El 20 de marzo, de vuelta en casa de sus padres para pasar el confinamiento, Rocío Acebal Doval (Oviedo, 1997) recibió un correo electrónico. Había ganado el XXXV Premio Hiperión con Hijos de la bonanza, su segundo poemario. “Fue totalmente anticlimático”, confiesa, y ríe al recordar que olvidó añadir los datos de contacto en todas las copias del manuscrito, por lo que parte del jurado “no tenía ni mi teléfono”.
Cuatro años antes, Acebal había publicado Memorias del mar (Valparaíso, 2016), un poemario de temática amorosa que escribió “con muchas ganas pero con miedo al qué dirán”, explica por videollamada a elDiario.es. Aunque se sigue viendo representada en su primera obra, que lleva siempre consigo a recitales, considera que fue escrita “bajo la presión de que no me tomaran en serio”, lo que implica “una voz que no es tan propia”.
Se sintió más libre al concebir Hijos de la bonanza, una poemario mucho más político y que describe como “un libro de dudas, de exposición de situaciones, que abre más preguntas que respuestas”. Debe su título a Los hijos de los hijos de la ira, de Ben Clark, ganador del XXI Premio Hiperión en 2006. “Es una expresión que usa él en uno de sus poemas y me pareció adecuada para hacer referencia a quienes crecimos en los años previos a la crisis de 2008”. Hijos de la bonanza apela tanto a la generación de Clark, que conjugó la recesión económica con la entrada en el mercado laboral, como a la generación posterior que vivió “el fin de los años del pelotazo” durante la adolescencia.
Precariedad, feminismo e incertidumbre
“No vamos a vivir / mejor que nuestros padres pero al menos / sabemos que podemos resistir”, reza el poema Autorretrato (o radiografía de un brunch con mis amigas). Poco queda de las promesas hacia aquellos que nacieron en tiempos de bonanza, han sido sustituidas por términos como precariedad, desarraigo, conformidad e incertidumbre. “Me preocupa mucho la incertidumbre, la inestabilidad laboral que repercute en lo personal, en formar un proyecto de vida”, expone Acebal. “Además, sabemos que nuestro sistema productivo es caduco, que nuestro modo de vida no es sostenible”.
En Firmo mi cuarto contrato de prácticas, la autora critica a aquellos que desde sus sillas ergonómicas dicen “tienes suerte” al becario que trabaja gratis. Ella es consciente de que habla desde su “propio privilegio”, el de los jóvenes universitarios que han podido realizar un Erasmus e incluso permitirse prácticas no remuneradas. “Es importante saber dónde está uno, que mi precariedad no va a ser la misma que la de otras personas, pero el hecho de que otros estén peor no quita el derecho a reivindicar un malestar colectivo que sigue siendo grave”, opina.
El feminismo, otro de los temas que vertebra las tres partes en las que se divide Hijos de la bonanza, está tratado desde la ironía. “Tú estabas por la causa, pero ahora / la conciencia te obliga a denunciarlo: «son todas unas putas»”, escribe Acebal en El Aliado, e incluso reinterpreta a Luis Alberto de Cuenca en Noche de Ronda, donde a su “ahora sabes que a ellas les aburren los tipos llenos de nombres propios” contesta con “ahora sabes que a ellos les repelen tus gestos feministas”. “Una vez te pones las gafas moradas no hay vuelta atrás, aunque eso lo complique todo”, asegura.
Poesía para resistir y dialogar
“Hay ciertas corrientes de poesía que son hijas de la inmediatez”, dice Acebal al respecto de los poemas que suelen viralizarse en redes sociales, como los del último ganador del Premio Espasa, Rafael Cabaliere. “Él publica un poema en Instagram todas las mañanas, yo sería incapaz de escribir a ese ritmo”. “La poesía en la que creo es un elemento de resistencia, requiere un diálogo pausado y enriquecedor, que ponga palabras a otros resquicios y matices de la realidad”, explica.
Sin embargo, considera que es inútil “escandalizarnos porque existan libros de poesía best-seller” y “crucificar a ciertos autores con repercusión que parece que son enemigos de la poesía, yo no creo que quiten lectores”. Abre la posibilidad de concebir como “poesía juvenil” a algunos poetas más virales, “cuyas creaciones tienen poca complejidad y juegan siempre con la inmediatez”. “Puede ser un género bueno en sus propios códigos; al igual que la narrativa juvenil, tal vez funcione como una puerta de entrada hacia otro tipo de poesía”.
Acebal defiende “una escritura accesible, pero no masticada”. “Por eso me ha costado tanto escribir poesía política, siempre está el riesgo de caer en el panfleto, hacer una concesión a cierta necesidad de consumo”. Pensando en “una poesía honesta, con una base en verdades colectivas”, Acebal cita como principales influencias a Ángela Figuera Aymerich, Emily Dickinson o Jaime Gil de Biedma, y también a poetas de su tierra, Asturias, como Ángel González y Víctor Botas.
No olvida mencionar a otros autores del panorama joven: Mario Vega, Rosa Berbel, Guillermo Marco Remón, Sara Torres o Juan Gallego Benot, entre otras voces que pueden enmarcarse dentro de una constelación de poetas que está revitalizando el horizonte español. Aunque incide en la diversidad formal y de referencias, Acebal señala la similitud de ciertas temáticas, como “la revisión de la poesía amorosa en términos de sentimentalidad y el resurgimiento de la cuestión social”. “Hay nuevos códigos de amar, problematizamos cosas distintas y presentamos las relaciones como un espacio mucho más igualitario”, puntualiza. “Y como cultura joven, en general, es normal que estemos preocupados por la precariedad y la situación política”.
Acebal quiere mantenerse lejos de la poesía “sometida a la mercantilización del tiempo y a la inmediatez”. Últimamente no encuentra mucho espacio para la escritura porque ha comenzado a estudiar un máster en abogacía, pero volverá a crear “cuando mis condiciones vitales lo permitan”. Ese momento llegará porque, como expresa en uno de sus poemas, “Si un día despertara sin palabras, moriría de hambre o de tristeza. / No tengo nada más: la inútil vocación de pensar y explicar lo que he pensado”.
Mi infancia son recuerdos de un piso a las afueras
y un huerto descuidado en la ventana;
mi juventud, veinte años de cuadernos de inglés.
Conseguirás —dijeron—
mucho más que tus padres y sus padres:
estudia cuatro años y tendrás un trabajo,
trabaja y vivirás siempre tranquila;
trabaja y serás digna de un futuro.
Asentí, como todos —hijos de la bonanza—.
No atendimos a aquel presentimiento
aquel olor a pólvora —aún distante—
que asomaba en voz baja
como un eco de angustia a puertas de palacio.
De aquel país ajeno a las fronteras
solo guardo el recuerdo de la luz
y una aversión a la palabra patria.