Hace dos navidades Ana CSC atravesaba un pico de sufrimiento mental que la sumía en el dolor y la depresión. Justo entonces empezó a ver la serie ‘Brassic’, cuyo protagonista es un chico que tiene bipolaridad. Al ver la sensibilidad y el humor con que se trataba la salud mental en sus capítulos, investigó y descubrió que el actor era además el creador, y tenía bipolaridad en el mundo real. Ana reaccionó “de una manera maníaca, empecé a sentirme parte del mundo que veía en la serie, y llegué a pensar que me iba a casar con el protagonista. Eso se tradujo en que me compré unas zapatillas chulísimas, como el protagonista, que siempre llevaba zapas muy chulas, y me gasté el dinero en unas Nike plateadas brillantes”, cuenta. Y explica que fue la locura lo que le hizo sobrevivir al sufrimiento de ese momento, cuando su mente se fue a un mundo de fantasía agarrándose a una serie, un producto cultural con el que pudo disfrutar. “Era una serie contada en primera persona, y eso te permite reírte de ti misma, ser compasiva contigo y divertirte con tu propia locura, y eso es una maravilla”, explica.
Ana CSC es una de las fundadoras del proyecto LOCUS*, que se enmarca en la llamada “cultura loca”, un concepto con el que son pioneras en España, aunque en el mundo anglosajón sí se utiliza el término ‘mad culture’. Ella y sus compañeras, Iris Hernández y Francesca Alessandro, se autodenominan locas o convivientes con sufrimiento psíquico. Con LOCUS* proponen utilizar la creación artística como una herramienta para la autogestión de la salud mental y le plantan cara a la psiquiatría oficial: “La psiquiatría señala los problemas de salud mental como casos individuales de vulnerabilidad, censurables y reprimibles, pero la salud mental es un drama social, y tiene que ver con las numerosas hostilidades y opresiones del sistema capitalista, especialmente en este momento histórico”, explican.
El orgullo de estar locas
Ana, Iris y Francesca montaron LOCUS* hace tres años en el barrio de Puente de Vallecas de Madrid, uno de los más empobrecidos de la ciudad, para crear “espacios de seguridad de y para lokes, lunatikes, majaras, chalades y atolondrades”. Quieren darle la vuelta al concepto ‘lugar de seguridad’, que existe en psiquiatría, y que se asocia a espacios de contención policial y a ingresos hospitalarios. Frente a eso ellas utilizan el término “espacio seguro”, que nace del activismo. “Cada actividad cultural que hacemos tiene la intención de generar un espacio donde sentirnos seguras. Un taller o un cinefórum son un lugar de seguridad porque ese rato juntes compartiendo herramientas creativas y generando un sentimiento comunitario es lo que es realmente un lugar de seguridad, y no lo que dice la psiquiatría hegemónica”, explica Fran.
“Ese lugar seguro me ayudó a poner nombre a cosas que me habían estado atormentando toda la vida. No sabía que había una forma de aceptarlas, verbalizarlas y no avergonzarme de ellas. Encontré un espacio donde poder expresar las vulnerabilidades sin que eso suponga romperse completamente. Ha sido gracias al proceso de empoderamiento majara, sin la fuerza del colectivo no habría sido capaz de aceptar lo que me pasa como algo normal, y además politizarlo”, cuenta, emocionada, cuando recuerda los primeros encuentros de LOCUS*.
El arte como vía para entender los malestares
LOCUS* utiliza en su trabajo las herramientas culturales. Para ellas, el lenguaje artístico es una excusa o un puente, no les interesa tanto el resultado final como todo lo que sucede alrededor del proceso de creación, donde se generan los vínculos y la confianza. “Hacemos amuletos, por ejemplo, en los que volcar el malestar, que puedes tocar en momentos de sufrimiento. A través de hacer una carta de tarot o un bordado te permites expresar y, a veces, cicatrizar tus heridas, supone poner en un objeto material tus malestares”, explica Ana.
Han organizado distintos talleres artísticos para personas con enfermedad mental que son espacios de encuentro donde reconocerse y tejer alianzas, expresar la vulnerabilidad sin miedo y construir comunidad. Son talleres de memes, amuletos o ‘performance’, en los que cuentan con artistas y educadoras. Para quienes los hacen suponen poner en práctica el enorgullecimiento majara; y, hacia el exterior, buscan visibilizar el sufrimiento psíquico y el dolor, y gritarle al mundo que las personas locas sobreviven en las grietas del sistema y están dispuestas a prender la mecha de sus deseos.
