Porque hay cosas que solo ocurren en la noche, como las luces de neón o el color fosforescente de los cementerios, y lo de Chet Baker ocurrió una noche de primavera; una maldita noche perfumada con el siniestro aroma de la muerte. Se estampó contra el pavimento de una calle de Ámsterdam y el golpe fue mortal de necesidad. Cuando levantaron su cadáver quedó un charco de sangre donde se reflejaban las estrellas.
El caso de Chet Baker es solo un ejemplo de cómo los músicos de jazz, al igual que algunos escritores, tientan demasiado a la suerte. Podría seguir enumerando cadáveres de músicos de jazz y de escritores, de fantasmas que se dejan ver a la suave luz amordazada de los tanatorios. Es fácil convocarlos y hacer literatura con ellos siguiendo el rastro de suciedad y belleza que dejaron sus vidas. Porque el jazz, al igual que la literatura, se hace con memoria y con deseo.
La música más libre del mundo fue creada por esclavos; algodoneros que rompieron sus cadenas expresándose con la rabia de la negritud contenida en sus genitales, llevando hasta los burdeles el descaro pélvico de sus ritmos calientes. En estos días se publica un título sugerente y significativo, un ladrido desolado que promete un viaje por carreteras secundarias, caminos de polvo y derrota que conducen a ese lugar de donde nunca se vuelve. Se trata de las memorias de Charles Mingus tituladas 'Menos que un perro' (Kultrum).
Para quien no sepa aún quién fue Charles Mingus hay que decir que nadie ha tocado el contrabajo como él; nadie. Mingus consiguió una vibración tan sucia como hermosa, un temblor con el que se desvela el verdadero misterio de la vida que no es otro que el de gozar de ella con el exceso. Porque la felicidad de estar vivo solo adquiere sentido cuando te juegas la vida para disfrutar de ella, no sé si me explico, pero Mingus supo jugar a ese juego.
A finales de los años cincuenta, tras sufrir un desengaño amoroso, Mingus tomó camino de Tijuana. De aquel desenfreno por moteles y bares de alterne nació uno de sus discos más excesivos y uno de los discos más importantes de la historia del jazz. Me refiero a Tijuana Moods; un disco fronterizo donde el jazz clásico se distorsiona hasta alcanzar la locura del free jazz. Sus constantes cambios de ritmo y la entrada del color local con una fiesta mariachi a la que no le faltan castañuelas sentaría los fundamentos de lo que vendría años después, cuando Roscoe Mitchell, Lester Bowie, Malachi Favors y Philip Wilson montaron la Art Ensemble of Chicago.
La biografía de Charles Mingus es todo un viaje desde el barro a las estrellas pasando por los barrotes del psiquiátrico de Bellevue de Nueva York donde anduvo recluido una temporada y donde compuso el tema Lock'Em Up (Hellview Of Bellevue). Su infancia estuvo marcada por el ritmo de los correazos de su padre, un tipo diestro en el manejo del cinturón. Tal vez, por eso, Mingus huyó de toda sombra represiva que viniese a poner orden y pauta a su expresión artística.
Por lo dicho, su biografía es mucho más que la biografía de un gran músico; es un retrato sociológico de una época racial y sonora, es la experiencia vital de un hombre que no se derrotó ni cuando la enfermedad le arrancó el contrabajo de las manos.