sonora del franquismo al ser âcasiâ la principal expresión musical permitida durante la dictadura.
No se piensa en un intelectual, un escritor, un diarista, un poeta, un compositor, un escenógrafo, un coreógrafo, un genio de la moda o un cronista de una época a través del minucioso escrutinio y archivo de su propia vida. Y, sin embargo, lo fue. Tal y como aseguran los comisarios de la muestra.
La paliza y el primer exilio
Hace hoy casi un siglo, en 1934, el año en el que Miguel de Molina triunfaba como bailarín en una representación de El amor brujo junto a Antonia Mercé La Argentina, Federico García Lorca también estrenaba Yerma en ese mismo escenario, protagonizada por Margarita Xirgu.
“Se conocieron y se admiraron. Yo creo que Miguel estuvo enamorado de Lorca durante toda su vida. No platónicamente, sino de verdad. Pero claro, no les dio tiempo. Más allá de eso, de su vida amorosa no se conoce demasiado. Hay un par de nombres en sus diarios, pero poco más. No tuvo mucha suerte en ese aspecto”, explica Laget a este periódico durante un paseo de casi dos horas por las estancias que alojan la exposición.
A uno le cortaron el genio muy pronto. El otro tuvo que abandonar su patria. “Había muchas maneras de matar a alguien en esa época, una de ellas era no dejándole trabajar. Le prohibieron actuar y ver a su familia durante nueve meses. Lo condenaron a morir de hambre”, continúa la comisaria.
Luego está, claro, la paliza que le dieron a la salida de una de sus actuaciones en el madrileño Teatro Pavón. Ahí es cuando hizo las maletas para no volver más. Tan solo en una ocasión, en 1957, para arreglar unos papeles a la muerte de su madre.
Entre México y Argentina
Una vez asentado en Buenos Aires, tras un año de éxito deslumbrante, tuvo que hacer las maletas de nuevo. “Lo obligaron a salir del país por un decreto por orden del Gobierno español”, explica Salade. Entonces, en Argentina estaba el Gobierno militar de Pedro Pablo Ramírez, dictador que se mantuvo en el poder durante un año, entre 1943 y 1944.
“Fue un duro golpe para él”, recuerda el sobrino, “entonces decidió marchar a México donde se quedó muy poquito tiempo. Allí le volvió a ocurrir lo mismo, deslumbró a los mexicanos. Siempre supo relacionarse con lo más selecto, tanto en España como en México y Argentina”, apunta Salade, quien señala que es “fascinante” cómo allá donde iba se convertía en una estrella de rock “de la noche a la mañana”. “Entonces no lo llamaríamos así, claro, pero él fue un maestro del marketing. Controlaba absolutamente todo para llamar la atención”, explica.
Cuando Miguel de Molina desembarca en México, lo hace contratado en una sala emblemática de la capital: El Patio. Allí, tras las primeras funciones, uno de los empresarios más acaudalados de México D.F. decide contratarlo para que actúe en el teatro más importante del país: el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris. Con tal mala suerte que cae en un momento en el que hay huelga en los grupos gremialistas presididos por Mario Moreno. También conocido como Cantinflas. Ahí, se creó un conflicto, un tira y afloja entre los intereses de unos y otros. “Recuerdo que mi tío me contaba que el empresario le dijo: Miguel, tranquilo, el espectáculo está reservado, saldrá adelante”, relata Salade.
En aquella época, el mecenas del español no reparó en gastos: le puso un chalet a las afueras de México DF con un equipo de costureras bajo su mando. “Él estaba fascinado, tenía un fuerte apoyo económico para desplegar su arte. Y lo aprovechó. Aquellos montajes, según se lee en los artículos de aquellos días debieron ser espectaculares”, continúa el argentino.
Pero, con toda la tirantez gremial, también tuvo problemas. Al principio, las llamadas al boicot provocaron el efecto contrario: llenaban los espectáculos. La gente se arremolinaba a las puertas de un teatro a reventar flanqueado por la policía. En una ocasión, el propio Cantinflas irrumpió borracho a mitad de un espectáculo y, tras un tumulto, se lo llevaron. “Al acabar la función, mi tío preguntó qué había ocurrido. Cuando se lo contaron no podía dar crédito. Cantinflas había estado allí”.
Hemos recogido tanta información sobre su vida y obra porque él mismo fue su propio archivero. Guardaba los recortes de periódicos donde se lo mencionaba y escribía minuciosamente todos sus pensamientos
Las presiones contra “el arte frívolo de Miguel de Molina”, al final, le cortaron las alas. Comenzaron las presiones al feudo de su mecenas y eso ya era otra cosa. Tenían que bajar el perfil, suspender la temporada. “Aquello, para él fue muy duro. Había triunfado en España, en Argentina y ahora en México. Y otra vez, con el teatro lleno, tocaba bajar el telón”, explica Salade.
El malagueño decidió volverse a la Argentina y lo hizo de la mano de Eva Perón. “Eran amigos, en el poco tiempo que él había estado allí había hecho grandes amigos y Evita le prometió que mientras ella estuviera en el poder nadie volvería a molestarlo. Ella era mujer de teatro y comprendía el arte de él”, rememora Salade.