Hicieron un taller de tarot para jugar con lo mágico y crear una baraja que ayude a visualizar, canalizar y colectivizar la convivencia con la locura o el sufrimiento psíquico. “El tarot tiene una vertiente que conecta con la magia y la capacidad de darle a un objeto unas características que nos hacen sentir seguras, crear un amuleto que nos permite imaginar otro estado. La intención es volcar en esta carta del tarot lo que supone para nosotras la idea de seguridad. Y, a nivel colectivo, la baraja es una caja de herramientas que se puede usar en grupo”, explica Fran.
“Es vital escuchar sin juzgar, y expresarse desde un lugar creativo porque es lo que permite conectar con la parte más abstracta del cerebro, que es donde se ubica la locura. No podemos expresar con palabras lo que no entendemos, pero con otros lenguajes, sí”, explica Iris.
Cuando surgió LOCUS*, ella decidió participar en sus actividades porque estaba pasando por una etapa muy dura “Yo tenía un diagnóstico –recuerda–, estaba en una terapia a la que iba dos veces a la semana, durísima. Los mensajes que me llegaban eran: eres una víctima, estás loca, tienes un problema... y estar en ese taller y ver a personas que habían reflexionado más sobre sus malestares me hizo ver que no era algo definitivo ni que me definiera como persona, sino una etapa, y me hizo confiar en que en un futuro tendré las herramientas para gestionarlo. Hasta entonces, mi objetivo era curarme, y en LOCUS* pude pensar que igual no me curaba, pero sí podía encontrar herramientas para gestionarlo y habitar un sitio donde poder vivir mejor”.
Las componentes de LOCUS* utilizan lo artístico como herramienta de trabajo y tienen una formación cultural, pero no quieren romantizar el arte; creen que es un mundo capacitista, violento, y que no está abierto a personas con sufrimientos mentales. “Es un sector competitivo que forma parte de un sistema capitalista neoliberal con unas exigencias muy claras de competitividad y de expectativas”, afirman.
El mundo artístico impone sus ritmos de productividad y competitividad, y no estar en determinados lugares condena a estar en la lista de ‘outsiders’. “ No todas las personas tienen las capacidades materiales para poder acceder a esos espacios ni los momentos emocionales para vivir o disfrutar de la cultura a ese ritmo brutal”', cuenta Ana.
Adolescentes y medicación
Durante el año pasado, y junto con el centro de salud mental del distrito, el equipo de LOCUS* trabajó con 300 adolescentes de dos institutos de secundaria de Vallecas. Quisieron crear un espacio de escucha, donde chicos y chicas tuvieran referencias, pudieran expresar sus malestares y entender qué les estaba sucediendo. “Una de las cosas que más sorprendió al profesorado y al equipo médico es cuánta gente nos contaba en privado lo mal que lo estaban pasando, pero que no se habían atrevido a decírselo a nadie –cuenta Ana–. Lo que están diciendo los adolescentes es que nadie les pregunta qué tal están, ni en casa ni en el instituto, nadie les da herramientas para poder reflexionar sobre la salud mental. Y cuando alguien demuestra sufrimiento mental, las únicas pautas de seguridad que recibe son espacios de contención: un ingreso psiquiátrico, una medicación, un grupo que esté pendiente de ti a todas horas en el instituto, y te conviertes únicamente en eso. Tu identidad pasa a ser solo la locura en su acepción social, es decir, totalmente estigmatizada, como algo que da miedo y asusta”.
Frente a la idea de que la pandemia ha disparado los casos de enfermedad y sufrimiento mental en adolescentes, ellas creen que el malestar se arrastraba desde hace mucho tiempo y estos dos años de convivencia con el coronavirus han visibilizado cuestiones que ya existían. “El confinamiento y la pandemia han hecho que los adultos estén en un estado mental tan alterado que quizás la empatía hacia el resto les ha hecho reparar un poco más en lo que ya sucedía en las aulas y en los institutos, en particular”, explica Iris. Admiten, sin embargo, que el hecho de que la vida social y el contacto con sus pares se haya paralizado ha afectado profundamente a los adolescentes.
