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Ramón Andrés: Ningún otro arte como la música puede modificar el ánimo de manera inmediata

Barcelona —

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Jose Oliva

Barcelona, 6 oct (EFE).- El filósofo Ramón Andrés, que propone en su ensayo 'Despacio el mundo' un paseo por la historia de la pintura de los siglos XV al XVIII a través de la música, cree que “ningún otro arte como la música tiene la fuerza para modificar el ánimo de manera inmediata”.

Con 'Despacio el mundo' (Acantilado), Andrés invita “al silencio y la contemplación en un mundo actual tan ajetreado y estresado”, pero advierte que “la música, y el arte en general, tiene el poder de generar serenidad o exasperación, porque una música rápida nos acelera y una suave nos calma, algo que quizá también sucede con el cine”, ha explicado en una entrevista con EFE.

En el ensayo, Andrés ha seleccionado una cincuentena de obras pictóricas, en las que los músicos y sus instrumentos cobran especial relieve; y en la parte final incluye un museo ficticio, que bautiza como “Museo del oído”, con obras en las que el gesto del afinado del instrumento está presente en el cuadro, un gesto cada vez menos representado en la pintura.

Atraviesan el libro pinturas de Degas, Manet, Jean Louis David, Watteau, Luca Giordano, Jacob-Fransz van der Merck, Rubens, Carabaggio, diferentes imágenes de las 'Cantigas de Santa María' o el conjunto escultórico 'Ancianos del Apocalipsis' del pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela.

En sentido contrario al recogido en el libro, reconoce que la pintura también ha influido en la música, sobre todo a partir del siglo XIX, “cuando los paisajes son trasladados con el lenguaje sinfónico, con esas músicas muy descriptivas, muy plásticas”.

El propósito de este nuevo libro es “invitar a la lentitud; es un libro de música, de arte, pero es una invitación a la lentitud, a detenerse, a invitar a mirar, a mirar ese gesto del músico afinando, recogido en la pintura”.

Ese afinado del instrumento no deja de ser para Andrés una metáfora de “esos oficios antiguos que se han perdido”.

En lo personal, Ramón Andrés siempre ha destilado en todos sus libros esa querencia a “la mirada lenta y pausada” desde su propia experiencia personal, que en su infancia sufrió con la educación franquista en “una escuela que era pura violencia”.

El autor se fijó en ese gesto del afinamiento porque él mismo ha sido músico y se confiesa “un fanático de lo que está bien afinado, y al mismo tiempo es una buena metáfora para procurar que todos nosotros estemos afinados también por dentro, porque hay tanta desafinación”.

El libro nació de un ensayo anterior, 'El luthier de Delft' (2013), donde dedicó un breve apartado a músicos que estaban afinando, un episodio que gustó mucho al fallecido editor de Acantilado, Jaume Vallcorba, recuerda.

Detecta Andrés que también hay pintores que se dedican a la música, una vinculación que era bastante común: “En muchos estudios de pintores ves un instrumento en el suelo, una viola, un laúd, una guitarra, algo natural, pues en la época no tenían radio, y tocar un instrumento era una manera de despejarse”.

La música no siempre es un madrigal o una sonata preciosas, sino que puede tener intenciones más negativas y pone como ejemplo “el contexto de los campos de concentración nazis donde era utilizada casi como elementos de tortura, y también puede ser utilizada para propagar ideas o propagar mensajes”.

Se muestra crítico con el escaso peso que tiene la música en la educación en España, donde siempre se la ha considerado una “maría”, porque “España es un país bastante sordo en la música, también institucionalmente” y lamenta que, en cambio, hoy hay “una generación de compositores e intérpretes muy jóvenes, de un gran nivel, dispersos por orquestas de toda Europa”, entre ellas su propia hija de 32 años, violonchelista que trabaja en Suecia.

En el libro no ha incluido a pintores españoles a pesar de haber rastreado de manera concienzuda, algo que atribuye a que “la mejor pintura española es religiosa o de contenido metafísico, hay poca pintura como la de Brueghel o la de tantos artistas que pintaban el jolgorio, del mismo modo que en Holanda no hay un Zurbarán. Y quizá Velázquez es el único que trata un poco el tema”.

Cuando los pintores españoles pintan algo popular, retratan la pobreza, la miseria como Murillo, los niños pobres en las calles de Sevilla, o en el caso de Velázquez, los borrachos preparando unos huevos fritos, “siempre es la recreación de un país pobre, muy desigual.