Nacho Vegas lo llamó “una multitud haciendo crac”. Para David Becerra Mayor se define como “escuchar el ruido de las fricciones de las contradicciones”.
Becerra Mayor trabaja, desde hace tiempo, en la relación entre literatura e ideología. La manera habitual de pensar sobre ello es analizar la influencia que un texto tiene sobre los lectores y responder a la pregunta de si ese libro es o no un buen acompañante para el proceso de politización de la persona lectora. En Después del acontecimiento (Bellaterra Edicions), Becerra lo piensa al revés: analiza cómo el texto opera en la “reproducción ideológica”. Según la teoría del “inconsciente ideológico” y de la “radical historicidad de la literatura” de Juan Carlos Rodríguez, tanto el autor, como sus lectores y sus críticos comparten los mismos conflictos y contradicciones en el inconsciente: la ideología ni se elige, ni viene construida desde arriba. La ideología está configurada, más bien, por las relaciones sociales y de producción que suceden en un determinado momento histórico. Este momento histórico actual sucede, según el autor, bajo la influencia del 15M, que él marca como “el acontecimiento”, siguiendo la terminología del filósofo Alain Badiou.
Por supuesto que existía novela política antes del 15M, pero “el acontecimiento” se inserta en 2011 y produce un cambio cuando acaba su fase activista y deviene una más reflexiva. “Cuando me preguntas si la literatura que surge después del acontecimiento encuentra nuevos lectores o si estos son los mismos que ya estaban politizados antes del acontecimiento, te diría que los lectores de estas novelas no son ni nuevos ni tampoco son exactamente los mismos, son lectores otros, de la misma manera que estos textos que surgen del acontecimiento no son simplemente textos nuevos, sino textos otros, configurados por un nuevo inconsciente ideológico en el que se han abierto grietas o fisuras a través de las cuales se pueda anunciar y enunciar otra forma de entender el mundo”. Lo que se escapa por esas fisuras es la posibilidad de interpretar lo que le pasa a la sociedad española post 15M no como individuos aislados sino de manera colectiva: “Por esa grieta es posible leer el retorno de lo político en la literatura española de la última década, de la misma manera que ese retorno lo experimentó la sociedad en su conjunto”. Es oportuno recordar que los lemas que hicieron caminar el 15M se conjugaban en plural: “no nos representan”, “juventud sin futuro”, “no somos antisistema, el sistema es antinosotros”, “nuestros sueños no caben en vuestras urnas”.
La literatura de la no-ideología
En un ensayo previo, este profesor de Literatura española de la Universidad Autónoma de Madrid acuñó una revulsiva mirada sobre la literatura hegemónica de las últimas décadas en La novela de la no-ideología (Tierradenadie, 2013): “Es una literatura que se caracteriza por la ausencia de conflicto político o social”, explica. “En estas novelas se asume que el tiempo de las ideologías ha pasado, pero claro que la novela de la no-ideología tiene ideología, lo que pasa es que como decía Althusser la ideología nunca dice 'soy ideológica'”. Lo que permite el 15M es la emergencia de una literatura “donde lo político no se desplaza sino que constituye la base sobre la que se levanta el conflicto que la novela retrata”.
La novela española dominante, que es la más leída, la que gana premios y recibe el beneplácito de la crítica, —Almudena Grandes, Javier Cercas, Javier Marías, Antonio Muñoz Molina, Juan José Millás, Luis Landero, Ray Loriga, etcétera— tiende a desplazar el conflicto y encuentra la causa de este en el interior de la persona: sus vivencias personales o familiares, el lugar o la posición que le tocó vivir, la encrucijada en el que el azar colocó al protagonista. No explora, en cambio, que las razones de los conflictos —pudiendo ser estos la precariedad, la discriminación o la riqueza— son colectivas. El 15M introduce el “nosotros” y pone esta narrativa bocabajo. No es que el 15M produzca novelas revolucionarias, según advierte Becerra en su libro, pero al ser capaz de nombrar la contradicción, en lugar de huir de ella, genera el retorno a lo político.
Para él, el “pistoletazo de salida” lo dio el libro coordinado por Guillem Martínez titulado CT o la Cultura de la Transición (2012), que espeja el entramado cultural tejido a partir del régimen del 78. “Dormíamos, despertábamos”, se podría decir sobre la aparición del concepto CT para explicar la intelectualidad hegemónica, aludiendo a otro lema quincemayista. La sacudida que provocó el intento de censura de la publicación de El cura y los mandarines del periodista Gregorio Morán en 2014 se inscribe en ese mismo estado de alerta.
Becerra, al que le interesa más “escuchar las obras” que a los autores, va señalando a lo largo de su libro cuáles son las publicaciones que responden a esa manera otra. Alude a Rafael Chirbes, Belén Gopegui, Marta Sanz, Isaac Rosa o Rafael Reig, quienes consiguen hacerse un hueco no en circuitos de difícil acceso o ediciones mínimas, sino en espacios con alcance. La ciudadanía crítica se organiza en Acceso no autorizado (2011) de Gopegui. Fernando Díaz, al que se le presupone pseudónimo, se enfrenta a la propia validación literaria en Panfleto para seguir viviendo (2014). Elvira Navarro hace la novela de la crisis y explica cómo la enfermedad mental es consecuencia de la precariedad con su La trabajadora (2014). Marta Sanz pone el cuerpo en el centro de los efectos del capitalismo con Clavícula (2017). Javier Mestre aborda la economía sumergida y la deslocalización de la industria del calzado en Made in Spain (2014). Edurne Portela aborda la violencia en Euskadi, sin trampas narratológicas, en Mejor la ausencia (2017). Y así, saltando de un libro a otro, el autor define cómo se ha contado el fin de la clase media, para quien haya querido escucharlo.
