Cada primero de enero vence la protección del derecho de autor de todo tipo de obras. En 2024 entran al dominio público publicaciones culturales de 1928 como Orlando de Virginia Woolf, El amante de Lady Chatterley de DH Lawrence, La llamada de Cthulhu de HP Lovecraft o la película El cameraman de Buster Keaton, y también la obra de autores españoles fallecidos en 1943, como Carlos Arniches. En España, las obras se desprotegen entre 70 y 80 años después de la muerte de su autor, pero los países son libres de establecer otros plazos. En Estados Unidos, la lucha legal por extenderlo estuvo hasta tal punto encabezada por Disney, que se apodó a la ley que lo consiguió como De Protección de Micky Mouse. Pero esa demora termina en unos días. Es el principio del fin del copyright para ese ratón.
Cuando Christopher Robin empezó a ir a la universidad, las visitas al Bosque de los Cien Acres disminuyeron y sus amigos animales quedaron abandonados a su suerte. Llegó el invierno, y para sobrevivir tuvieron que comerse al burro Igor. Winnie the Pooh y Piglet, presos del trauma, emprendieron una sangrienta venganza contra los humanos en una historia que, en verdad, nunca escribió A.A. Milne. Tampoco la desarrolló Disney –aunque su película Christopher Robin, de 2018, fuera bastante tétrica–, sino un pícaro llamado Rhys Frake-Waterfield. Su película de terror, Winnie the Pooh: Miel y sangre, fue posible en 2023 porque las creaciones de Milne habían saltado al dominio público.
Miel y sangre, estrenada este 2023, ya trama una secuela donde Tigger se una a la fiesta gore. Tigger no pudo aparecer en Miel y sangre porque había debutado de forma tardía en los libros de Milne, hacia 1929, y sus derechos aún no estaban disponibles para que cualquiera pudiera recurrir al personaje. Pero eso cambiará pronto, y Frake-Waterfield planea todo un universo cinematográfico en torno a creaciones pop de dominio público. Así que también quiere rodar Bambi: The Reckoning y Peter Pan’s: Neverland Nightmare, donde aprovechará la “libertad” de los personajes de Felix Salten y J.M. Barrie. Siempre con cuidado de que su versión no recuerde a las películas Disney, pues existe un determinado diseño que le sigue perteneciendo a la compañía. Por eso el Winnie the Pooh de Miel y sangre no tenía una camiseta roja.
Las adaptaciones gamberras de personajes míticos que son posibilitadas por la legislación de derechos de autor en EEUU –mucho más estricta que la de otros lugares del mundo– no suponen nada nuevo. Quizá su expresión más popular sea la novela y posterior película de Orgullo y prejuicio y zombies, aunque en los últimos años parecen más presentes que nunca. El gran Gatsby de Scott Fitzgerald pasó a dominio público en 2021 de forma que ya hay novelas añadiendo zombies y una película de animación en camino, mientras que películas como The Mean One se aprovechan de un vacío legal: aunque al Grinch del doctor Seuss aún le quede mucho para acoger ese estatus, el director Steven LaMorte defendió que “la parodia está protegida por la Constitución” para mostrar al personaje matando gente en Navidad.
Y volvemos a Disney. Disney se ha aprovechado históricamente del dominio público –ahí están los cuentos de hadas, que llegan hasta Frozen saqueando La reina de las nieves de Andersen–, pero a la vez ha protegido con extremo celo sus propias creaciones. Hasta el punto de modificar las leyes estadounidenses de copyright y lograr mantener a Mickey Mouse (su personaje insignia) fuera del dominio público 95 años. Aunque el 1 de enero de 2024 todo acabará. Una versión del ratón pasará al dominio público, solo que en unas circunstancias que quizá dificulten su aparición en alguna película comiendo niños o masacrando a otros animales.
El primer Mickey Mouse
Lo curioso es que el Mickey Mouse que quedará fuera del control de Disney en 2024 era, originalmente, un tipo bastante violento. Su presencia en El botero Willie, cortometraje estrenado en 1928, le encontraba torturando sin piedad a varios animales para generar música frente a Minnie, quien también pasará de forma inminente a dominio público. El botero Willie (originalmente Steamboat Willie) fue la obra donde ambos debutaron: un corto enormemente influyente por ser una de las primeras piezas animadas con sonido sincronizado –Walt Disney se había sentido inspirado por el estreno de El cantor de jazz, primer filme sonoro de la historia, el año anterior–, que a su vez había nacido también de una disputa de derechos.
Mickey Mouse no había sido el primer animal carismático en protagonizar los cortos de Walt. Antes estaba Oswald el Conejo Afortunado, que tras el paso de Disney por las producciones que combinaban acción real y dibujos animados –las llamadas Comedias de Alicia–, había sido la exitosa introducción de la factoría Disney en la animación pura. Pero lo de Oswald no había terminado bien. El productor asociado a Walt y su mano derecha Ub Iwerks, Charles Mintz, se las había ingeniado para que el contrato que firmaran perteneciera a Universal y apenas un año después les arrebató a Oswald, con varios animadores de Disney junto a él. Disney e Iwerks se quedaron sin personaje que protagonizara sus cortos.
Oswald volvería al redil en 2006, gracias a un trato con el que Universal cambiaba al conejo por el comentarista deportivo Al Michaels (que trabajaba en ABC, bajo control de Disney). Fue una reparación histórica que, no obstante, se sintió más bien como una guinda en la hegemonía industrial que ya había alcanzado Disney por entonces: todo gracias al ratón que diseñaron para sustituir a Oswald en los años 20. El Mickey que nació en 1928, para protagonizar El botero Willie, es justo el Mickey del que Disney perderá la exclusividad en 2024. Solo de 'este' Mickey: un ratón en blanco y negro, de larga cola y morro alargado, y actitud mucho más taimada que las versiones más modernas y bondadosas de Mickey.
