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Patrimonio histórico Un siglo de autoexpolio

El patrimonio en crisis: el expolio del siglo XX es hoy abandono y falta de inversión en la 'España vacía'

En el extremo norte de Palencia yace abandonado el último superviviente de Quintanilla de la Berzosa, un pequeño pueblo que sucumbió a las aguas del embalse de Aguilar. Calmada hace tiempo la obsesión estadounidense por la Edad Media española, repletos los principales museos de Estados Unidos de testimonios hispanos del arte románico, ningún anticuario, ningún marchante con acento inglés se dejaría ver hoy por la zona pidiendo precio por las piedras del maltrecho templo de San Martín. Eso es exactamente lo que hubiera ocurrido, sin dudarlo, hace un siglo. Entonces, el 'autoexpolio' del patrimonio español —el empeño del país por dejar marchar algunos de los testimonios más valiosos de su pasado— propició el viaje en barco a Norteamérica del claustro de Sacramenia (Segovia), la sala capitular de Óvila (Guadalajara) o las pinturas murales de San Baudelio (Soria). Aunque estas solo son algunas de las víctimas más populares de aquel desafortunado fenómeno que todavía hoy residen en ultramar, sin posibilidad de retorno.

En esa época fue también factor determinante la ignorancia de una sociedad indiferente que solo en honrosas ocasiones —como el ejemplo de los aragoneses del municipio de Uncastillo— se rebeló tratando de impedir en vano el despojo de uno de los suyos. Desmanes que horrorizan desde la perspectiva presente, pese a que el expolio prolonga hoy sin pausa su efecto devastador, invisible igualmente a los ojos de una ciudadanía con mayor cultura y conciencia del patrimonio que la de antaño. La gran diferencia radica en que los cazafortunas y marchantes vestidos de falsos hispanistas que rentabilizaron la España del 'autoexpolio' han mudado la piel: el abandono, la sangría demográfica y el envejecimiento, y la falta de inversiones públicas son el León Levi o el Arthur Byne de nuestra era.

Actualmente, cerca de un millar de elementos patrimoniales figuran en la peligrosa «lista roja» de Hispania Nostra. Si no se actúa sobre ellos, una parte importante desaparecerá para siempre

Actualmente, cerca de un millar de elementos patrimoniales figuran en la peligrosa 'lista roja' de Hispania Nostra –asociación sin ánimo de lucro dedicada a la defensa del patrimonio cultural y natural de España–. La lectura es fácil: si no se actúa sobre ellos, una parte importante desaparecerá para siempre. “España es el tercer país con mayor cantidad de bienes patrimonio de la humanidad por la Unesco. Tenemos un riquísimo patrimonio, pero, por esa misma razón, entendemos que no se puede llegar a todo”, constata Bárbara Cordero, directora de la asociación. Y aquí aparece una de las primeras claves: “Sin la implicación de la sociedad en el patrimonio, no podremos salvarlo del estado en que se encuentra”, pronostica.

Un augurio que se adivina cierto. Porque da la impresión de que la sociedad española ha recorrido un largo trecho en la senda de la sensibilización… pero quizá no sea para tanto. Una de las más avezadas investigadoras de la destrucción de edificios históricos advierte de que “conjuntos patrimoniales de muy diverso signo siguen hoy pereciendo”. Para la historiadora María José Martínez Ruiz, las causas están plenamente identificadas: el abandono, la falta de cuidado o la escasez de recursos destinados al mantenimiento son factores capitales. Pero la profesora hace mención también del que quizá sea el motivo más inesperado: la “falta de compromiso social” en la conservación. Un factor que un día es la propia indiferencia y, al otro, da la cara en forma de grafitis sobre piedras que han sobrevivido a siglos de avatares históricos.

“Es vital concienciar a la población de que los monumentos son una apuesta de futuro”. Esta máxima fue una de las razones que llevaron a Cristina Párbole a impulsar una campaña que reclama la apertura y divulgación de los abundantes edificios románicos que residen en la provincia de Palencia. Como ella misma explica, “no pedimos que las iglesias se abran 24 horas”, sino un programa razonable y sostenible que “profesionalice” las visitas y que atraiga a “jóvenes preparados que quieren trabajar por y para el medio rural”. La iniciativa “Por un románico abierto” —que ha generado un intenso debate público en los últimos años y cosechado numerosas adhesiones por el camino— pone definitivamente el dedo en la llaga de otro de los problemas clave en la supervivencia del patrimonio: la imparable sangría demográfica que sufre el país.