Las lecturas del futuro
“¿Podrán estas novelas del retorno de lo político hegemonizar el campo o se volverán a imponer las novelas de la no-ideología?”, se pregunta David Becerra Mayor en el transcurso de esta entrevista. “¿Las contradicciones se seguirán tensando y se seguirá ensanchando la grieta y, por lo tanto, lo político seguirá ocupando un lugar central en el campo literario, configurando unas estructuras de sentimiento en las que se anuncien nuevas prácticas y experiencias sociales y de vida, la emergencia de un mundo otro, o, por el contrario, los intelectuales orgánicos del capitalismo avanzado en España, del régimen del 78, recuperarán posiciones, que tampoco han perdido, por más que se proclamen cancelados, y volverán a despreciar hasta el olvido este tipo de literatura?”. La respuesta es: “Veremos, todavía es pronto para sacar conclusiones”.
Es una batalla que Becerra no considera que se libre en el campo estrictamente literario. “Si estamos viviendo una nueva derrota, toda esta literatura pronto caerá en el olvido, o más bien perderá sus condiciones de legibilidad, como le sucedió a las novelas políticas, sociales y aun revolucionarias de los años 30 y 50. Y en efecto se volverán ilegibles: se quedarán sin el marco que les da sentido”.
No es la primera vez que España pasa por un “acontecimiento” cuya onda expansiva remueve la literatura. Fueron contextos diferentes pero la sociedad capitalista también se vio enfrentada a sus contradicciones. “En los años 30 surgieron narrativas revolucionarias, proletarias, sociales, un nuevo tipo de novela llamada documental. En los 50, el nuevo proceso de acumulación capitalista que en España se llamó 'desarrollismo económico' crea nuevos conflictos sociales, surge el realismo social español que se encarga de contar desde otro lugar, desde la explotación, cómo ese despegue económico, que el relato oficial atribuye a los tecnócratas y a un tipo de política económica muy concreta, en realidad fue posible a causa del trabajo precario, inseguro e insano que sufrieron quienes construyeron centrales eléctricas o extrajeron los minerales de las minas”. Lo que sí tienen en común es que esas experiencias “fueron despreciadas por la institución literaria, que es esa estancia, o conjunto de estancias, que a la postre determinan lo que puede ser considerado literatura o no. Fueron, digo, despreciados hasta caer, en muchos casos, en el olvido”.
Qué hacer con la autoría
Posteriormente al 15M, en 2013, David Becerra trabajó en una edición de la novela La mina de Armando Salinas, publicada originariamente en 1960 tras quedar finalista del Premio Nadal el año anterior. Es un libro que había dejado de leerse. “Cuando me puse a trabajar sobre La mina, y a cotejar las distintas ediciones que habían existido, me di cuenta de algo sin duda anecdótico, pero que en el fondo me parecía muy significativo. Antes de mi edición, la última vez que La mina se había publicado en España fue en julio de 1984, el mes y el año en el que yo nací. Era como si mi generación llegara en el momento en que aquella literatura daba su último, y ya muy tímido e inofensivo, coletazo. 30 años después La mina volvió a existir en un contexto políticamente muy interesante. Yo no era consciente de que su edición fuera posible por el momento político, pero seguramente tuvo mucho que ver. Quizá, en un contexto distinto, ningún editor hubiera estado interesado en volver a publicar un autor olvidado y una novela que la crítica se encargó de tachar de mala literatura”.
De lo que sí fue consciente en su momento, 2016, fue de que la reedición por parte de Hoja de Lata —editorial en la que Becerra dirige la colección de ensayo— de Tea rooms de Luisa Carnés, una novela de 1934 que no había vuelto a publicarse, significaba que algo se estaba moviendo. “Tuvo una excelente acogida por parte de lectores y crítica. Ahí noté realmente que el 15M había transformado la esfera pública cultural y que de pronto era posible recuperar las condiciones de legibilidad que hacían ilegibles ciertos textos literarios olvidados por la institución de la literatura”. El próximo mes de marzo, la directora escénica Laia Ripoll llevará al escenario una adaptación de Tea rooms.
Después del acontecimiento no es un libro que haya venido de espectador. Es un artefacto que quiere intervenir en el combate. Invita, como lo hace Becerra, a escuchar el crac. Propone, como se ha dicho antes, leer texto en lugar de señalar autores. La noción de autor, dice el ensayista, es “una ilusión inscrita en la ideología literaria”. Funciona “como marca en el mercado literario”, pero también “como un ser especial y privilegiado que cree que controla el sentido de su texto”. Y no cree Becerra Mayor que el sentido del texto literario sea controlable porque siempre es “una obra incompleta, incoherente, contradictoria, conflictiva”. La novela que retorna a lo político sigue siendo, a fin de cuentas, novela que se vende en librerías, novela que se presenta en actos formales, novela que se compra y se vende y aparece reseñada en la prensa. Es raro encontrar un cuestionamiento al propio concepto de autoría, aunque se han hecho intentos. “La revista Kamchatka, de la Universitat de València, dirigida por Jaume Peris, publicó un monográfico en 2017 sobre la creación colectiva y la sin-autoría, y estudiaban algunos casos interesantes, del que yo destacaría la labor de la novelista Eva Fernández que, de manera muy benjaminiana, decidió ser más productora que autora, dando un paso al lado para dejar que los trabajadores contaran su historia, cuando publicó en La Oveja Roja el libro colectivo Somos Coca-Cola en lucha. Un caso también interesante es el de la novela Panfleto para seguir viviendo, una novela escrita por alguien que precisamente decide que no quiere ser autor porque asumir esta categoría, o ilusión de la ideología literaria, terminaría por neutralizar el potencial político que su novela puede llegar a tener”.