En la mañana del sábado ya estaba colocada ahí arriba, a casi once metros del suelo. Un oso y un muchacho encapuchado abrazados, rojos. Muy rojos. El escultor francés James Colomina, de 46 años, había desplazado durante la madrugada un camión grúa hasta la plaza de Idrissa Diallo (migrante guineano de 21 años fallecido tras ser detenido en el CIE de Zona Franca). Allí, de noche y a los pies del inmenso pedestal vacío de la plaza barcelonesa, la grúa desplegó el brazo de varios metros llevando la pieza de 120 kilos hasta la base de la peana. Entonces el escultor ancló la obra de arte efímero al lugar que durante más de 130 años se había homenajeado al esclavista Antonio López y López (1817-1883). “Esa es la paradoja: debo actuar de la manera más sigilosa posible para que la escultura sea lo más visible”, cuenta el escultor de Toulouse a elDiario.es.
Su movimiento descubrió una efeméride nada habitual en el calendario popular nacional: Colomina explica que el 30 de enero de 1837 los españoles celebran la abolición el tráfico de esclavos, si bien es cierto que la esclavitud siguió produciéndose de forma clandestina y masiva durante décadas y no prohibida hasta 1880. “No sólo pasa en España, ningún país quiere recordar su pasado esclavista. Siempre es difícil sentirse responsable de lo que hicieron las generaciones anteriores. Por eso me parece muy satisfactorio que se eliminara la estatua dedicada a Antonio López y López. Fue el primer paso, pero todavía queda mucho por recorrer”, explica el artista. De hecho, la escultura original de Venancio Vallmitjana fue erigida unos meses después del fallecimiento del homenajeado y destruida durante la Guerra Civil. La pieza eliminada de la vía pública hace cuatro años era una copia de 1940.
El escultor urbano había diseñado toda la estrategia, tomado medidas y referencias para que nada fallara en la madrugada del viernes al sábado. No avisó a ninguna autoridad. “Esa es mi manera de hacerlo. Si preguntas, no funciona. Rompe el acto artístico. El arte de la calle es un arte completamente libre y espontáneo”, detalla Colomina. El artista de la calle, que actúa en toda Europa con sus piezas aunque sin tanta popularidad como esta, quería neutralizar la potencia de la imagen esclavista como afirmación del dominio de la población blanca con otra mucho más tierna y rebelde. Un osito y un activista que se oculta. Se reconoce como un artista sensible a la actualidad y prefiere actuar sobre lugares emblemáticos, pero también en espacios marginales. Está claro que juega al contraste y la sorpresa.
Esa es mi manera de hacerlo. Si preguntas, no funciona. Rompe el acto artístico. El arte de la calle es un arte completamente libre y espontáneo
¿Por qué ese abrazo de esta extraña pareja? “El muchacho da vida a sus pequeños animales de peluche sin preocuparse por la apariencia. Eso es lo que me interesa en esta escultura. Él mide 1,90 metros y el oso de peluche, dos metros. Ambos se abrazan sin preocuparse por sus diferencias. Este es un símbolo de la reconciliación entre la humanidad, al margen de la clase, la raza, el sexo o la religión. La riqueza está en la diferencia”, cuenta Colomina a elDiario.es.
Arte para pensar
Dos años antes de que la sociedad norteamericana estallara contra los monumentos a racistas confederados en sus calles —como respuesta al asesinato de George Floyd, asfixiado por un agente de la policía de Minneapolis durante un brutal arresto—, Barcelona ya había movido ficha contra esa presencia. La población se levantó contra la perpetuación del homenaje a una práctica anacrónica, mantenida con el dinero de los contribuyentes. El Ayuntamiento de Barcelona ya ha adelantado que mantendrá la pieza en el pedestal y James Colomina lo celebra. Dice que no sabe qué hará el consistorio, pero subraya el hecho de que acaba de montar “una escultura que valora la tolerancia en una base vacía”. “Solo espero que la escultura Humanidad nos haga pensar”, indica.