No pedimos que las iglesias se abran 24 horas pero sí profesiones jóvenes preparados que quieren trabajar por y para el medio rural

Porque, ¿dónde está a veces esa población a la que hay que concienciar? La pregunta arroja una de las grandes paradojas de nuestro tiempo. Hace un siglo, fueron principalmente las zonas rurales las causantes de una hispanofilia que florecía sin mesura en Estados Unidos, y que parecía sepultar para siempre la desafortunada leyenda negra que cercaba nuestro país. La fascinación por una tierra cuyas gentes, modo de vida y tradiciones parecían haberse congelado en la Edad Media era demasiado tentadora como para no intentar importar un pedazo de todo aquello. Y el precio acabaron pagándolo los múltiples edificios histórico-artísticos que fueron vendidos, despojados y remontados al otro lado del Atlántico. Buena parte de esos pueblos de novela histórica se encuadran hoy en la llamada España vacía, cuyos templos no acaban de acostumbrarse a escuchar cada día menos oraciones y temen verse, sin demora, definitivamente solos.

“Si no hay gente que llene las iglesias, se quedan vacías y la falta de uso aboca a la ruina”, expresa la historiadora del arte Cristina Párbole. Más allá del paradigma del uso como garante de la conservación, he aquí otro hecho singular. Son los últimos habitantes de los territorios con mayor patrimonio en riesgo los más “activos” en la demanda de su puesta en valor. “A través de nuestros socios, hemos detectado que en comunidades como Castilla y León hay mucho patrimonio en peligro, pero también es verdad que sus vecinos son los que mejor trabajan y muestran una mayor conciencia social”, revela desde Hispania Nostra su responsable Bárbara Cordero. Así que no es de extrañar que se puedan rastrear allí casos modélicos de sensibilización, como el de “pueblos con ocho habitantes que han conseguido restaurar el retablo de su iglesia a través de campañas de micromecenazgo”. El patrimonio, el vecino más longevo, también se convierte para ellos en el mayor (y a veces, único) motivo para la esperanza.

Una segunda oportunidad

Consciente del deterioro del patrimonio de Extremadura, José Luis Díaz impulsó hace un lustro el portal Arte en ruinas, un espacio digital que se ha esforzado por localizar y reunir los casos de degradación más flagrantes de su tierra. No sin sorpresa, años de trabajo le han permitido “ser consciente” de que la encrucijada de la herencia en peligro de extinción “es similar en todo el territorio”. Coincide, no obstante, en que “son las zonas rurales las que sufren un abandono progresivo del patrimonio histórico quizá más pronunciado”. Castillos, ermitas o conventos suponen, en ocasiones, una realidad quizá demasiado aislada de los núcleos de población, “muy difícil de integrar en el turismo”.

Existen multitud de inmuebles históricos a los que se les ha negado "una segunda oportunidad" bajo el mantra de las nuevas construcciones de vanguardia

Como en el citado caso de Uncastillo —cuyos vecinos se rebelaron hace un siglo ante la venta de la portada de la iglesia de San Miguel a un librero que terminaría enviándola al Museo de Boston—, los extremeños pelean hoy para darle la vuelta a situaciones incomprensibles. El historiador José Luis Díaz cita el caso concreto del castillo de Trevejo, una “joya histórica y patrimonial en estado deplorable que se encuentra en un limbo legislativo y burocrático que ha puesto la fortaleza en una situación de riesgo muy alto”. Y todo ello pese a la pelea que mantienen desde hace años tanto los naturales de la localidad extremeña, como las personas implicadas en el desarrollo de la cultura y el turismo de la zona.

Pero además, Díaz aporta otro concepto interesante: existen multitud de inmuebles históricos a los que se les ha negado “una segunda oportunidad” bajo el mantra de las nuevas construcciones de vanguardia. “Hay poblaciones que podrían desarrollar gran parte de su economía en torno a algunos de sus edificios y, sin embargo, se les deja morir lentamente”, denuncia. 

