“Mi hijo no podrá maldecirme por haberle dado la vida, porque no llegará a nacer. Volverá a la nada de la que provino sin conocer la existencia. No me culpará de su desgracia, ni sentirá en su nuca las miradas de aprensión o condescendencia. Tampoco será nombrado más que por una sola letra”.
Marta Barrio relata las 40 semanas de un embarazo interrumpido en Leña menuda, último premio Tusquets de novela y editada por el mismo sello. Son 40 porque cuenta desde la fecundación, el diagnóstico fatídico y el aborto, hasta el día en el que “sale de cuentas” ya con un vientre vacío.
El debate sobre el aborto sigue vigente. Menos del 15% de los que se hacen en España se realizan en centros públicos. Además, miles de mujeres se ven obligadas cada año a viajar a otras provincias para abortar, si no al extranjero. Ese es el caso de la protagonista de Leña menuda, a quien notifican en la semana 36 de embarazo que su feto sufre una grave malformación conocida como acondrogénesis. La protagonista y el testimonio son reales, pero no es una autoficción.
“Fue una historia que me encontré cenando con unas amigas hace dos años, cuando una de ellas decidió contar su aborto”, relata Barrio. “A medida que fui hablando del tema, las historias salían hasta debajo de las piedras, me impactó mucho”, reconoce. La escritora cuenta que otra amiga se sinceró a raíz de la investigación y le confesó que había tenido diez abortos en el primer trimestre. “Estuvo años intentándolo hasta que decidió que no iba a volver a pasar por eso. Por eso no hay que preguntarle nunca a una mujer que por qué no tiene hijos: detrás puede haber historias muy duras”.
Todos estos dolores ocultos inspiraron la novela, que la filóloga considera muy generacional. “Tengo 34 años, he tenido una hija y muchas de mis amigas también, pero el mito de la embarazada feliz me cabrea mucho”, reconoce. “Yo desarrollé diabetes, tenía contracciones todas las tardes, me encontraba fatal y me aterrorizaba el parto, pero lo único que me decían era: disfrútalo”. De aquel sentimiento de desamparo nace la primera parte del libro, más centrada en la vorágine emocional y física de las primeras semanas. Incluidos el miedo, los dolores y la emoción.
En los últimos años, la concienciación feminista ha venido acompañada de una mayor libertad para hablar de maternidad sin tabúes. También para publicar sobre ello. Una de las primeras fue Jane Lazarre con El nudo materno (1974), que no se tradujo en España hasta 2018. “Si hubiera historias más honestas sobre lo que significa ser madre, las mujeres se sentirían menos culpables”, dijo Lazarre en entrevista con este diario. Ese mismo año Paula Bonet publicó Roedores. Cuerpo de embarazada sin embrión, textos y dibujos sobre sus abortos, pues tuvo dos pérdidas gestacionales el mismo año.
“Un aborto tardío es un parto. Un parto de un bebé muerto, y eso es una cosa difícil de asumir”, comparte Marta Barrio. “Es un dolor tan visceral y tan poco social que me parecía muy interesante trabajarlo en la novela. Yo trabajo como editora y al final las historias se repiten mucho, pero nunca había leído nada de esto”, explica sobre su decisión de escribir Leña menuda hace dos años. El libro se divide entre una primera persona que fantasea por un pasado nostálgico que no volverá y por un futuro incierto pero ilusionante. También transita por el ensayo, ya que aporta datos concretos sobre la situación de los abortos en España y en Estados Unidos, donde nació la autora.
“Cuando salió de mí al fin, cerré los ojos apretando las pestañas. La doctora Levesque me preguntó, con su voz rasgada, si me gustaría despedirme: nadie se había arrepentido de mirar, pero sí de no hacerlo, y si quería me lo podían envolver bien en una manta para que no le viese el cuerpo sino solamente la cara. Sin osar todavía a abrir los párpados, asentí. Si no le veía era como si negara su ser, condenándome a un luto eternamente inconcluso”.
