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Museo de Colecciones Reales, un homenaje a la monarquía de más de 160 millones que nadie quiere inaugurar

Fachada del Museo de Colecciones Reales de Madrid (España)

Peio H. Riaño

22 de julio de 2021 22:07 h

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Hace un año y medio María Llanos Castellanos fue sincera: “Es un museo que arranca hace 22 años y me he encontrado un edificio vacío”, explicó en entrevista con este periodista. Esta semana Castellanos ha renunciado a su puesto como presidenta de Patrimonio Nacional –para convertirse en la número dos de Óscar López en el Gabinete del presidente Pedro Sánchez– y los planes que nunca hizo públicos sobre el futuro del Museo de las Colecciones Reales tendrán que ser revisados por su sustituta, Ana de la Cueva, exsecretaria de Estado de Economía. Las obras del edificio diseñado por Emilio Tuñón y Luis Moreno Mansilla finalizaron en 2015, pero desde entonces se han visto tantos modelos de museografía (el relato que propone la institución) como presidentes.

El primero de ellos fue José Rodríguez-Spiteri, que convocó el concurso para licitar (por 21 millones de euros) el diseño del contenido. Su idea rompía con la de quien tuvo la iluminación de construir otro museo para alabar a la realeza, el duque de San Carlos, Álvaro Fernández-Villaverde, que en 1998 justificó la creación del Museo de las Colecciones Reales como un asunto “universal”, no madrileño. Y lo comparó con el mismísimo Louvre, porque en sus cimientos también descansaban restos arqueológicos con los que tenían que convivir. La obra de Tuñón y Mansilla ha conservado, al menos, un muro de la antigua puerta de Sagra de la muralla musulmana de Madrid.

Fernández-Villaverde insistía en la propaganda de la identidad monárquica del país que había decidido ser república hasta en dos ocasiones. La imagen de Juan Carlos I por entonces todavía era la del rey cercano e impoluto, sin millones de euros ocultos en Suiza supuestamente para evadir impuestos. El duque fue presidente a propuesta del entonces presidente José María Aznar y planteó un museo que ya existía: el Museo Nacional del Prado es la colección suprema de las colecciones reales. La realeza no tenía suficiente con el Palacio Real y los Reales Sitios, pero pronto se daría cuenta de que tampoco tenía contenido. 

Lluvia de millones

No había joyas enterradas en los almacenes de Patrimonio Nacional que justificaran la inauguración de un desvarío faraónico en medio de la crisis financiera. Patrimonio Nacional tiene cerca de 154.000 piezas catalogadas, pertenecientes a medio centenar de colecciones de la monarquía. La única salida a esta “escasez” era abarrotarlo de tapices, carruajes, relojes antiguos, vehículos de motor... para homenajear a los Austria y los Borbones. Ante esta realidad, Patrimonio Nacional cambió su aspiración y entonces deseó ser el museo de tapices más importante del mundo, más que el de Viena. Tampoco preocupó que mantenerlo abierto al público costaría otros siete millones de euros anuales, que se pagarían en su mayoría con los impuestos de los españoles. 

Después de ver más de tres armaduras y carruajes, los visitantes entran en un estado de profundo aburrimiento

“¿Cómo convertimos una armadura en algo icónico? Después de ver más de tres armaduras y carruajes, los visitantes entran en un estado de profundo aburrimiento. Una fila interminable de tapices tiene una atracción muy limitada...”. Este mar de dudas y clarividencias era el que se planteaba 18 años después de la ocurrencia de Fernández-Villaverde, en privado y en público, el entonces presidente Rodríguez-Spiteri, que cuestionaba abiertamente las ocurrencias suntuarias del decano de la Diputación de la Grandeza de España. Su idea para el museo era mucho más arriesgada: hacer competencia al Prado. 

Pero para hacer frente a la propuesta de la principal institución cultural española le faltaban unas Meninas o un Guernica. Así que reclamó al Prado cuatro obras propiedad de Patrimonio Nacional que seguían depositadas en el museo desde 1936: El descendimiento de la cruz, de Roger Van der Weyden, de 1435; El lavatorio, de Tintoretto, de 1548; y de El Bosco La mesa de los siete pecados capitales y El jardín de las delicias (1500). Esta podría convertirse en la protagonista del nuevo centro y Spiteri lanzó un órdago a todo o nada que acabó, un año después, con su cabeza. En su lugar Mariano Rajoy colocó a quien resolvería la cuestión a favor del Prado, Alfredo Pérez de Armiñán.

