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En el principio era el delirio

Un Don Quijote en el Carnaval de Madrid

Rosario López

13 de septiembre de 2024 22:04 h

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Te arremangas y preparas el brazo izquierdo. “No te preocupes, tienes muy buenas venas”, te dice la enfermera tras limpiarte la flexura del codo, colocar una cinta de goma como compresor y palpar. Cuando le cuentas para qué son las analíticas, asiente y añade: “Todos estamos muy cansados”. Te pincha.

El verbo cansar viene del latín campsare, que significaba: doblar un cabo en la navegación, desviarse del camino. Leyendo a María Zambrano entiendes que en el principio no fue el verbo, sino el delirio; habla de la creación como un modo de pasar, más que de lo posible a lo real, de lo imposible a lo verdadero. Lo verdadero contiene verdad. Hay ficciones que te permiten reír y llorar y tus babas y tus lágrimas son flujo que tocas.

En su delirio, don Quijote sentía ese mundo que estaba viendo y a la vez creando, acompañado de su escudero. Pero despertó y murió, pese al ruego de Sancho: “No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía”.

Dice Marina Garcés en El tiempo de la promesa que hay dos maneras de relacionarse con los inicios: buscar el origen o encontrar los comienzos, y que la promesa no es un discurso; la promesa es una acción de la palabra, “quizá una forma de delirio”.

Ya las personas no apalabran asuntos demasiado importantes, firman contratos para amarrar esa verdad que quieren; pero no hace tanto en los pueblos la palabra comprometía. También se usaba apalabrado como sinónimo de prometido para casamiento. El mismo Cervantes, en la Novela de la gitanilla, escribió por boca de Andrés: “Señora doncella, yo estoy apalabrado para casarme, y los gitanos no nos casamos sino con gitanas; guárdela Dios por la merced que me quería hacer”.

¿Cuándo fue la última vez que prometiste o te prometieron algo?, pregunta Garcés. ¿Cuáles son los compromisos contigo misma?, te preguntas tú, para mantener el vigor mientras esperas los resultados. Delirar fue tomado del latín delirare. Lirare es hacer surcos con el arado en la tierra, roturar, por lo que delirar, literalmente, es salirse de la lira, del surco. Quien se sale del camino, se sale de lo común, no siempre para algo honroso. Raro viene de rarus, poco numeroso, poco frecuente. De la capacidad de delirio, muy relacionada con la capacidad de ver lo que no está como si fuera una vena que pinchas y de la que extraes sangre, secretos y rutinas, depende en buena medida la capacidad de nuevas realidades, de un comienzo.

El cansancio es lo que experimentas cuando te faltan las fuerzas, cuando te has fatigado. Lo contrario, su antónimo, es descanso. “No puedo dormir, / el cansancio es / como hierba suelta / por el cuerpo”, escribió el nobel de Literatura Jon Fosse. La segunda acepción del diccionario para cansancio habla del hastío, del tedio, del aburrimiento. Lo contrario es interés. Por suerte, tu rutina no te aburre.

Aburrir viene del latín abhorrēre, derivado de horrēre, erizarse. Aburrir y aborrecer eran sinónimos en la Edad Media; según Corominas, la distinción moderna entre aborrecer y aburrirse no aparece, mínimo, hasta el siglo XVI. También hay rutinas que te tranquilizan.

La palabra rutina proviene del francés route, y este del latín rupta, un camino abierto en el bosque, y también el participio de rumpere, romper. Subes las escaleras, tú no vives en un bosque, vives en un cuarto sin ascensor. No hay modo de evitar los peldaños, pero no tienes que romper ramas a machetazos para hacer camino, y oyes la última palabra que ha llamado tu atención, la pronuncias, como quien canta, que escuchen tus vecinos: albórbola. Tu mal espanta. Tu cansancio no imposibilita tu capacidad de asombro; y disfrutas.

Aburrir viene del latín abhorrēre, derivado de horrēre, erizarse. Aburrir y aborrecer eran sinónimos en la Edad Media; según Corominas, la distinción moderna entre aborrecer y aburrirse no aparece, mínimo, hasta el siglo XVI. También hay rutinas que te tranquilizan.

Lo que siente alguien que dice estar reventado parece más inabarcable, más violento que lo que siente quien solo está cansado. “Estás más movida que una enjalma”, decía tu abuela, que siempre vivió en la misma casa y en el mismo pueblo, donde sigue habiendo un Barrio Fatiga, “porque la gente pasó mucha fatiga para tener sus casitas”, y una calle llamada Malasmañanas, “porque cuando llovía, como llovía antiguamente, en esa cuesta te enfangabas hasta los ojos”. María Moliner recoge en su diccionario lo que significa andaluzada: cosa propia de andaluces, particularmente, exageración. Las buenas exageraciones iluminan. Las malas, enfangan. Enjalma, del árabe, designa a una especie de aparejo para los animales de carga, es decir, para las bestias. Celebras que en la sangre que riega tu imaginario la bestia no sea un monstruo, sino un animal cansado en la voz de tu abuela, que aún sientes. “¡Guárdate!”, te repetía cuando el coronavirus campaba a sus anchas.

“Tener cuidado de algo o de alguien, vigilarlo y defenderlo”. Es la primera acepción de guardar. Entonces, mientras llegas al segundo piso, recuerdas cuando una niña de cinco años te preguntó qué es defender y no supiste decirle en su idioma que quizá sea proteger tu naturaleza, por lo que es necesario conocerse, revisarse.

No es igual pedir a alguien que se cuide diciéndole “cuídate” que “prométeme que vas a cuidarte”. En lo segundo, te involucras; en lo primero, ordenas, el compromiso generado es menor, piensas, mientras sigues subiendo. Diversión viene del latín diversio: acción y efecto de entretener, alejar o dirigir la atención del enemigo a otro lado. En los orígenes de diversión, así, también está el desvío. En pandemia, los discursos políticos hablaban del enemigo, aunque no estuviésemos en guerra. Escribió Kallifatides: “La mayoría de las desgracias que nos golpean se deben a que intentamos vivir una vida que nuestra alma no aguanta”.

Para atravesar el camino de la angustia —de angostura, dificultad—, para que lo que te traiga por la calle de la amargura desaparezca, para alcanzar el tercer piso más liviana, hay que mantener el desvío en forma, darle una senda ancha, jugar como si tuvieras cinco años.

Albórbola es sinónimo de algazara, una voz, de una o muchas personas, que nace de la alegría. Algazara viene, también, del árabe clásico, ḡazārah, abundancia, palabra que suena a lo que significa. Sonríes mientras metes la llave en la puerta, por fin llegaste al cuarto piso. El sofá sigue aquí, siéntate, escucha tu pulso. Ni siquiera tienes anemia, sabrás en una semana. Guárdate, sigue creyendo en tu palabra.

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