Desde el distrito de Barcelona indican a este periódico que el concejal Jordi Rabassa ha hablado con el artista sobre el porqué de su acción, sus intenciones y que la pieza estuviera bien fijada a la base. Explican que la plaza está en pleno proceso de reforma y que el enorme pedestal va a desaparecer cuando se ejecuten, probablemente, dentro de tres años. Entonces, añaden, decidirán qué hacer con la escultura, pero entienden que es una acción de arte efímero. “Es lógico que en una ciudad alguien se quiera expresar y tenemos un pedestal vacío en una plaza. Si no se vulneran los derechos de nadie, hay que respetar estas expresiones efímeras. Así que la quitaremos, pero no tenemos ninguna prisa por hacerlo”, reconoce a este periódico el concejal de distrito de Ciutat Vella y concejal de Memoria Democrática, Jordi Rabassa.
Es lógico que en una ciudad alguien se quiera expresar y tenemos un pedestal vacío en una plaza. Si no se vulneran los derechos de nadie, hay que respetar estas expresiones efímeras
“La ciudad está abierta a la expresión libre. Aunque este no es un gesto espontáneo, es válido porque no estaba previsto en la agenda política y tenemos que vivirlo con normalidad. El arte público ya no es el que era: ya no lo hacen solo las instituciones y ese es el debate que mantenemos desde la Concejalía de Memoria Democrática, qué hacemos con Antonio López, Colón y Cambó”, apunta Rabassa. Al concejal le gusta que la ciudadanía pueda expresarse, pero todo tiene un límite y en este caso es la promoción de la obra de un artista.
El abrazo se queda
El artista Marc Quinn quería lo mismo que James Colomina cuando hace un par de años colocó su escultura para ocupar el pedestal vacío del esclavista Edward Colston (1636-1721). El pedestal seguía vacío desde el siete de junio de 2020, cuando los manifestantes derribaron y tiraron al río Avon la figura del homenajeado en Bristol (Inglaterra). Reid fue una de las manifestantes que acudió a la llamada al derribo. Escaló hasta la base y una vez sobre ella, levantó el brazo con el puño cerrado. Esa fotografía inundó las redes sociales.
“Mis pensamientos inmediatos fueron para las personas esclavizadas que murieron a manos de Colston. Quería darle poder a George Floyd, quería darle poder a las personas negras como yo, que han sufrido las injusticias y las desigualdades. Una oleada de poder para todos ellos”, contó a los medios la protagonista de la suplantación de la memoria oficial por la memoria de la calle.
Quinn, miembro de la generación de los Young British Artist en los noventa, hizo una réplica escultórica de aquel gesto de la ciudadana. Convirtió a Reid en escultura de resina totalmente negra y colocó un cartel de cartón en el pedestal en el que se leía: “Black Lives Still Matter” (“Las vidas negras aún importan”). Ocupó el lugar del esclavista apenas unas horas, hasta que el consistorio inglés mandó retirar el improvisado homenaje a las víctimas y rescatar de las aguas la pieza de bronce. Quinn aclaró, al contrario que Colomina, que no pretendía que fuera una solución permanente, sino una “chispa” que había encendido con la esperanza de que ayudara a atraer la atención sobre un asunto pendiente.
“El racismo es un problema inaceptable, institucionalizado, al que todos debemos enfrentarnos”, explicó el artista. Pero en Bristol no entendieron la acción como en Barcelona. “Estoy a favor de que estas esculturas desaparezcan de las calles. Representan un modelo para nuestra sociedad. Lo que Antonio López y Edward Colston dicen del ser humano es horrible. ¿Pueden ser el modelo para nuestros hijos?”, se pregunta James Colomina. “Lo importante de las esculturas en la vía pública son los valores que muestran y el mensaje que llevan, no tanto que indiquen a la sociedad en la que actúan qué es lo importante”, añade James Colominas para aclarar que no le interesa el arte moral.