Por fin se asentó en Argentina y, ahora sí, se quedó.
Un artista total
“Como siempre, trabajé sin descanso con los cortinados, decorados, vestuarios, que diseñó Federico Ribas, y reuní una excelente compañía con el complemento de nada menos que 24 bailarines y una orquesta de 20 profesionales. Los empresarios se asustaban con los gastos, pero les aclaré que las cosas se hacían por todo lo alto o no trabajaba”. Este es un extracto de uno de los diarios que la Fundación guarda en su haber.
“Hemos recogido tanta información sobre su vida y obra porque él mismo fue su propio archivero. Guardaba los recortes de periódicos donde se lo mencionaba y escribía minuciosamente todos sus pensamientos. Era un hombre increíblemente culto e interesado por el devenir de su mundo a pesar de no tener estudios”, insiste Salade quien, a los 24 años, ya adulto, pasó muchas horas en casa del artista retirado que durante horas le seducía con sus historias.
De Molina se ocupaba de todo. Cosía y creaba su propio vestuario, hacía la dramaturgia y revisaba hasta el más mínimo detalle. Cuentan los estudiosos entre risas que, en una ocasión, reunió a los acomodadores y les pidió que, por favor, se afeitaran minuciosamente el bigote antes de la función. Todo tenía que estar perfecto.
Víctima de la dictadura
Entre todos sus escritos, el grupo de investigadores señala un tipo: los diarios de destierro. Así los llamaba él, que reprodujo su Andalucía en las paredes de su casa. “Tenía una virgen de la Macarena en el balcón y un patio lleno de geranios. La primera vez que visité España me di cuenta de que el tío había reproducido su patria en miniatura. Su corazón nunca abandonó su país”, afirma Salade para enfatizar que fue una víctima más de la dictadura española.
En la actualidad, se ha registrado una moción en la comisión de Cultura del Senado para el reconocimiento del artista como víctima LGTB, represaliada del franquismo, y para que se valore la puesta en marcha por parte de las administraciones públicas, de un centro para la exhibición permanente de su legado, puesto que la fundación aún no cuenta con sede física.
La moción, registrada por el partido socialista en la primavera de 2024, recuerda que la represión afectó singularmente a las personas LGTB por causa de su orientación sexual, singularizada incluso en normas como la Ley de Vagos y Maleantes que se modificó en 1954 para incluir a “los homosexuales”. O a Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social, que se aprobaría en agosto de 1970 y que definía como peligrosos sociales a “los que realicen actos de homosexualidad”.
Un legado español
La exposición, abierta al público desde el 17 de septiembre y hasta el 27 de octubre de 2024, forma parte del proyecto que Stéphanie Demange, historiadora de la universidad de Tolón, coordina junto con la Fundación en una beca de un año financiada por la Casa de Velázquez, para iniciar un proyecto colectivo internacional de tres años. “La intención es que la muestra sea el principio de un proyecto de investigación y creación artística que dé a conocer la figura de Miguel de Molina en toda su extensión”, explica Demange en declaraciones a este periódico, añadiendo que la propuesta es potenciar el redescubrimiento del personaje entre un público no solo especialista, al digitalizar el archivo y poniéndolo a disposición en una página web pública.
El proyecto, que echará andar una vez clausurada la exposición, aspira a culminar en un museo dedicado a la figura del artista o, al menos, en que la Fundación (creada en el año 2000) por fin consiga una sede física.
Un archivo que es el sueño para un historiador
“Somos tres hispanistas francesas las vinculadas, por ahora, a esta tarea junto a Alejandro. El archivo es enorme y riquísimo y está claro que debe ser una tarea en equipo. Ya están involucrados investigadores del CSIC, de la Universitat autònoma de Barcelona, la Universitat de València o la Universidad de Granada para investigar este tesoro”,afirma la tercera historiadora, Begoña Riesgo para señalar que este trabajo arqueológico sobre la figura del coplero se debe, principalmente, al “deseo desinteresado de personas individuales que se encontraron frente a un tesoro”, aunque afirman estar “muy emocionados” con el recibimiento y la colaboración internacional, que ya está en marcha.
“Estamos aquí con un fondo que es un sueño para cualquier historiador”, añade Demange, “tenemos correspondencias, diarios escritos a lo largo de 37 años, películas, memorias, poemas… ¡hasta una novela!”, continúa para asegurar que la intención del grupo es emprender una investigación sobre su vida que permita reinterpretar el legado del personaje. “Tenemos mil ideas: una novela gráfica, un buen guion de cine….”, aventura sobre un archivo que, como pocos, permite asomarse a la vida íntima y a la cotidianidad de una de las figuras más importantes de la Edad de Plata española.
“Que sí, que él fue coplero, fue muchas cosas. Un artista total como lo son muy pocos. Y su legado merece estar en su casa, su país, al que nunca dejó de añorar”, finaliza Salade que, confiesa, todavía hoy sueña con poder rascarle unos minutos a la muerte y volver a sentarse a la mesa repleta de dulces de su tío abuelo.