Las sombras del “turismo abortivo”
El viaje de la protagonista de Leña menuda comienza cuando su ginecólogo le anuncia que el feto sufre acondrogénesis, con lo que el cuerpo no se le desarrollará lo suficiente como para albergar los órganos vitales. Sobreviviría, pero su existencia y la de sus padres estarían condenadas. “En teoría hay un comité de interrupción del embarazo para los casos que se diagnostican a destiempo, pero no creo que lo paséis”, les informa con franqueza el doctor. Es entonces cuando, con 10.000 euros en metálico dentro de la maleta, decide irse a abortar a Bruselas.
“El turismo abortivo es un privilegio de clase, a ver cuánta gente hoy en día puede permitirse sacar 10.000 euros para abortar”, indica Barrio. En España los profesionales de centros públicos pueden alegar objeción de conciencia, pero también existe un déficit de formación y un estigma sobre quienes los practican. “Cuando un niño nace y muere, o cuando tiene graves problemas médicos, es una fuente de sufrimiento para toda la familia durante años o de duelos muy complicados. Que esto siga pasando en España me parece inconcebible”, critica.
El turismo abortivo es un privilegio de clase, a ver cuánta gente hoy en día puede permitirse sacar 10.000 euros para abortar
La autora reconoce que la de su protagonista –y amiga– es una historia contada desde el privilegio, pues el trato brindado en la clínica es el correcto y no tiene que aguantar un escrache a la entrada, como sí ocurre en muchos sitios de España, donde las mujeres son acosadas por los ultracatólicos y gente de extrema derecha.
Una de las personas a las que entrevistó para documentar esta parte de la novela, aunque no lo sufra su personaje, fue a una enfermera de una clínica privada en Estados Unidos. “Ella y sus compañeros trabajan con chalecos antibalas porque fuera hay grupos de personas insultándolas, grabándolas y amenazándolas con armas”, cuenta Barrio. A finales de los 90 los atentados en las clínicas de detención del embarazo eran algo común, pero en 2015 volvió a repetirse en Colorado. “Al menos aquí sabemos que nuestra vida no corre peligro”, compara la autora.
La importancia de la literatura
Lorca, Medea y Frida Khalo aparecen en la narración como nuevos personajes que ponen en palabras lo que la historia principal no sabe expresar. Marta Barrio cree en una “escritura incómoda”, pero sobre todo en el valor literario. Por eso Leña menuda no es un ensayo, aunque tuviese material de sobra para escribirlo en ese formato.
“Pienso en Frida Kahlo, en su deseo frustrado de ser madre, en sus abortos, unos terapéuticos y otros naturales, y en todas las veces que se retrató a sí misma tumbada, en su lecho de mártir. En uno de sus cuadros tiene el cuerpo y la cornamenta de un ciervo, y el pecho atravesado por flechas”.
“Me interesan mucho los nombres que le damos a las cosas, por ejemplo a ser madre. ¿La mujer que ha tenido diez abortos no es madre? ¿Por qué no hay una palabra para las madres que han perdido a sus hijos?”, reflexiona la filóloga. También puso el foco en la naturaleza. “Descubrí que los monos abortan solos como mecanismo para que no maten a sus crías. O los gatos, que se las comen si no las pueden mantener. Me parece fantástico lo deconstruido que está este asunto en el mundo animal y todos los tabúes que tenemos nosotros asociados a la maternidad y al acto reproductivo en sí”, compara.
“En chino, la palabra placenta está formada por tres caracteres: púrpura, río y coche, por lo que significa algo así como el coche del río púrpura, y se utiliza como remedio en la medicina tradicional. ¿Por qué aquí no sabemos apenas ni qué es una placenta?”, se pregunta también. Lo mismo le ocurrió con la palabra monstruo, utilizada tanto para atacar a la mujer que aborta como al feto. “Ese imaginario del monstruo como algo que no ves, que está ahí escondido, que está malformado, me parece un terreno muy fértil para la metáfora”, desvela.
Recuerda la historia de Mary Shelley, la autora de Frankenstein, que se fue quedando embarazada sucesivamente hasta que perdió a tres de sus hijos. Reivindica así también una escritura que nace de las mujeres para abordar temas silenciados durante tantos siglos. “Los hombres todavía no leen libros sobre temas que no les tocan”, asume. Pero confía en que sirva a quien sí lo necesita: “A mí me hubiera gustado leer cosas como esta en varios momentos de mi vida”.