En marzo, el mundo estalló en llamas mientras tomábamos un café y repetíamos this is fine, ojipláticos como el perro ideado en 2008 por el dibujante de cómics K.C Green, convertido en una de las imágenes más reconocibles de Internet. Muchos pasamos el confinamiento solos, pegados a las pantallas del móvil y el ordenador. A través de nuestros dispositivos lo comentamos todo, a menudo en clave humorística, como forma de afrontar lo que estábamos viviendo: la histeria en los supermercados, los chivatos de balcón, los aplausos, Fernando Simón, la salud mental, la gestión política. Generamos un relato de la pandemia y nos contamos a nosotros mismos mediante un código específico: el meme.
Según el análisis de la investigadora canadiense Shana MacDonald en What Do You (Really) Meme? Pandemic Memes as Social Political Repositories, los memes se utilizan en tiempos de incertidumbre para producir perspectivas compartidas dentro de una esfera pública cambiante y constituida afectivamente. Encapsulan algunos de los aspectos fundamentales de la cultura digital contemporánea: la intertextualidad, la inmediatez o incluso el do it yourself. Materializar un meme, término acuñado en 1976 por el biólogo evolutivo Richard Dawkins en su hipótesis memética de la transmisión cultural, puede llevar solo unos minutos gracias a páginas como meme generator o aplicaciones como PicsArt.
“Los memes han cumplido una función cultural en este momento de crisis, son fáciles de producir y se consumen de forma rápida y masiva, han sido una vía de expresión para quienes querían plasmar su descontento o compartir sus emociones”, explica a elDiario.es Santiago M.P, quien realiza trabajo de campo para su doctorado en comunicación mediante la cuenta @derribosydeconstrucciones. Los memes de Internet no son algo nuevo: llevan unas dos décadas en el imaginario colectivo y poco tienen que ver con el concepto de Dawkins, pueden catalogarse en diferentes géneros y son producidos y compartidos por varias generaciones, desde los Z hasta los boomers. “Concretamente, a mí me interesa el concepto de meme como transmisor de ideas y de discurso”, recalca Santiago M.P.
Para Álvaro L. Pajares, una de las dos personas tras la cuenta @policiadelafecto, los memes funcionan como un “termómetro afectivo” de la sociedad. “El ser humano necesita adaptarse a los cambios, incluso en las peores circunstancias intentamos encontrar una mínima estabilidad, es algo fundamental”, opina. “En esa situación necesitábamos establecer pequeños puntos de conexión, generar una especie de costumbrismo del confinamiento, de lugares comunes sobre lo que fue la pandemia; los memes han creado ese conector social, la sensación de algo vivido colectivamente”.
Del papel higiénico a Fernando Simón
Según Shana MacDonald, lo que hace a los memes virales es la facilidad para originar un sentimiento de identificación. “A menudo se centran en lo cotidiano, lo absurdo, o a veces, como en el caso de los memes pandémicos, en la absurdidad de lo cotidiano”, escribe la investigadora de la Universidad de Waterloo. ¿Quién no sintió en los momentos iniciales de la pandemia, o incluso lo siente todavía, que estaba viviendo una situación irreal? Los primeros memes sobre el tema subrayaron ciertas escenas de histeria colectiva, como arrasar con el papel higiénico y reprender a los transeúntes desde el balcón.
“Creo que en un inicio eran algo más naive, yo mismo tocaba la pandemia de forma muy frívola”, rememora el creador de @derribosydeconstrucciones. “A medida que avanzó la cuarentena el tono de los memes se volvió más serio, más relacionado con la salud mental”. El shock de los primeros días de confinamiento dio paso al malestar colectivo: la cuarentena se alargaba, el virus no daba tregua, familiares, amigos o incluso nosotros mismos enfermamos, nos sentíamos solos. Y eso también se reflejó en los memes, que tomaron un cariz más introspectivo. “Notamos un cambio desde la pandemia, la comunicación con la gente que nos seguía se volvió mucho más cercana”, relata Álvaro L. Pajares. “Los domingos hacíamos un consultorio en las stories de Instagram en el que la gente nos contaba cómo estaba, comenzamos a compartir más sobre nuestras vidas y se desarrolló una relación más estrecha que también nos sirvió para pensar sobre nuestra función haciendo memes; creo que sin la pandemia nuestra cuenta hubiera sido diferente”.
MacDonald incide en que utilizamos los memes para conectar afectivamente con los demás. Pero también para canalizar la frustración y el descontento: la gestión política y sanitaria de la crisis puede contarse mediante memes, desde los anuncios de la OMS hasta las frases incendiarias de Donald Trump. En España está el fenómeno Fernando Simón; la exposición mediática del portavoz del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias lo convirtió rápidamente en un icono de Internet. “Los memes consiguieron plasmar muy bien la energía del personaje”, subraya Álvaro L. Pajares. “Al final, el potencial de un meme conlleva la capacidad de llegar a sitios de nuestra mente que tal vez no hemos sido capaces de verbalizar”.
Algunos políticos fueron objeto de memes menos amables que los de Simón: las declaraciones de Isabel Díaz Ayuso, constantemente comentadas en las redes sociales, se tradujeron en memes que criticaban a la presidenta de la Comunidad de Madrid, aunque muchos incidían en su “locura” o su físico y no tanto en sus decisiones políticas. “El humor político duele, tiene la función social de abrir una herida y luego cauterizarla, aunque yo no estoy del todo de acuerdo con operar desde el cinismo”, afirma el creador de @policiadelafecto. “Creo que los límites en cuanto a personajes como Ayuso están en no hacer énfasis en temas capacitistas o de salud mental, se puede criticar su gestión sin un poso de machismo o de superioridad”.
Para Santiago M.P, el límite a la hora de publicar memes relacionados con la pandemia está en “no meterme con alguien que esté en una situación de vulnerabilidad, enseñarme con un colectivo que no se puede defender. Hay temas en los que intento no entrar por no herir sensibilidades”. El debate sobre las difusas fronteras del humor ha resurgido una y otra vez estos meses: ¿hasta qué punto podemos ironizar sobre una situación en la que mueren millones de personas? Por otra parte, ¿cómo no vamos a buscar formas de descarga emocional en un momento como el que vivimos?
Los memes como arqueología digital
Es difícil anticipar cómo serán percibidos los memes de 2020 con el paso del tiempo. La investigadora Avery Anapol señala en PanMemic, un espacio de reflexión sobre la comunicación en la era del coronavirus, el valor de los memes como artefactos del “folklore posmoderno” digital. “Se trata de millones de pequeñas instantáneas que captan pensamientos y experiencias muy específicas del público de un cambio global sin precedentes”, escribe. “A diferencia de los artículos de los medios y otros relatos institucionales sobre el virus, los memes son accesibles y populares en todas las naciones y culturas, y proporcionan una visión más democrática de la amplia gama de discursos sobre la vida durante la Covid-19”.
Wayback Machine almacena parte de la inmensidad de la red desde 1996, incluyendo miles de páginas de memes, e iniciativas como The Meme Project del Godrej Institute India Lab tienen como objetivo su investigación y archivo. Ahora, un equipo de documentalistas de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos está recopilando contenido de Internet relacionado con la pandemia; por supuesto, también abarca memes. En el repositorio digital Know Your Meme, incluido dentro de esta recopilación, ya hay más de 7.000 imágenes relacionadas con la palabra “coronavirus”. Probablemente, en unas décadas las generaciones posteriores puedan asomarse a 2020 a través de ellas: tal vez les resulte extraña nuestra obsesión con el papel higiénico.