El domingo pasado, tras el recuento de votos de las elecciones de Castilla y León que situaron a Vox como la tercera fuerza, Santiago Abascal presentaba así a su candidato: “García Gallardo es el símbolo de esa juventud que ha tenido que dejar su tierra por la despoblación, condenada al destierro”. No a la España vaciada, sí a la siembra.
El líder de extrema derecha abanderó de nuevo esa idea de la generación proscrita que tan solo quiere lo que tuvieron sus padres: un trabajo, una casa, una familia y una tierra. No es casualidad que Abascal decidiera hace unos meses exhibir el libro de Feria en el Congreso, donde se repite el mismo marco. “Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad”, reconoce la escritora Ana Iris Simón en la primera página. Una frase que ha despertado mucho debate: ¿es lícito echar de menos las certezas cuando carecemos de ellas o, por el contrario, es irresponsable dejarse seducir por las mieles traicioneras del pasado?
La columnista de El País consiguió mediatizar un debate del que se ha nutrido Vox, entre otros: la nostalgia. Y en respuesta a esas proclamas que están provocando un cambio social y político ha nacido Neorrancios, un ensayo publicado por Península. Lo que pretende el libro es bautizar a aquellos “pensadores que venden como nueva mercancía muy antigua” y reconocerlos fuera de la extrema derecha. De hecho, los autores ponen en el punto de mira a la “izquierda rojiparda”, que definen como un grupo que “trata de desvincular la izquierda de la idea de ruptura y coserla a la de tradición”.
Neorrancios está conformado por once ensayos, incluyendo el prólogo de la coordinadora Begoña Gómez Urzaiz, también colaboradora en El País y La Vanguardia. Cada uno responde desde un punto de vista distinto a los peligros de idealizar la nostalgia y usar anécdotas personales para tomarle el pulso al presente. Son once firmas que conocen bien el terreno en el que se mueven para combatir las historietas con políticas y argumentos. También exponen realidades mucho más complejas que la de querer volver al pasado con la excusa de que era más sencillo conseguir una hipoteca y un contrato indefinido.
“Existe una especie de invasión en la supuesta izquierda, que es bastante reaccionaria, en la que se propugna volver a ciertas cosas pero solo de cierta manera, como la familia, la vivienda y la forma de vivir el amor. Había que contestarles”, explica Noelia Ramírez, periodista y una de las autoras del libro. En su parte aborda la crueldad del “pueblito bueno”, eslogan de anuncios de refrescos e imaginario de campañas políticas como la de Vox en Castilla y León.
Su relato comienza en Valdemanco del Esteras, el pueblo más castigado por la despoblación de Ciudad Real, que atesora a buenos recuerdos y también un ambiente que resulta asfixiante para mucha gente. Ramírez se enfrenta a sus contradicciones y relativiza el bucolismo que le aportan “los neorrancios y la extrema derecha al medio rural”. Una exaltación que considera “perversa” por lo fácil que resulta caer en ella.
La propuesta neorrancia puede ser muy seductora. Llama a centrarse en lo esencial e identifica una serie de problemas muy graves y reales
“La propuesta neorrancia puede ser muy seductora. Llama a centrarse en lo esencial e identifica una serie de problemas muy graves y reales: que los salarios bajen y los precios de los pisos suban, por ejemplo”, escribe en el prólogo Gómez Uzaiz. También lo hace mientras desecha otras luchas. Lo que defiende este movimiento es que “nos hemos distraído de lo importante, que es quererse y estar unido a los tuyos y a tu lugar de origen”. Pero la periodista también entiende que este “repliegue sentimental” haya cuajado mejor ahora, en pleno desconcierto pandémico. El problema está en quienes el marco neorrancio deja fuera, ya sea de forma voluntaria o convenientemente descuidada.
¿A quién beneficia el pasado?
“La nostalgia queer no existe. Para nosotras, las viciosas, los bujarras, las tortilleras, los travelos y cualquier otra persona que se salga de la norma sexual y de género, cualquier tiempo pasado nunca fue mejor”, expresa Rubén Serrano, escritor especializado en temas LGTB, género, desigualdades y VIH.
“Añorar tiempos pasados suena bucólico si eres una persona blanca heterosexual de clase media. Una persona negra no sentirá añoranza de la vida de sus padres”, continúa Desirée Bela-Lobedde, activista afrofeminista y antirracista. Ella dedica su parte de Neorrancios a explicar por qué ese discurso expulsa automáticamente a las personas racializadas de este país.
El peligro, según los autores, está en imponer la experiencia personal como si fuera la norma. “Es un sesgo de proyección impresionante y construye la realidad como si lo tuyo fuese lo único, pero es lo que funciona bien en las redes”, reconoce Noelia Ramírez. “Lo interesante del libro es desenmascarar todo esto. Yo también empiezo hablando de mi vida, pero la intención es justo la contraria”, compara.
Otro de los articulistas, Eudald Espluga, argumenta que precisamente por eso el formato elegido en Neorrancios es el del análisis político, en ocasiones rozando el tono académico. “El libro responde a una preocupación política y social por el hecho de que la izquierda esté adoptando unos marcos de pensamiento muy conservadores”, explica el filósofo y experto en estudios culturales.Que estos se “inmiscuyan en los discursos cotidianos y los debates públicos”, como está ocurriendo ahora, llena la sala de “elefantes de la ultraderecha”, al estilo George Lakoff.
