Cinco películas para reflexionar durante la jornada de reflexión

El Candidato

(Robert Redford, 1972)

Una sátira de la campaña política convertida en un festival de Eurovisión en la que Bill McKay (Robert Redford), un joven y ambicioso abogado, es elegido por el partido demócrata como alternativa a un viejo y veterano senador. La historia está en que nadie piensa que sea capaz de ganar, empezando por sus propios patrocinadores.

Según The Sundance Kid, la biografía de Lawrence J. Quirk y William Schoell, Redford tuvo la idea siguiendo la campaña de 1968, una guerra ruin entre Richard Nixon y Hubert Humphrey el año que mataron a Martin Luther King y a Bob Kennedy. Una fenomenal -y divertidísima- reflexión sobre el efecto que tiene la Real Politik sobre la Real People.

Julio Cesar

(Gregory Doran | Royal Shakespeare Company 2012)

De todos los dramas políticos shakespearianos, Julio Cesar no es el más popular; preferimos rendirnos al macabro matrimonio Macbeth, el lírico Rey Lear o el supremo malvado Ricardo III. Hasta el mismísimo doctor Johnson dijo que Julio César era “de alguna manera fría y poco conmovedora” y el doctor Johnson era sin duda un hombre honorable.

Pero la adaptación del director británico Gregory Doran, que traslada la acción a la actualidad de un estado africano y su reparto incandescente de actores africanos, contemporizan la cuestión principal: era Cesar un tirano, o no lo era? ¿Qué es más importante para la República, la dictadura de un buen hombre o la democracia sobre todas las cosas? La lección es que las intenciones no tienen valor político, sólo los actos, y sus consecuencias.

The Weather Underground

(Sam Green, Bill Siegel, 2002)

Una pregunta clave en todos los procesos verdaderamente revolucionarios: ¿está justificado el uso de la violencia cuando el enemigo está armado y está protegido por las grandes estructuras de poder? ¿Es lo bastante radical luchar contra el sistema obedeciendo las normas del sistema? Aunque el cine, la literatura y el teatro se han hartado de darle vueltas desde todos los puntos de vista, pocos grupos son tan icónicos, cercanos y productivos -en el sentido reflexivo- que el grupo radical de los 70 The Weather Underground. Porque la violencia no era un lenguaje en el que fueran nativos: eran blancos de clase media en un país del primer mundo que iban a la universidad. Un grupo de Estudiantes por una Sociedad Democrática que cambiaron el discurso por las armas y sacaron su nombre de una canción de Bob Dylan, Subterranean Homesick Blues.

¿Hicieron bien? ¿Hicieron mal? Y, una vez pusieron su primera bomba, ¿se convirtieron en lo mismo que los terroristas que tumbaron las torres gemelas? Cuando les entrevistamos en su visita a Madrid en octubre del año pasado, dijeron que no se arrepentían de nada y que “la verdadera violencia es la indiferencia. Es lo que realmente se opone a la moral”. La primera generación democrática española ha visto cómo las estructuras diseñadas para protegernos se han convertido en una amenaza contra los derechos civiles que tanto nos costó conseguir. La pregunta sigue siendo legítima y necesaria.

La Vida de los otros

(Florian Henckel von Donnersmarck, 2006)

La vida de los otros, la formidable película de Florian Henckel von Donnersmarck, sigue a unos cuantos intelectuales, espías y vecinos de Berlin Este en 1984, en pleno imperio de la Stasi. ¡Cuánto daño hizo la Stasi! Sólo mencionarlo nos pone los pelos de punta. Y sin embargo, aquel diciembre de 1989 que los funcionarios más grises del Ministerium für Staatssicherheit se pusieron a quemar papeles a toda prisa, el terrible aparato de espionaje comunista tenía 111 kilometros de archivos, 47 de películas y 90.000 sacos de papel.

La Red produce hoy varias veces ese volumen cada segundo del día. Y la Agencia Nacional de Seguridad norteamericana (NSA) en el desierto de Utah es capaz de archivar un yottabyte de información, el equivalente a 1.000 zettabytes o 500.000.000.000.000.000.000 páginas de texto. Pero la reflexión merece la pena: ¿cuáles son las consecuencias de la vigilancia, no sólo para las vidas de los otros sino para el alma de toda una sociedad?

Candidata al poder Candidata al poder

(Rod Lurie, 2000)

La senadora Laine Hanson hereda la vicepresidencia tras la muerte de su antedecesor. El presidente la selecciona contra la opción que el resto consideraba evidente, el senador Jack Hathaway, trending topic total después de salvar a una mujer que se estaba ahogando. Entre el anuncio del puesto y su investidura oficial, varios grupos harán lo que esté en su mano para destrozar a Hanson. Como ocurre en la vida real, las debilidades públicas de una mujer en política son casi el reverso de las de un hombre. Una falta del pasado que no es legal ni ética sino simplemente moral será el origen del escándalo.

En esta película, que antecede a la magnífica Borgen y al abanico de mujeres candidatas que puebla hoy la gran televisión, se aprecia de manera especialmente carnosa el impacto que tiene eso que hoy llamamos hegemonía en el mundo de la política. Y, como la política tal y como la aplicamos es un proceso vertical, el conjunto de culturas que constituyen sus estructuras modifica el ADN de todo lo demás. La falta de mujeres en la cumbre de lo político no es un problema estético sino de representación. Y nuestra democracia está construida sobre la importancia de tener representantes.