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Paula Bonet se despide (de aquella Paula Bonet)

La ilustradora valenciana Paula Bonet

Peio H. Riaño

14 de septiembre de 2021 22:09 h

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Paula Bonet (Vila-real, Castellón, 1980) ha comunicado en sus redes que el acosador al que denunció hace meses ha descubierto la ubicación de su nuevo taller y se presenta desde hace días a la puerta, saltándose la orden de alejamiento que le concedió una jueza a la espera del juicio. “A veces dice que quiere cortarme en trocitos, otras veces se agarra a la ventana de mi despacho a la una de la mañana mientras yo trabajo para que le explique qué me pasa, porque no me entiende, dice. Yo no respondo, solo pego un grito, le pido que se vaya y llamo al 112. El lunes pasado tuve que hacerlo tres veces”, ha escrito la artista.

Unos días antes, la artista había anunciado el cierre definitivo de su pasado como ilustradora de éxito: “Me despido de mi trabajo de ilustradora cerrando web y shop on Line”. Dijo en su cuenta de Instagram que liquidaba los restos de aquella etapa de éxito, para cortar el último vínculo que le unía a un pasado con el que desde hace más de cinco años no se habla. Cuando lo venda todo ya no quedará nada de la Bonet ilustradora de finas acuarelas y bellas ensoñaciones que marcó un hito en el producto editorial español con el exitosísimo ¿Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End? (Lunwerg, 2014), del que todavía se siguen imprimiendo ejemplares. Es una decisión de una honestidad y coherencia radical que no puede pillar por sorpresa: en 2016 Paula Bonet enterró a Paula Bonet con La Sed (Lunwerg), momento en el que la artista rompió con la estética que le había convertido en popular y dado de comer.

¿Recuerdas el día en el que dijiste “se acabó”? “Cuando mi editor me dijo que llevábamos más de 30.000 ejemplares vendidos del The End y yo sabía que muy pocos lectores y lectoras (ni había sucedido en las entrevistas, ni en las colas de firmas, a las que la gente venía a por una foto) habían profundizado en el contenido del libro”, responde a elDiario.es la autora mientras viaja en el AVE desde Barcelona, camino de la Feria del Libro de Madrid. Entre medias apareció 813 (La Galera, 2015), un libro con el que rindió tributo a uno de sus directores fetiches, François Truffaut, y en el que ya se barrunta la tempestad que estallará un año más tarde. La expectación después de su primer pelotazo se vio truncada ante un libro muy distinto al The End: menos preciosista y mucho más duro. Algo se rompió. Si en The End trató las rupturas, en La Sed fueron las roturas.

La Sed descubrió a una artista poética y herida, que renunció a lo bonito, el éxito y los beneficios. Podría haber mantenido el rodillo de unas imágenes inconfundibles y satisfacer el nicho de mercado, pero abandonó el privilegio de la fórmula infalible. “Llevo seis años cerrando esa puerta. El hecho de que el cierre de una shop on line que lleva tanto tiempo sin renovarse haya creado tanto revuelo, ha sido una gran sorpresa. Para mí ya estaba muerta”, reconoce Bonet. ¿Le debe algo a ese pasado al que renunció hace tiempo? “El altavoz”, responde. Muerta pero reconocida y aplaudida. Aquellos dibujos a los que dedicó poco más de tres años de su vida le ofrecían “el camino más fácil que podía transitar, el de la puerta más grande, el que me ocuparía pocas horas de trabajo y mucho rendimiento económico”.

“Entonces me pareció que si seguía ese camino iba a estar timándome a mí misma e iba a sacrificar lo único que me ha acompañado toda mi vida y a lo que tanto valor le doy: aquello que no entiendo y que resuelvo cuando pinto y cuando escribo”, proclama Paula Bonet. El timo se debe a que confía poco en obra “de aplauso inmediato y fácil”. “No confío en una obra que genera aplauso pero no debate, que no hace preguntas o que únicamente acompaña cariñosamente a aquel o a aquella que la contempla”.

Amor por la ilustración

Comenta que lo que desde fuera puede parecer radical, ella lo siente como un hecho “normal, inevitable y coherente”. Que la puerta que muchos de aquellos lectores y lectoras de The End ven cerrarse, para ella es pura iluminación. “Cuando publiqué Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End y vi todo lo que empezaba a generarse alrededor de mi trabajo, me di cuenta que lo que habitualmente identificamos con ”tener éxito“, a mí me producía una gran ansiedad. No entendía la importancia que se le estaba dando a unos dibujos que buscaban, básicamente, la inmediatez, y cómo aquellos dibujos pisoteaban y destruían todo mi trabajo anterior. Sé que, si no hubiera estado alerta, aquellos dibujos habrían respondido más a intereses ajenos que a los míos propios”, se sincera.

