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Análisis

El Pritzker se repliega a sus cuarteles de invierno con su premio a Riken Yamamoto

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La concesión del premio Pritzker 2024 ensalza la larga, consistente y brillante trayectoria del arquitecto japonés de 78 años Riken Yamamoto, que ha realizado una obra de gran diversidad tipológica concentrada en su propio país, Japón, y en un entorno próximo que incluye China y Corea del Sur, con la lejana incorporación puntual de Suiza.

En esta ocasión, el premio ha reconocido un trabajo inspirado en valores sólidos, expresados en formas difícilmente identificables con un estilo propio. El aspecto de cada una de sus obras responde al proceso a partir del cual han sido desarrolladas, y solo comparten la intención de forjar comunidad integrando los espacios para la vida colectiva en el mismo edificio en el que se disponen las estancias privadas.

Consecuencia de esta voluntad de interacción comunal, es la persecución de la máxima permeabilidad visual, la capacidad para que la mirada enlace sin trabas los diferentes espacios de un mismo edificio. Para ello ha llevado a un alto nivel tanto la transparencia como la integración de ámbitos con distintas exigencias funcionales.

En arquitectura, cuanto más numerosas y complejas sean las funciones que integra un proyecto más interesante será atender a la integración y relación entre los espacios que las acogen dentro del edificio. Yamamoto presenta especial habilidad para transgredir los límites de cada uno de los ámbitos con usos específicos, e integrarlos en un conjunto dentro de la construcción, convirtiéndola en un pequeño barrio con territorios diferenciados, aunque bien relacionados entre sí.

A este desafío corresponden buena parte de las obras de Yamamoto seleccionadas por el jurado del Pritzker. A pesar de resultar destacables algunos edificios suyos, principalmente residenciales, como el gran despliegue de Jian Wai SOHO (2004) en Pekín, o el conjunto residencial Pangyo (2012) en Corea del Sur, la mayoría de los trabajos más valiosos corresponden a instituciones donde coinciden diferentes grupos sociales, funcionarios y ciudadanos, docentes y estudiantes, estableciendo lugares de encuentro con escalonados niveles de privacidad o de uso público.

Pertenecen a este último grupo los edificios levantados en Japón de la Escuela secundaria Iwadeyama (1996), la Universidad de la Prefectura de Saitama (1999), la Estación de bomberos Hiroshima Nishi (2000), la Universidad de Hakodate (2000), el Tribunal del Canal Shinonome CODAN (2003), el Museo de Arte de Yokosuka (2006), la Escuela Primaria Koyasu (2018), o la Universidad Nagoya Zokei, (2022). Fuera de Japón, además del gigantesco conjunto de Jian Wai SOHO en Pekín, ha concluido recientemente la Biblioteca de Tianjin (2012) en China y The Circle (2020) en el aeropuerto de Zúrich.

El arquitecto japonés de origen chino formó parte del grupo implicado en hacer frente a las consecuencias del tsunami de 2011 en Japón, uniéndose a Toyo Ito, Hiroshi Naito, Kengo Kuma y Kazuyo Sejima para diseñar propuestas de reconstrucción. Ese año estableció, junto a Toyo Ito y Kazuyo Sejima, una organización llamada Home for All, en la que se integraron jóvenes profesionales para producir construcciones colectivas capaces de alojar a quienes habían perdido su residencia como consecuencia del tsunami.

Las ideas de Yamamoto ya estaban en circulación hace más de medio siglo, cuando el arquitecto terminó su formación y viajó por el Mediterráneo, Oriente Medio y Asia, interesándose en las construcciones vernáculas. Algunos edificios europeos y americanos de aquel tiempo fueron emblemas notables e influyentes de una actitud crítica hacia el Movimiento Moderno dominante, intentando aminorar su rigidez y mejorar su relación con el espacio urbano.

Uno de ellos fue The Economist (1964, Londres, Reino Unido) diseñado por Allison y Peter Smithson para la redacción del periódico, que integraba una plaza pública interior dentro de un programa ambicioso, y que hoy sigue estando próximo al espíritu que se premia en el arquitecto japonés, experto en configurar espacios comunitarios. Si de The Economist se dijo que fue “el edificio que mató el Movimiento Moderno”, un mismo espíritu contra el Movimiento Moderno alienta en la obra de Yamamoto y de su maestro y mentor, Hiroshi Hara.

El premio ha recaído en un arquitecto que se distingue por su oposición a la rigidez del Movimiento Moderno ortodoxo de los años 60 y 70 del siglo pasado. Pero también se aprecia la calidad de su evolución, en la que ha sabido ir incorporando a su rigor y claridad, a su sentido organizativo y racionalidad, un poderoso sentido de la ligereza estructural. Es la misma cualidad que caracteriza también el trabajo del estudio japonés SANAA, ganador del Pritzker en 2010, formado por Ryue Nishizawa y Kazuyo Sejima, esta última presente en el jurado que ha elegido a Yamamoto.

No es difícil asociar su obra con diversos clásicos de la modernidad que lograron el Pritzker con anterioridad. Se reconoce en Yamamoto la misma voluntad de hacer comunidad y discreción formal de Yvonne Farrell y Shelley McNamara, galardonadas en 2020, la ausencia de materialidad de Renzo Piano, laureado en 1988, y por supuesto, el magnífico y casi olvidado magisterio de Kevin Roche, otorgado en 1982, hace 42 años.

En aquel tiempo, muchas de las ideas que ahora se valoran al conceder el premio a Yamamoto, ya estaban en las intenciones del trabajo de muchos arquitectos en Europa, antes de que la presencia del posmodernismo y del star system desviaran la atención de los jurados del Pritzker hacia aspectos más formales que filosóficos.

La sólida trayectoria de Yamamoto merece el elogio y el galardón, sin duda. El premio lo concede la poderosa familia Pritzker, a través de la Fundación Hyatt con sede en Chicago, que parece haber buscado un distanciamiento de las colisiones y conflictos que asolan el mundo. Si en 2021 reconocieron la aportación de arquitectos comprometidos con los olvidados de las periferias de las grandes ciudades europeas, como era el caso de Anne Lacaton y Jean-Philippe Vassal, y en 2022 se decantaron por el brillante, generoso y comprensivo trabajo de Diébédo Francis Kéré con las extremadamente humildes comunidades africanas de su país natal, Burkina Faso, este año no se ha mantenido la misma línea.

La elección de 2024 supone un elegante repliegue tras las anteriores incursiones en los desafíos de la arquitectura en relación con el futuro de los más humildes y de la sostenibilidad del planeta. Las propuestas de no demoler, de reutilizar y de apoyo a la autoconstrucción, que se valoraban en ediciones anteriores, aparecen disueltas en conceptos menos comprometidos. Se centran ahora en obras exquisitas y costosas, aeropuertos, universidades exclusivas, centros de arte y edificios administrativos situados en el extremo oriental del continente asiático. Lejos de los escenarios de conflictos violentos donde el sentido de comunidad brilla por su ausencia. El Pritzker se repliega en 2024 al refugio seguro de la calidad profesional y la indiscutible continuidad con la modernidad matizada e inteligente presente en la larga trayectoria de Riken Yamamoto.