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Algo huele a podrido en Wall Street

La actualidad informativa es una de las mejores fuentes de inspiración para las ficciones televisivas con el reto añadido de que cada vez más la realidad termina superando a la ficción. Billions recoge el guante de otras series en la que se entrecruzan las tramas políticas, económicas y personales en un drama en el que ninguno de sus protagonistas principales hace el mínimo esfuerzo para caer bien al espectador.

La ficción televisiva dejó atrás hace tiempo la figura del héroe impoluto, el que aspira a convertirse en un icono por la vía de la moral, para entregarse luego a la era de los antihéroes y vivir ahora instalada en un protagonistas-villanos que ya no se preocupan en justificar una escala de grises.

Los protagonistas de Billions (ya disponible ya en Movistar+) están más interesados en ganar una batalla a muerte que se libra en las altas esferas de la capital financiera del mundo. Aunque el estreno de la primera temporada es anterior al huracán que acaba de desatar la victoria de Trump, ya colocó a Billions como la nueva representante de esas series que bajo el prisma de ficción juegan a hacer una radiografía sin piedad de la actual sociedad estadounidense.

Bobby Axelrod (Damian Lewis) es la reencarnación de Gordon Gekko en el siglo XXI. Admirado, envidiado y temido a partes iguales, alimenta el hambre de victoria y el ego de los que están dispuestos a darle caza pero que en el fondo sueñan con parecerse a él. En Billions ese papel le corresponde a Chuck Rhoades, el fiscal general interpretado por Paul Giamatti. Lejos de ser un modelo de conducta y con las mismas ganas de ganar que su némesis, sabe que para demostrar su valía no tiene otro remedio que salir victorioso y que hacer justicia es algo siempre secundario.

Este toma y daca, este juego de poder entre Axelrod y Rhoades, tiene consecuencias en todo su entorno. Tan importantes como ellos son Lara Axelrod (Malin Akerman) y Wendy Rhoades (Maggie Sliff).

Las mentes pensantes detrás de la trama intensa, a ratos densa pero sobre todo adictiva a medida que pasan los capítulos y el oído se acostumbra a la jerga de Wall Street, son los guionistas Brian Koppelman, David Levien y el periodista del New York Times Andrew Ross Sorkin, que se inspiraron en el colapso de Wall Street de 2007 para alumbrar una serie que traslada a la ficción televisiva las consecuencias del 11-S en las altas finanzas de Nueva York y que en Billions forma una parte muy importante del pasado de sus dos protagonistas.

Billions es una de esas series que compensan el esfuerzo de amoldarse a sus reglas con un extra de adrenalina que no deja de crecer hasta el final de la primera temporada. Para la segunda no habrá que esperar demasiado, ya que llegará en febrero. Los nuevos lobos de Wall Street ya estarán afilando sus garras.

La actualidad informativa es una de las mejores fuentes de inspiración para las ficciones televisivas con el reto añadido de que cada vez más la realidad termina superando a la ficción. Billions recoge el guante de otras series en la que se entrecruzan las tramas políticas, económicas y personales en un drama en el que ninguno de sus protagonistas principales hace el mínimo esfuerzo para caer bien al espectador.

La ficción televisiva dejó atrás hace tiempo la figura del héroe impoluto, el que aspira a convertirse en un icono por la vía de la moral, para entregarse luego a la era de los antihéroes y vivir ahora instalada en un protagonistas-villanos que ya no se preocupan en justificar una escala de grises.