Una vía para paliar el sufrimiento es que los chicos y chicas entiendan lo que les está ocurriendo con una perspectiva politizada. “Les mostramos datos: el propio hecho de ser personas que habitan Puente de Vallecas, el barrio más vulnerable de Madrid, hace que la posibilidad de que pases por sufrimiento psíquico se multiplique respecto a barrios con más capital –cuenta Fran–. ”Hacemos mucho hincapié en instar a compartir y expresar con grupos de amigos, a colectivizar el sufrimiento. Los adolescentes no necesitan más medicación, ni más médicos, ni más psicólogos. Necesitan sentirse a gusto en los propios espacios que habitan, reforzar su autoestima y generar vínculos con otras personas que están pasando por situaciones parecidas a las suyas“.
A pesar del discurso prosalud mental de las instituciones, y pese a que profesorado, personal médico y alumnado les han pedido que no se trate de una actividad anecdótica y tenga continuidad, el organismo Madrid Salud, del Ayuntamiento de Madrid, que financió el proyecto, no ha renovado financiación a LOCUS* para continuarlo el curso que viene.
Lo importante no es el diagnóstico
Para LOCUS*, el diagnóstico que pone nombre a una enfermedad mental no es lo más importante. “No conocemos a casi nadie que haya vivido el diagnóstico como algo liberador. Te puede ayudar a nombrar partes de ti, y eso está bien, pero el problema es cuando el diagnóstico se convierte en una cárcel porque eso es lo único que eres”, explica Ana.
Y recuerda lo reduccionista que es el DSM, el ‘Manual de diagnóstico de los trastornos mentales’, de la Asociación Americana de Psiquiatría, que contiene descripciones y síntomas para diagnosticar trastornos mentales. “Cualquier cosa que hagas en tu vida está relacionada con unas patologías que se inventaron unos señores blancos en un sentido capitalista. El DSM cada año crece más. Se patologiza el sufrimiento de la vida cotidiana”, cuenta. Los malestares que provocan las sociedades capitalistas pasan a tener nombres de trastornos, a provocar culpa y estigmatización y a ocultarse. “El sufrimiento que sentimos al vivir en las sociedades que nos acogen no está bien visto”, añade.
Ellas no piden nunca el diagnóstico a las personas que se acercan a participar en las actividades que organizan. “Si se nombra el diagnóstico nos parece bien, pero no es lo más relevante. Si se trata solo de poner una etiqueta sin sumarle comprensión y acompañamiento, no sirve para nada. Lo que necesitan las personas con sufrimiento mental es conocer a pares que estén viviendo lo mismo”, explica Ana.
Disfrutar de la locura
La locura puede ser entendida como un espacio que se puede disfrutar y que permite ver el mundo desde otra mirada. “Cuando hablamos del derecho al disfrute de la locura, queremos reivindicar nuestra forma de estar, sentir y afectar al mundo. La locura es un estado emocional metafórico que nos cuenta cosas sobre nosotros mismos. Desde la locura se llega a reflexiones que no benefician al sistema, y poder disfrutar esa parte de nuestro abanico de emociones es liberador, cuando siempre ha estado oculto y vapuleado”, dice Ana.
No olvidan el sufrimiento que supone la locura y explican que sus síntomas y vivencias están ligados al lugar y al entorno cultural donde viven. “Se han visto diferencias en la gente que escucha voces. En Estados Unidos la mayoría de las voces están superalteradas, son violentas; sin embargo, en India las voces son relajadas, muy espirituales. En un país hay una tradición que incita a vivir con consciencia la parte más espiritual de la vida, y en el otro el valor de la persona lo miden la productividad y los ritmos frenéticos”, explica Ana.
Y añade que “el sufrimiento es un síntoma resultado de una sociedad enferma. Poder reconciliarse con ese malestar, abrazarlo, agradecerle lo que te enseña y compartirlo con otros, igual que si hablaras del tiempo, lo suaviza; y suavizarlo, sin medicina de por medio, lo politiza”.
Recuerda su crisis de hace dos años “Cuando me compré aquellas zapatillas plateadas pensando que me casaría con el protagonista de ‘Brassic’ se lo conté a mis amigas de LOCUS* y sabía que lo iban a acoger con cierto humor y sin sobrepreocupación. No iban a convertir ese momento de locura en una emergencia en la que llamar a mis padres o a mi médico, sino que iban a entender que esa es una parte de mi personalidad”, explica.
“Poder contar las experiencias vividas sin miedo ni vergüenza es una liberación que conduce al disfrute de una misma en toda su esencia”, concluye.
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