La inversión pública que nunca llegó

Y como cada año por estas fechas, buena parte de la nómina de edificios en peligro son conscientes ya de la cercanía del próximo invierno y, con él, del demoledor efecto de la humedad y de las lluvias. En algunos inmuebles terminarán por desprenderse los últimos frescos de sus muros. Otros directamente colapsarán y los vecinos llevarán su caída en desgracia a los medios de comunicación, clamando por fondos públicos para una restauración que nunca llegó. O como prefieren denominarlo los guardianes de Hispania Nostra, la ejecución de “trabajos preventivos”, actuaciones de mantenimiento llamadas a anticiparse a las ingentes inversiones que algún día serán definitivamente descartadas por imposibles. Aún aceptando el hecho de que atender el vasto catálogo patrimonial español en su conjunto es inviable, todo parece indicar que la Administración pública podría esforzarse mucho más. 

Para entenderlo basta con permanecer en Extremadura, donde Hispania Nostra pone el foco sobre el caso más hiriente al que se ha enfrentado en los últimos años. “Hemos luchado lo indecible con los agentes locales por llevar el monasterio de San Antonio de Padua, en Garrovillas de Alconétar, a la lista de los siete monumentos más amenazados de Europa”, relata Bárbara Cordero. Un hito que acabarían logrando. Igualmente terminaron por dar solución al problema de titularidad que complicaba su gestión y conservación, e incluso implicaron a un banco en la financiación de los trabajos de restauración necesarios porque entendían que el lugar —“recóndito, auténtico, maravilloso”— contaría así con un argumento de peso para poner freno a la despoblación de la zona. Pero el esfuerzo no ha obtenido hasta ahora el premio merecido. “Al final de todo el proceso, nos encontramos con que la Junta de Extremadura tenía habilitados únicamente 10.000 euros, un presupuesto que ni siquiera alcanza para realizar el proyecto”, se lamenta Cordero.

“La inversión pública es fundamental”, sostiene por su parte la promotora de la iniciativa Por un románico abierto, aunque es difícil persuadir a políticos y ciudadanos cuando no se sabe exactamente cuándo llegarán los frutos. “Solemos pensar que invertir en patrimonio es dinero perdido, pero esa inversión nos aportará mucho más en el futuro”, defiende Párbole. En Hispania Nostra añaden que “si tienes una iglesia en buen estado de revista, eso genera visitas, un turismo cultural interesante y, en definitiva, crea economía”.  

Si tienes una iglesia en buen estado de revista, eso genera visitas, un turismo cultural interesante y, en definitiva, crea economía

Sobre ese “buen estado de revista” y aunque España “ha ido dando pasitos”, Bárbara Cordero reconoce que cabe aún un amplio margen de mejora. Ahora bien, ¿existe algún país del entorno que pueda servir como modelo a seguir? La respuesta es que sí y, además, se trata de un vecino muy cercano. “Cualquiera que recorra las carreteras de Francia comprobará que el patrimonio allí está perfectamente señalizado, existen rutas y hasta está indicada la oferta gastronómica de la zona”. En el caso español, Cordero es tajante: “Hay grandes ausencias y, a veces, solo llegas a visitar un monumento porque eres un convencido”. Una realidad que saca los colores a un país que conserva en sus piedras la huella de un crisol cultural único.

Y mientras el país sigue avanzando con lentitud en la conservación y la divulgación, iglesias como la palentina de Quintanilla de la Berzosa, asombran con su voluntad de seguir existiendo. Tal y como lo hizo hace casi un milenio el estilo románico de sus piedras, compara la historiadora Cristina Párbole. Porque el románico se negó entonces a doblar la rodilla ante la fuerza del incipiente gótico. No es escaso el mérito. Casi incontables son los testimonios que perecieron por el camino. Unos, simplemente fruto lógico del paso del tiempo. Otros, víctima del expolio (o del autoexpolio) al que fueron sometidos por su propio país. En el presente, producto de la indiferencia, la falta de cuidado o, más dolorosamente, como una consecuencia más de la sangría demográfica que coloniza ya una parte importante del territorio nacional.