Hace 20 años nacían en la antigua República Democrática de Alemania dos sellos de música electrónica que, reunidos poco más tarde bajo el nombre de Raster Noton, han producido una música en principio minoritaria pero que con el tiempo se han ido convirtiendo en un referente obligado para mucho de cuanto tenga que ver con romper las barreras del sonido eléctrico. Y ello desde una ciudad llamada Karl Marx Stadt, aunque hoy haya regresado a su nombre histórico de Chemnitz.
Pero es que si Raster Noton y algunos otros sellos de los 90 como Mego (Austria), Sähko (Finlandia), Chain Reaction/Basic Channel (Alemania) o Touch (RU) han publicado música que hoy ya es clásica, otro aspecto de esos sellos fue su trabajo con lo visual, como las normalmente muy elaboradas visuales en los conciertos de sus artistas, pero sobre todo en la concepción de lo gráfico en el soporte habitual en la época: el CD. En vista de lo cual Raster Noton ha editado, en otro alarde de diseño, un libro con el archivo completo de sus referencias. Que, aunque sean muy mayoritariamente CD’s, también incluyen vinilos, libros o posters.
Hace unas semanas hablábamos de los artistas visuales que se habían comprometido con el diseño de portadas de elepé, un arte que comienza básicamente en los años 50 del pasado siglo y en los 2000 es ya un producto residual. En esta nueva generación de música y músicos, son los mismos protagonistas quienes tienen muy claro qué es lo que quieren hacer y en muchos casos cómo hacerlo.
Uno de los fundadores de Raster Noton, Carsten Nicolai (Alva Noto en su nombre para la música) comenzó como artista plástico de éxito y lo sigue siendo. Olaf Bender, el otro iniciador, es un grafista y tipógrafo con una admiración enorme por la Bauhaus. Ambos son músicos muy reconocidos. Su proyecto, desde un buen principio era trabajar conjuntamente el sonido y lo visual desde una perspectiva conceptual y según su propia expresión, astringente.
Con motivo de este aniversario Raster Noton, cuyo apellido es Archiv für Ton und Nicht-Ton (Archivo para Sonido y No-Sonido) ha editado su Sourcebook 1, un libro de lo más voluminoso (35 x 22 x 5,5 cm.), editado con todo tipo de detalles, incluido un CD recopilatorio, y que parece destinado casi más al consumo profesional (estudios y departamentos de diseño) que al puramente privado, aunque para un aficionado su precio de 90€ tampoco parece exorbitante, dado el porte del volumen.
De la música a la imagen
En Sourcebook 1 se encuentran las 175 referencias de Raster Noton, las dos últimas el mismo libro y el CD acompañante, muchas de ellas agrupadas en series. Desde un comienzo, cuando ambos sellos estaban separados, esta vocación de serie venía de una idea casi industrial. La investigación sonora, en sus diferentes matices, se agrupaba (y en gran medida aún lo hace) en proyectos que pueden identificarse por el tipo de envoltorio. En algunos casos esas portadas han sido espectaculares, como los CD’s contenidos en bolsas metalizadas como las que suelen proteger de fábrica los discos duros. En otros simplemente con una idea tipográfica común.
Si tenemos en cuenta que tanto Alva Noto como Olaf Bender fueron de los primeros en entender el ordenador como generador de música y de imágenes simultáneamente (a través de programas como Max/MSP o Super Collider), lo que se percibe es un grupo de personas reunidas o elegidas para participar en una idea base común que entonces pasaba por lo digital. Por otra parte y dado la variedad en la complejidad y coste de las ediciones, queda claro que algunos proyectos iban a ser algo deficitarios por mucho que vendieran, mientras otros eran tan económicos como imprimir a una sola tinta sobre cartulina.
La supervivencia del sello tiene que ver menos con la idea de éxito comercial, que se tuvo con las colaboraciones ente Ryuichi Sakamoto y Alva Noto, que con la de desarrollar un proyecto creativo sin caer en la auto-indulgencia que había conducido a su admirado sello Factory (Madchester) a la ruina más absoluta.
Esta peripecia sería muy interesante de por sí, pero la hace aún más el contexto tecnológico y creativo donde ha producido. Por así decir, a partir de mediados de los 90 todas las artes comenzaban a encontrarse en el corazón del ordenador, un aparato absolutamente inespecífico. Como inespecífico era el soporte final de la música, ese CD que lo mismo podía contener programas que sonidos, imágenes, vídeos o archivos de oficina.
De la música al ordenador
La música digitalizada en los CD’s propiciaba un grafismo, unos vídeos y unos sonidos generados digitalmente. Y algunos de sus creadores se planteaban cuestiones de diseño completamente distintas a las que surgían en los elepés. Al fin y al cabo, el tamaño de estos últimos se equivalía bastante con el de soportes tradicionales como grabados, dibujos, acuarelas e incluso óleos, sobre todo retratos. Debido a ello, la traslación de las artes visuales a las portadas de un elepé no planteaba mayores problemas.
Los CD’s sí que los plateaban. En primer lugar, su envoltorio por defecto, ese trozo de plástico transparente y quebradizo llamado jewell case (caja de joyas) es un gran ejemplo de diseño industrial fallido que solo ha permanecido por la conveniencia de la industria y a pesar de la inconveniencia del consumidor. La jewell case no solo es poco práctica, es que en lo estético ahoga todo diseño que supere la realización de un folleto con algunos textos.
