Cuando las salas echaron el cerrojo en marzo de 2020, nadie se imaginaba que la pesadilla fuera a durar tantos meses. Los músicos dieron festivales online animando a la gente a quedarse en casa y muchos trabajadores del sector se reinventaron de forma temporal –en el reparto de Amazon, en el periodismo freelance o en la hostelería–. Pero algunos no despertaron nunca de ese mal sueño. Lo pasajero se instauró en la normalidad pandémica y los efectos se multiplicaron: en 2020 hubo más de 25.000 conciertos suspendidos y 1.000 millones de pérdidas. Hay bandas que han desaparecido y salas que siguen con la persiana bajada y llena de grafitis como síntoma del abandono.
Con la mejora epidemiológica, el regreso de los directos y el aumento de los aforos, llegan las buenas noticias, pero también los dolores de cabeza. “2022 va a ser una vorágine de conciertos, un overbooking total”, reconoce Rafael de Arcos, director de la promotora Indypendientes. Los festivales que se han pospuesto y las giras que se han pasado de un año para otro provocan un exceso de oferta para un número limitado de fechas, salas y público.
“Todos queremos las fechas buenas en los espacios buenos, y eso está siendo bastante tremendo”, explica Máximo Lario, manager de Dorian y de La Habitación Roja y promotor de la empresa Intromúsica. “Hay muchas ganas, pero también un atasco monumental: venimos de año y medio de retrasos y hay que encajar toda esa programación”, admite. Por eso resume la situación en dos palabras: ilusión y reto. Y no es para menos. De momento, todos sus conciertos han colgado el cartel de sold-out.
Todos queremos las mismas buenas fechas en los mismos buenos espacios, y está siendo bastante tremendo
Pero la incertidumbre sigue ahí y la presión es mayor: “Tanta programación necesita artistas que vendan tickets y esos son muy pocos”, dice Kim Esmerarte, manager de Vetusta Morla, promotor de festivales y presidente de la Federación de la Música en España (Es Música). En su opinión “falta público y hay que buscarlo como sea”. Él apuesta por promocionar talentos que “puedan sostener la economía del sector”. Es decir, músicos nuevos, de provincias y que no compitan con los de siempre por tocar en los mismos sitios: “La pandemia ha impulsado a artistas locales y hay que apoyarlos desde la industria”.
Un boom de directos
El boom de directos “va a afectar a los grupos”, asegura Rafael de Arcos. “A lo mejor consiguen fechas, pero en lugar de tocar un viernes o un sábado, actuarán un martes, que resta repercusión al trabajo”. Las principales salas y grandes recintos de las ciudades tienen todo ocupado hasta el verano que viene. “Tenemos un problema endémico de falta de espacios y es muy difícil conseguir una fecha en los próximos seis o incluso doce meses”, comenta Joan Vich, manager de The Parrots y promotor de Ground Control, que señala que, al menos en Madrid, “Riviera solo hay una y Wizink solo hay uno”. Y eso es un gran problema.
La solución que ha encontrado el sector es acondicionar otros recintos que no estaban pensados para conciertos. Pero muchos de ellos son pequeños y obligan a cerrar dos o tres fechas para llegar al aforo que antes conseguían con una. “Para la gente va a ser maravilloso porque va a haber conciertos todos los días como en Berlín, pero habrá algunos que pinchen más pasta que antes”, dice Arcos con tono realista. Él no va a programar ningún concierto hasta abril: “No quiero entrar en el mogollón de 2022, no puedes aburrir a la gente”.
Estoy sintiendo un alivio pero a la vez una presión brutal. Tengo un nivel de solicitud de fechas increíble
Por su parte, las salas de música que han sobrevivido están boyantes. Carolina Pasero, directora del club Moby Dick, en Madrid, no tiene huecos disponibles hasta julio de 2022. “Estoy sintiendo alivio pero a la vez una presión brutal. Tengo un nivel de solicitud de fechas de conciertos increíble que no he tenido nunca”, reconoce. Cree que todo saldrá bien, pero teme por la subida del precio de las entradas que han hecho algunos promotores y bandas: “La gente no viene de una época de vacas gordas”, resume.
El problema de las entradas atrasadas
Otro hándicap son las entradas que se compraron en 2020 y 2021 y que no se podrán canjear hasta 2022. “Mucha gente no las ha devuelto y no es consciente de la acumulación de fechas: van a tener que elegir y eso va a en perjuicio de los promotores”, expresa Rafael de Arcos. “Tengo conciertos en octubre de 2022 que los cerré en 2020”, reconoce por su parte Vich.
