Este blog se ocupará de las series más influyentes del momento, recomendará otras que pasan más desapercibidas y rastreará esas curiosidades que solo ocurren detrás de las cámaras.
'Riviera' temporada 2: intrigas y chantajes con sabor mediterráneo
Cuando Georgina (Julia Stiles) se mudó a la Riviera francesa jamás llegó a pensar que su vida correría peligro. De hecho, este destino no le inspiraba otra cosa que satisfacción y la certeza de que ya no tendría que preocuparse por su bienestar económico, garantizado por su recién estrenado marido Constantine (Anthony LaPaglia). Pero Constantine murió. En el primer episodio de Riviera.
La explosión en el yate donde este millonario celebraba una de sus extravagantes fiestas supuso un punto y aparte para la vida de Georgina. Esta joven apasionada por el arte se encontraba sola e indefensa entre los miembros de la familia de su marido muerto; un clan, el de los Clio, que bajo sus engañosos modales ocultaban una intención muy clara de preservar el statu quo ahora que había muerto el patriarca.
Así, de la noche a la mañana, la protagonista tuvo que enfrentarse a las intrigas de ese clan con el que compartía alojamiento, y esas palabras de cortesía envenenada que tanto nos dan la vida a los fans de los culebrones sofisticados. Una agresividad llameante camuflada en unas exquisitas maneras que dejan entrever con claridad lo muchísimo que se odian quienes las muestran. Y en Riviera, para alegría y estímulo de la audiencia, se odian todos.
Los hijos del anterior matrimonio de Constantine. La exmujer del mismo, una maquiavélica Irina interpretada portentosamente por Lena Olin. Y ahora, en esta segunda temporada, la familia Eltham. Un clan de aristócratas británicos gobernado igualmente por una dama de hierro (Juliet Stevenson encarnando a Cassandra), pero donde los vástagos que interpretan Poppy Delevingne (hermana de la modelo Cara) y Jack Fox también aprenden rápido.
El cerco se estrecha en torno a Georgina, quien a duras penas consiguió salir indemne del chantaje que Adam (Iwan Rheon), el hijo mediano de su marido, le había impuesto durante la primera temporada. Sin embargo, cada vez le va pillando más el tranquillo a esto de intrigar, conspirar, y planear con una radiante sonrisa la perdición de aquellos que se interponen entre ella y el poder, y no va a dejar que nadie la intimide. Ya no.
En la segunda temporada de Riviera, además, tiene otras cosas en las que pensar. Las circunstancias de la muerte de Constantine siguen sin estar claras. La llegada sorpresa de su carismático tío desde EEUU, interpretado por un Will Arnett siempre dispuesto a exprimir al máximo sus personajes. Y la relación con Noah (Grégory Fitoussi), tan atractivo como inquietante, pugnando por distraerle de esa lucha de voluntades que no ha perdido intensidad con el paso del tiempo.
En la Riviera todos se salen con la suya
En el estreno de su primer capítulo a través de Sky, Riviera consiguió reunir frente a la televisión a cerca de 1.2 millones de espectadores. Un récord para la cadena y, desde luego, un buen indicador del atractivo que había supuesto para los habitantes del Reino Unido la perspectiva de asomarse a las conspiraciones y juegos de tronos de esta familia de ricachones.
Riviera, además, se beneficiaba del talento de dos guionistas expertos en enganchar al público a través de giros locos, personajes ambiguos y una maestría absoluta en lo que se refiere a quitar el aliento con revelaciones tan intempestivas como descabelladas. Uno de ellos era nada menos que John Banville, ganador del Premio Booker y, bajo el seudónimo de Benjamin Black, responsable de algunas de las novelas negras más infartantes de los últimos años.
El otro era Neil Jordan, veterano realizador irlandés cuyas primeras películas se remontan a las 80, pero que fue en la década de los 90 cuando fue encadenando algunos de los éxitos que definirían su estilo y lo consagrarían frente a la crítica y el público. Entre 1992 y 1994 firmó Juego de lágrimas (conteniendo uno de los giros de guion más valientes y antológicos de la época) y Entrevista con el vampiro, y de forma más reciente ha vuelto a las grandes ligas con La viuda, actualmente en cartelera.
Ambos escritores se han esforzado por que Riviera compile gran parte de su peculiar imaginario creativo, siendo todo un hervidero de personajes retorcidos, pasiones inconfesas y mala leche que no es de extrañar que haya conectado tanto con los espectadores. La serie de Sky lo da todo en pos de su placer más inmediato y disfrutón, y se configura como una fiesta donde la frivolidad y la tragedia shakesperiana pueden ir de la mano.
Nada mejor para reforzar este hecho que la ambientación de sus enrevesadas tramas. Las localizaciones de Riviera se extienden, como no podía ser de otro modo, por los espléndidos parajes del sur de Francia. Los planos que recrean su belleza son abundantes y luminosos, inyectándole a la serie un inconfundible aroma mediterráneo que más sugerente se vuelve cuanto más contrasta con la podredumbre moral de sus personajes, dispuestos a todo por lograr sus objetivos.
Montecarlo, Ibiza, Marbella… son muchos los parajes donde se podría ambientar la trama y que el espectador pudiera identificar sin problema con la historia de miseria y ambición que propone Riviera. Quizá porque tras toda belleza es inevitable pensar que existe un pozo de oscuridad y perversión. La serie que protagoniza Julia Stiles nos invita a introducirnos en ese pozo y, a tenor de las vistas, es una oferta que claramente no podemos rechazar.
Cuando Georgina (Julia Stiles) se mudó a la Riviera francesa jamás llegó a pensar que su vida correría peligro. De hecho, este destino no le inspiraba otra cosa que satisfacción y la certeza de que ya no tendría que preocuparse por su bienestar económico, garantizado por su recién estrenado marido Constantine (Anthony LaPaglia). Pero Constantine murió. En el primer episodio de Riviera.
La explosión en el yate donde este millonario celebraba una de sus extravagantes fiestas supuso un punto y aparte para la vida de Georgina. Esta joven apasionada por el arte se encontraba sola e indefensa entre los miembros de la familia de su marido muerto; un clan, el de los Clio, que bajo sus engañosos modales ocultaban una intención muy clara de preservar el statu quo ahora que había muerto el patriarca.