Más España, menos arte

El sustituto de Spiteri no estaba tan interesado en el arte como en la defensa de la monarquía y de España. Pérez de Armiñán pretendía montar, antes de ser retirado por el gobierno socialista de Pedro Sánchez, una analogía nacionalista que vinculara “la propia historia de la monarquía y la formación de España como Estado y comunidad nacional”. En pleno debate independentista con Catalunya, Pérez de Armiñán demostró que el arte es la mejor herramienta propagandística que tiene al alcance la política. Su postura dejó patente el complicado futuro que tiene en España un museo cuya única intención es la del homenaje a los reyes, sobre todo, con un rey inseguro en su imagen pública. 

La primera presidenta al frente del Consejo de Administración de Patrimonio Nacional llegó con una intención menos nacionalista que la de su predecesor, al menos en las fórmulas retóricas. “El museo debe ser un lugar de encuentro para todos, de relato hecho en común, donde todo el mundo que lo visite, desde cualquier lugar de España, y de fuera, encuentren parte de su pasado y de su historia. Queremos que el museo contribuya a la formación de un sustrato común”, explicaba María Llanos Castellanos a la semana de su toma de posesión. Su intención era elaborar una museografía en la que destacar una “memoria compartida” y un “proyecto de futuro con bases sólidas”. 

Incorporaba una terminología que rebajaba el énfasis y la devoción de Pérez de Armiñán por los logros monárquicos y la patria era sustituida por la diversidad. “Queremos un enfoque integrador, amplio, diverso, plural y conjunto. Sabemos las piezas que tenemos y nos parece interesante que sean ellas las que hablen de la diversidad. El discurso del Museo de las Colecciones Reales debe ser de encuentro, tiene que contribuir a ese relato”, dijo la expresidenta en una entrevista una semana antes de la declaración del estado de alarma contra la expansión del coronavirus. 

¿Y ahora qué?

Antes del parón del COVID-19 reconocía que le parecería un logro inaugurar en 2022. La nueva fecha suponía una década de retraso en la apertura de un centro con más 40.000 metros cuadrados de superficie construida y tres salas de exposición que ocupan 5.000 metros cuadrados, con espacios de 140 metros de largo y ocho metros de altura, para el que se movieron 250.000 metros cúbicos de tierras para colocarlo en la cornisa del Palacio Real, al borde de la catedral de la Almudena. El recorrido de 15 siglos de historia de arte coleccionado por la monarquía pretendía arrancar con las Cantigas de Santa María de Alfonso X el sabio y acabar con la polémica Familia de Juan Carlos I de Antonio López. 

Para el relleno de las casi 700 piezas que componen la museografía y en su búsqueda de un icono mediático debían descapitalizar los otros lugares que gestionaba Patrimonio Nacional. Desvestir los Reales Sitios para vestir un museo y traerse, por ejemplo, El Calvario de Rogier Van der Weyden, depositado en el Monasterio del Escorial. Tanto los monasterios de San Lorenzo de El Escorial y San Jerónimo de Yuste, como los palacios de Aranjuez, la Granja de San Ildefonso o Riofrío perderían parte de su fuerza turística para reforzar el centro madrileño. La merma de interés de la visita a estos espacios sería evidente. Entre los objetivos que se marcaba Patrimonio Nacional figura “confirmar un perfil propio como museo de visita imprescindible en el panorama cultural de Madrid” y para reunir el millón y medio de visitantes al que aspiran apuestan por la desamortización de sus propios bienes. 

Para complicar aún más el futuro del proyecto, el pasado octubre, José Luis Díez, director artístico del museo que trataba de darle coherencia artística a todo este mejunje ideológico, dimitió después de seis años al frente y ante la imposibilidad de seguir trabajando con independencia su proyecto artístico. En su lugar Llanos Castellanos nombró, con el asesoramiento de ocho expertos, a Leticia Ruiz, ex conservadora del Museo del Prado. El pasado febrero la entonces presidenta se comprometió a inaugurar a finales de 2022, con una museografía diferente a la de Díez y cuya intención es darla a conocer este otoño.

Ana de la Cueva, la nueva presidenta de Patrimonio Nacional, después de dedicarse durante tres años a coordinar la política económica entre ministerios y de gestionar los paquetes de medidas económicas de urgencia contra la pandemia, ha dirigido este miércoles su primer Consejo de Administración en el que ha confirmado su intención de llegar a la fecha prevista. Tiene pendiente visitar el museo y conocer el discurso que la anterior presidenta acordó. Si lo acepta, quizá sea inaugurado en lo que quede de legislatura.  

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