Sin embargo, el formato tenía otras posibilidades. Y estas aparecieron en esos 90 desde lugares e intereses muy diferentes pero relacionados con una nueva música a la cual tampoco le correspondían los paradigmas gráficos habituales. En 1995 el dúo inglés Autechre editó Tri Repetae, un disco que marcaría un camino hacia una electrónica de sonidos extremos (que hoy lo parecen mucho menos que entonces) y ritmos entrecortados que denunciaban su origen en el hip-hop, como las producciones de Raster Noton solían basarse en desnudar de melodías las estructuras rítmicas de Kraftwerk o trabajar sobre ondas simples.
La portada de Tri Repetae, realizada por Designers Republic era monocroma, en un color aproximadamente dorado. Lo interesante era la pegatina en blanco sobre negro pegada sobre el plástico transparente: “Incompleto sin ruido superficial. Información desdeñable”. Mientras, en la edición en vinilo la leyenda rezaba “Completo con ruido superficial. Información desdeñable”.
Es decir, la misma portada, en principio igual en ambos soportes, daba información, no solo sobre el producto, sino sobre sus características físicas. Y una de ellas, muy importante, es que lo que suele llamare el sonido clínico y frío de lo digital no es más que la ausencia del ruido superficial de un vinilo. De un defecto al que nos hemos acostumbrado.
Del ordenador a la revolución
Varios sellos de música electrónica de los 90 entendieron la llegada de esta nueva era y comenzaron por descartar en cuanto pudieron la caja de plástico. Esto permitía otros tamaños y pensar en otras formas de presentación. Pero chocaron con la dura realidad comercial.
Los primeros CD’s del sello vienés Mego (hoy Editons Mego) como el Frantz (1997) de General Magic eran en cartulina y con unas medidas algo mayores de lo habituales, resultando que las tiendas no tenían estanterías para exponerlas.
Lo mismo les sucedía a las ediciones de gentes como John Oswald. A veces ese tipo de CD’s podían encontrarse junto a ediciones especiales de álbumes de éxito como la de Radiohead con Amnesiac (2001).
Pero estos no dejaban de ser nichos para una música cuya vocación no era elitista aunque al principio fuera minoritaria, de modo que hubo de volverse a las medidas originales del CD, pero desde otro punto de vista.
Por ejemplo, el sello de música reduccionista Wandelweiser tiene una portada estándar para todas ediciones, con el nombre el artista y el título en una tipografía en negro sobre blanco. Hay otros como Die Schachtel que realizan continuos alardes de diseño, como el CD sobre el sonido de Bruce Nauman (2016), aunque esta sea una edición muy limitada. Y es que en una era de progresiva desmaterialización o de digitalización de las artes, el objeto sigue teniendo sentido.
Esto se acaba de manifestar hace unos pocos meses y de forma brillante en una edición española, el Vikingland (2016) del grupo gallego Ulobit, publicado por Audiotalaia, sello valenciano que comenzó como netlabel con un gran cuidado del aspecto gráfico. La edición, relacionada con el origen pesquero del contenido es una lata de conservas que contiene una tarjeta USB donde están tanto la música como los vídeos alrededor de la cual se organiza esta. Seguramente y aparte de una docena de tiendas (en Europa) esto se comprará online. Y, sin embargo, el objeto existe y apetece tenerlo. Aunque se escuche y vea el contenido en una tablet. La portada, el contenedor, es el objeto.
De la revolución a la actualidad
A otro nivel hay que dejar claro que este mismo de tipo de reflexiones tiene lugar en diferentes terrenos de la música, cuanto más underground más delirantes. Como ejemplo de la explotación posible del formato CD más allá del CD, podría mencionarse el Skeletal Lamping (2008) del grupo norteamericano, en principio pop, of Montreal. Mike Barnes, su líder y factótum explicaba que el arte del álbum incluyera un extensible en 3D, pegatinas, camisetas y otros objetos: “Lo que queríamos era ir más allá del CD como un objeto bidimensional que se tiene por ahí. Que de una u otra forma fuera algo funcional”.
Y quizás aquí está la clave. En realidad, lo funcional en cualquier cubierta es la protección. La información o el arte son funciones secundarias. Eso vale tanto para un libro como para un vinilo o un CD. Pero, ¿qué sucede cuando lo protegido puede ser salvado en varios discos duros o distribuido en la red? ¿Cuando en puridad -y como se dejaba intuir en Autechre- ya no hay soporte que proteger? Entonces lo funcional adquiere un sentido diferente. Siguiendo con Barnes: “Objetos que puedan transformar una habitación, doblar la mente e informar tus sueños”.
¿Y el futuro? Aunque el CD vaya bajando sus ventas, parece que lo hace de forma lenta, de forma que ese soporte físico se mantendrá un tiempo. Mientras, la música en Internet sigue creciendo y en la red sigue habiendo imágenes, a veces tan intencionadas como las desarrolladas por sellos como PC Music o estilos como el vaporwave. En bandcamp, en YouTubeo en la plataforma que aparezca. Pero en realidad la moraleja que aprendimos con el CD es que, en contra de muchos augurios, también se han podido realizar proyectos físicos brillantes. Tan físicos, tan brillantes y tan objetuales como Sourcebook 1.