El libro responde a una izquierda que está adoptando unos marcos de pensamiento muy conservadores
Espluga piensa que si se empieza a discutir sobre recuperar la soberanía nacional, limitar la migración, volver al mundo rural o venerar a la familia y la maternidad tradicionales dentro de ese marco, “la batalla ya está perdida”. El debate público se desplaza “hacia unas zonas muy peligrosas”, como ya está ocurriendo en otros países como EEUU. “Es una reacción política a un sistema de precariedad y crisis perpetua como el actual y en clave muy conservadora”, argumenta. De ahí la idealización del pasado y de la vida de las generaciones anteriores.
“Lo que les une a muchos es el miedo. Según ellos, el orden tradicional es la solución, pero luego rascas y ese orden no funcionaba tan bien. Faltan imaginación y ganas de pensar. Y por otro lado es muy perverso ensalzar un pasado que solo beneficia a ciertas personas”, comparte Ramírez.
El espectro neorrancio abarca a mucha gente, según Espluga, pues avanza “hacia una visión socialdemócrata más atemperada, aunque con exaltación de lógicas seudofalangistas”. Su compañera cree que por eso “parte del discurso encaja muy bien en el marco de Vox y de la extrema derecha”. Pero ambos defienden que el “rojipardismo” es el principal caballo de Troya, porque “lo enmascara todo para seducir”. Y, en sus palabras, Ana Iris Simón es la “musa” de los neorrancios y la figura más transversal del movimiento.
'Feria' como génesis de algo más grande
Neorrancios no es la contrarréplica a Feria, pero sí reconoce que el libro de Ana Iris Simón fue la génesis. Cuando la joven de entonces 29 años pronunció su discurso en La Moncloa, en el marco del programa Pueblos con Futuro, Feria ya llevaba tiempo en las librerías. Como recuerda el prólogo del ensayo, ese día algunos celebraron en redes que una mujer joven le hubiera “cantado las cuarenta” al presidente del Gobierno y otros asistieron por primera vez a un debate que hasta entonces estaba reservado para espacios académicos e hiperpolitizados. También ese día Feria llegó al mainstream.
“No nos referimos a ella sola ni mucho menos, pero es la más visible porque es un fenómeno editorial y aparece en el New York Times”, explica Ramírez. Además, “que sea mujer y joven ha provocado que todavía tenga más foco”. Aquel discurso supuestamente centrado en la defensa de la España vaciada fue desgranado en medios de comunicación, redes sociales y círculos políticos. Cuando Santiago Abascal lo escogió para llevarlo a la tribuna del Congreso, Feria dejó de ser considerado un libro de memorias para convertirse en un tratado, y el discurso de su autora frente a Pedro Sánchez se tomó como un resumen.
Ana Iris congrega el miedo a la modernidad, la veneración de la familia y de una maternidad casi religiosa
“Ana Iris congrega todo: el miedo a la modernidad, la veneración de la familia y a una maternidad casi religiosa”, opina Ramírez. Pero las casualidades del destino quisieron que la vida que relata Simón con nostalgia sobre su familia de feriantes fuese muy similar a la de Eudald Espluga, también descendiente de vendedores ambulantes. “Vendiendo bisutería de pueblo en pueblo era muy difícil ahorrar”, cuenta el filósofo en su parte, que comienza con un tajante: “No siento ninguna envidia por la vida que tenían mis padres a mi edad”.
Espluga no contrapone su relato al de Simón porque, como defiende, no cree en la simplificación autobiográfica de los problemas sociales. De hecho, le sirve para analizar la potencia de la figura de Ana Iris en clave de best-seller con capacidad “de concentrar ciertas ideas y volverlas de consumo masivo”.
“Me hizo gracia que partiésemos de experiencias parecidas y no me interesaba tanto exponer las diferencias para defender que su punto de vista es equivocado, sino cuestionar que haga este tipo de argumentaciones en clave política, general, objetiva y generacional”, critica el filósofo.
Neorrancios es un término del que ya se han apropiado en clave jocosa sus destinatarios. Noelia Ramírez defiende que no es “un insulto, sino una guía para detectar el ensimismamiento nostálgico”. Lo que no quieren es que se use para justificar una guerra fútil entre la “izquierda brilli-brilli”, así llamada por ciertos comunicadores de derechas o de 'extremo centro', y los “neorrancios”. “Si lo enfocamos como un enfrentamiento entre bandos, en el que unos luchan por la parte material y los otros por la simbólica, es un error”, alerta Espluga.
También defiende que esa falsa comparación da lugar a “escenas surrealistas”, como la de “Pablo Casado haciéndose fotos con un par de vacas y un par de cerdos” para enfrentarse al debate ecologista y de las macrogranjas. Este libro dice pensar cosas nuevas, más complejas e interesantes. Es decir, quiere “poner el presente en valor y dar pautas de hacia dónde debería enfocar la izquierda sus demandas”.