La cuestión es que Disney ha luchado con denuedo para que esto no suceda. Originalmente la Constitución de EEUU fijaba la expiración de los derechos de autor en 14 años, prorrogables a otros 14 y garantes de una renovación proporcional: esto es, 56 años. Disney se ajustó a esta cifra con el Mickey de El botero Willie, así que el personaje permanecería en el redil hasta entrados los años 80. En este tiempo hubo quien pudo experimentar las consecuencias de desafiar la protección: llegado 1971 Dan O’Neill escribió un cómic satírico titulado Air Pirates Funnies donde Mickey aparecía traficando con drogas y practicándole un cunnilingus a Minnie. El resultado fue una multa tan holgada como para que O’Neill, sin poder pagarla, tuviera que comprometerse a no dibujar a Mickey nunca más. En ningún contexto.
Poco después, en 1976, las presiones de Disney lograron que el Congreso ampliara la proyección a 75 años, de forma que la Casa del Ratón pudiera litigar con la Academia de Hollywood por un embarazoso suceso a finales de los 80. La gala de los Oscar de 1989 empezó con un número musical donde Rob Lowe cantaba junto a una actriz disfrazada de Blancanieves. El resultado fue tan cutre como para pasar a los anales de la ignominia de Hollywood, pero es que además Disney demandó a la organización mientras iba preparando su próximo gran golpe: una nueva prórroga, de implementación tan ruidosa que en 1998 sería conocida como Ley de Protección de Mickey Mouse.
Mickey, ciudadano del mundo
Sonny Bono es conocido por su dupla musical con Cher, pero también por una carrera política que culminó con la Ley de Sonny Bono de 1998. Fue una extensión de la anterior normativa de copyright que proyectaba los derechos de autor a nada menos que 95 años, y durante el proceso habían sido tan determinantes los lobbies de Disney como para que el nombre de Sonny Bono perdiera importancia, en beneficio de Mickey Mouse. Así que la Ley de Protección de Mickey Mouse es la responsable, en definitiva, de que Disney no vaya a perder los derechos de los ratones que protagonizan El botero Willie hasta el 1 de enero de 2024.
¿Es algo que le quita el sueño a Disney? Pues veamos. En 2007 la compañía añadió un fragmento de El botero Willie dentro del logo que introducían las producciones de Walt Disney Animation, ilustrando un deseo de ceñir su identidad actual al Mickey clásico que remataría la nueva serie animada de Mickey Mouse de 2013, inspirada en los dibujos de los años 20. En contrapartida, El botero Willie acabó gratis eventualmente en YouTube, con lo que se percibía un desinterés por salvaguardar al personaje dentro de las instancias inmediatas de la compañía. Y es cierto que, en los últimos años, la compañía no ha mostrado deseos de volver a ampliar el periodo, asumiendo que es inevitable su paso definitivo al dominio público.
El motivo de esto no es demasiado altruista. En Disney son conscientes de que Mickey Mouse está vinculado de forma indeleble a su marca, y puede hacer caer todo el peso de la ley sobre quien utilice el diseño de El botero Willie sin poder demostrar ante un tribunal que no tiene nada que ver con la empresa y su legado. Lo que es, claro, imposible. “La compañía se protegerá contra la confusión de los consumidores causada por el uso no autorizado de Mickey”, han declarado desde Disney. La compañía impediría la venta de merchandising basado en El botero Willie que pudiera dar a entender que son productos Disney o la inclusión de este personaje en alguna nueva obra que pudiera crear alguna confusión sobre quién está produciendo ese trabajo. En la práctica, por tanto, lo único a lo que conduce la expiración de la Ley de Protección de Mickey Mouse en EEUU es a que cualquiera pueda proyectar El botero Willie cuando guste. Algo que ya podía hacer estando el corto disponible en YouTube.
El profesor Daniel Mayeda aclaraba el entuerto en The Guardian: puedes utilizar al personaje tal y como aparecía en El botero Willie para tus historias, “pero si lo haces de forma que la gente piense en Disney, Disney dirá que has violado su marca registrada”. He aquí la razón por la que Disney, en el transcurso de un 2023 donde celebraba su centenario –de forma algo deslucida, por la cantidad de fracasos en taquilla–, no se ha molestado en intentar proteger a su personaje más preciado. Apenas hay posibilidades de que el dominio público les vaya a afectar de algún modo, y el único oponente reseñable con el que ha lidiado últimamente en su pugna por los derechos de autor ha sido… el Partido Republicano.
“Gracias a las protecciones especiales del Congreso, empresas woke como Disney han ganado millones complaciendo a los activistas woke. Es hora de eliminar los privilegios de Disney y abrir una nueva era de creatividad e innovación”. Estas palabras pertenecen al senador Josh Hawley de Misuri, que en mayo de 2022 propuso la Ley de Restauración de Cláusula de Derechos de Autor: una que no solo reduciría el margen de los derechos de autor, sino que podría aplicarse de forma retroactiva a quienes se hubieran beneficiado de anteriores normativas. Es decir, una ley promulgada abiertamente para dañar a Disney.
Y no por defender la “creatividad e innovación”, claro. Es una represalia del Partido Republicano después de la oposición a la homófoba ley Don’t Say Gay de Florida que entabló Disney meses antes, tras las protestas por el descubrimiento de que la empresa financiaba a los mismos impulsores de esta medida. La Ley de Restauración ha sido considerada anticonstitucional y no es probable que se apruebe nunca pero –aunque sea por las razones equivocadas– ha sido la única resistencia a un imperio de la propiedad intelectual alargado durante un siglo. Uno que parece que se extenderá durante muchos años más.