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Noticia servida automáticamente por la Agencia EFE

“La casa de los pintores”, Lucio Muñoz y Amalia Avia vistos al natural

EFE

Madrid —

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El escritor Rodrigo Muñoz Avia no ha querido poner a sus padres, los pintores Lucio Muñoz y Amalia Avia, al servicio de su literatura, por eso en “La casa de los pintores” traza un relato emocionante desde el punto de vista del hijo, pero también es el friso de un época, un 'Cuéntame' de la pintura.

“La casa de los pintores”, publicado por Alfaguara y que acaba de salir a la calle, recoge la vida de Lucio Muñoz (Madrid, 1929-1998), uno de los pintores abstractos más destacados del informalismo español, coetáneo de Millares, Canogar y el Grupo el Paso y de Amalia Avia (Santa Cruz de la Zarza. Toledo 1930-, Madrid, 2011) pintora realista sobresaliente.

Ambos símbolos de la pintura del siglo XX y de un periodo de España que recupera ahora Rodrigo, uno de los cuatro hijos que tuvo el matrimonio.

“Yo sabía que tarde o temprano tenía que escribir este relato, pero no quería escribir una biografía o un documento”, explica a Efe Rodrigo Muñoz Avia.

El libro es una reconstrucción literaria que no incluye “ningún ajuste de cuentas”, ni un matar al padre, sino que es un relato vital de alguien que vivió “una vida excepcional en la España de inicios de los 60 hasta la muerte de sus padres.

“Yo no he vivido esta circunstancia como una losa -sostiene-, todo lo contrario, aunque en todas las inauguraciones la gente preguntaba: ¿'y tú no pintas?'; una frase que iba a ser como se llamase el libro al principio; pero lo que hago es indagar en lo que ha significado vivir en un casa de pintores, en la que la creación y el arte era lo primero”.

El libro comienza con el recuerdo que tiene Rodrigo de las inmensas y fuertes manos de su padre, de Lucio Muñoz, y de lo cariñosa que era su madre. “Mi padre tenía un mundo más reservado, era más introvertido, pero mi madre era mucho más abierta, expansiva y cariñosa”, añade.

La obra de Lucio Muñoz, uno de los grandes, fue muy valorado, con una pintura sombría y con el uso de la madera que a finales de los 50 le encumbró como símbolo del expresionismo abstracto, fue más reconocida que la pintura realista de Amalia Avia, que pintaba la crónica sentimental de un tiempo, de las calles de Madrid, de sus tiendas y cierres, de sus edificios viejos y desconchados; pero era mujer y la tocaba ser la segunda.

“Aunque mi padre era una persona culta y nada machista y ayudó a mi madre en su creación y la apoyó hasta el final en esa época, por los motivos propios del momento, mi madre era la segunda. Ahora por los tiempos que estamos viviendo y gracias al feminismo pues se la está reivindicando más”, dice el autor.

Camilo José Cela tildó a Avia como la pintora de las ausencias, la cronista del “por aquí pasó la vida”.

“Fue una mujer muy avanzada y sacó su trabajo adelante siendo madre de familia y criando a cuatro hijos. Siempre se sintió apoyada por mi padre, pero siempre sintió el escalafón en casa y lo asumía por cuestión de género”, argumenta el autor del libro.

Una marginación que sintió como mujer y como pintora realista, porque en los años que siguieron al Franco ser realista estaba muy denostado, como asegura el autor. “Recuerdo que hubo una crítica en los 90 que le hizo especial daño -explica-, porque para una exposición se hizo una foto con sus nietos, y el crítico de uno de los periódicos más importantes, puso: 'abuela y artista', y también recuerdo otra, en el Diario de León, que decía: 'gran pintora y gran ama de casa'”.

La vida diaria, los viajes, la casas, los estudios de los artistas, la política, las amistades intensas con otros creadores muy afines como Antonio López, María Moreno, Julio López Hernández, y todos los del círculo de los realistas, conforman esta crónica feliz porque, como precisa su autor, no todo va a ser como el tópico de Ana Karenina cuando decía que 'todas las familias felices se parecen, pero cada familia infeliz lo es a su manera'“.

“Yo creo que las felices también son a su manera, y la mía es la crónica de una familia excepcional, con cierta singularidad que vivió muy bien”, concluye el hijo de los pintores.

Por Carmen Sigüenza