La rebeldía es como el sexo; llegando a cierta edad, la práctica se hace dificultosa, empiezan a doler los riñones y las piernas tiemblan de necesidad. Es cuando nos hacemos conservadores y empezamos a oler a sardinas en lata. No sé si me explico, pero son cosas que me vienen a la cabeza después de haber visto Soy rebelde, la película documental de mi admirada Paloma Concejero.
Cuando Jeanette convirtió la rebeldía en un himno de la mano de Manuel Alejandro, yo todavía era un micurria de pantalón corto que tiraba piedras a los gatos y bailaba a los grupos ye-yes cada vez que salían por la tele: Los Mitos, Los Pasos, Módulos, Los Ángeles... en fin, toda aquella pandilla de conjuntos modernos que emulaban a los Beatles y con cuyas canciones yo me agitaba sobre el sofá de eskay como un epiléptico. Estamos hablando de la España cutre, a blanco y negro, donde la gente se masturbaba con las cuentas de un rosario convertidas en jaculatorias ahogadas por la represión. ¡Agggggh!
Porque la represión sexual de la época fue una de las señas identitarias del rancio franquismo que parecía no tener fin. Afuera, al otro lado de los Pirineos, la cosa era distinta. Se practicaba el amor libre, y los Beatles y los Stones ponían banda sonora a una juventud que, llevada por el calambre de la rebeldía, tomaba las calles en París y más allá: Mexico, California, los hippies, el LSD; un nuevo mundo que florecía y aquí sin oler la fumaíta. En esto que llegó Jeanette con su voz de niña y su delicadeza a la hora de interpretar. Y nos enamoró a todos.
A partir de esta ceremonia, tomando a Jeanette como hilo conductor, Paloma Concejero va engarzando las perlas de un collar de música y recuerdos, una joya donde el ritmo del montaje es la esencia de un fuego que brota en cada fotograma. Trae unas animaciones de Álvaro Ortega que son todo un acierto con guiño a Saul Bass incluido en los títulos de crédito. Pero no quiero desvelar las sorpresas que guarda este documental, pues voy a pedir que lo vean; sobre todo aquellas personas que han crecido escuchando a una mujer que recreaba el mundo que crecía en su interior, mostrándonos también su fragilidad, la de su voz y la del mundo; el suyo, el nuestro y el de Paloma Concejero; una mujer que se equivocó de país al nacer y nació aquí, en esta tierra tan difícil y de gramática tan grosera para con el arte.
Paloma ha hecho un trabajo enorme, de años, currelándose la pieza con humildad, sorteando zancadillas, gargajos, envidias y silencios. Todo junto. Es una rebelde, y yo también; por eso mismo me mola todo lo que ella hace, y en el caso de su último documental, puedo aguantar sentado más de dos horas, sin moverme de la butaca, sin que la maldita próstata me pida a gritos levantarme a bautizar la letrina. Me rejuvenece y me quita el olor a sardina en conserva. No sé si me explico.