Hay también artistas, sobre todo internacionales, que están atrasando sus eventos de este otoño para el año que viene. “No quieren arriesgarse a que falle ningún país en su gira europea, ahora que la pandemia marcha de forma desigual, y creen que en 2022 todo será un poco más seguro”, explica Arcos, que programa a varios artistas extranjeros, principalmente rusos.
El público necesita “certezas” y alquilar un espacio no garantiza que vayan a ocuparse todas las localidades.“Hay muchos factores que influyen en la asistencia a un evento: que llueva, que haga frío o que coincida con un partido de fútbol. En 2022 hay otro factor más: en una semana donde antes había tres conciertos, ahora hay siete”, dice Rafael de Arcos, que no niega que la competencia en la escena musical es real.
Hay muchos factores que afectan a la asistencia. En 2022 hay otro factor más: en una semana donde antes había tres conciertos, ahora hay siete
“La gente compra las entradas en el último momento para asegurarse de que va a poder ir, y eso es un riesgo enorme para el sector”, admite Kim Esmerarte, de Es Música. En su opinión, este “último minuto” en la compra de entradas es consecuencia de una demonización del sector. Live Nation tardó en devolver el importe de las entradas o incluso lo compensó con descuentos y entradas para otras fechas para no perder el dinero. Mucha gente se quejó y las grandes empresas han tenido que inventarse soluciones.
“Los que tienen verdaderos problemas son los grandes promotores: no podían devolver el importe íntegro de las entradas porque era muchísimo dinero que ya se había invertido o gastado en los sueldos”, dice una fuente conocedora del sector. ElDiario.es ha intentado contar con el testimonio de Last Tour, que no ha atendido a la petición, y de Live Nation España, pero se han negado a dar su versión.
“Cuando se anuncia un concierto ya ha habido unos gastos previos de publicidad, unos anticipos, una preproducción, una producción y luego ya el propio evento. La pandemia ha pillado en medio del proceso a muchos promotores”, defiende Kim Esmerarte en nombre del sector. “No nos ponemos así cuando el paquete de Amazon tarda tres meses. Tiene que ver con una falta de comprensión real de cómo funcionamos”, se lamenta.
Todo esto es la consecuencia de trabajar “sin colchón”, como dice Joan Vich. “En mi caso no hemos perdido gastos muy elevados, quizá algo de publicidad y de cartelería”, explica. “Mis conciertos más grandes son de 1.500 personas, así que no hay que gastar mucho dinero antes. Las entradas las teníamos en depósito y las devolvimos”. Pero reconoce que no es tan fácil para todos. Lo mismo le ocurre a Rafael de Arcos: “Yo me muevo en unos cachés relativamente modestos. Pero cuanto más te arriesgues y más dinero pongas, mayor es la hostia que te pegas”, ilustra. A ambos, en cambio, les preocupan otras cosas. En concreto la falta de personal.
Los que tienen verdaderos problemas son los grandes promotores: no podían devolver el importe íntegro de las entradas porque era muchísimo dinero que ya habían invertido o gastado
Muchas ganas, poco personal
“Faltan conductores, backliners, equipo técnico, tour managers y gente de sala. Este sector es tan precario que la gente se ha tenido que buscar otros trabajos porque vivían al día. Pero yo creo que se estabilizará. Si hay trabajo, como es el caso, llegarán profesionales nuevos o volverán los de antes”, confía Joan Vich, que espera que esta escasez sea algo “coyuntural”.
Kim Esmerarte cree que es un “problema gravísimo” del que alertaron al anterior ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes. “Si se diluye nuestro capital humano en otros sectores, no tenemos capacidad de reactivarnos”, le dijeron. Pero el manager propone una solución: “Nuestro país tiene un problema de desempleo histórico y este sector es empleador, puede acoger a muchísima gente sin trabajo”, plantea.
Este sector es tan precario que la gente se ha tenido que buscar otros trabajos porque vivían al día
También a Carolina, de la sala Moby Dick, le preocupa enfrentarse a la ingente cantidad de trabajo que le espera en 2022 sin ayuda. “Pero el sector de la música siempre trabaja en modo supervivencia, así que saldremos adelante”, confiesa esperanzada.
El regusto de optimismo, a pesar de todas estas dificultades, triunfa entre todos los profesionales consultados. “Hay una actividad inusitada y la necesitábamos. 2022 va a ser un año extraño, pero muy activo”, dice Joan Vich. “De momento, la venta de entradas está fluyendo y las ganas superan al exceso de oferta”, comparte Máximo Lario. “La gente ha estado dos años encerrada y tiene muchas ganas de conciertos y de fiesta. Y nosotros estamos aquí para dárselos”, concluye Rafael de Arcos.