Algunos vieron en aquella estética naïf a una niña bien a la que se permitieron menospreciar desde escenarios como el de La casa del lector, en Matadero (Madrid). Confiesa que ha querido romper con todos esos años, con la inmediatez de la obra que le dio a conocer. “Suele vincularse a un envoltorio que detesto. Hay muchas maneras de ilustrar. Hablamos de un arte complejo, interesante, que nos permite reflexionar, o desaparecer, o crecer. Pero los proyectos que suelen tener más visibilidad son justamente los que menos fieles a la disciplina son. Se aplauden y visibilizan los más inocuos, los que suelen quedarse en un envoltorio fácil de convertir en un producto que, a mi parecer, nada tiene que ver con lo que para mí significa la disciplina”, explica Bonet. 

En los escenarios y en los periódicos. No olvidará un titular publicado en El País sobre The End: “Todos quieren el conejo blanco de Paula Bonet”. El foco era ella, no la obra. “Pienso que el hecho de que aquel trabajo y mi persona estuvieran en boca de tanta gente no benefició a mi obra: había, a mi alrededor, demasiado ruido. Tardé poco en dejar de hacer unos dibujos con los que todavía el público me identifica. Han pasado diez años y siguen llegando encargos que esperan un dibujo cuqui, con una chica joven melancólica, con mucho color, fácil de aplaudir y que, descontextualizada del texto que la genera, no cuenta nada”, subraya. El envoltorio bello de sus visiones lo complicó todo, se convirtió en un obstáculo para el diálogo que pretendía. “Sigo sin entender cómo surgieron tantas copias tan mal resueltas de todos aquellos primeros dibujos, y cómo tantas editoriales las compraron (y las siguen comprando)”, ironiza Bonet.

Desde las entrañas

“Tuve claro enseguida que no quería publicar otro libro como el The End”, observa. Así que decidió que si ilustraba lo haría solo para “proyectos que valieran mucho la pena”. Estaba dispuesta a abandonar aquel preciosismo de la manera más rápida que me fuera posible. Los encargos interesantes no tardaron en llegar e iluminó libros con Joan Didion, Rosa Montero o The New Raemon, el disco con Christina Rosenvinge, el cartel para la Feria del Libro de Madrid o para la obra Chicas y chicos de Dennis Kelly. “He dicho muchas veces que no soy ilustradora porque no tengo la capacidad ni la habilidad de trabajar en un encargo con el que no comulgue desde las entrañas”, indica. Por ejemplo, el libro de Didion conectó con la muerte de sus hijas no nacidas o el realizado con The New Raemon con la evolución hacia lo abstracto.

En esta última década hay un trayecto muy llamativo en la carrera artística de Paula Bonet desde lo más popular a lo más íntimo y reflexivo. Desde la exposición pública, al trabajo y diálogo compartido en confianza. Señala varios motivos de este cambio de vía: Ignoramos nuestra verdadera estatura hasta que nos ponemos de pie, de Emily Dickinson, Asia Argento y el Me too, la obra de Didion, Sexton, Ernaux, Solnit o Russ, Audre Lorde y su Tu silencio no te protegerá. Entendió que debía hurgar en su voz y “dejar de estar pendiente de lo de afuera”.

“Tenía que volver a la pintura y al grabado, que son las disciplinas en las que me formé y con las que sé construirme esos espacios de reflexión ajenos a las tendencias o al aplauso fácil”, dice. Este último paso quedó recogido en su primera novela, La anguila (Anagrama, 2021), que también tiene eco artístico en una serie donde el espacio blanco es el protagonista (La Nau, 2021). Han tenido que pasar muchos años para poder publicar y pintar este trabajo. “En estos seis años he resquebrajado aquel envoltorio por completo y me he alejado de ese ruido, para centrarme en lo que pienso que realmente es importante”, dice Bonet. Adelanta que el año que viene cerrará La anguila en marzo, cuando Anagrama publique su nuevo escrito. Y así la palabra y la pintura quedarán trabadas para siempre.

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