Estamos a punto de cerrar el año de los reencuentros. Contábamos los días para seguir la pista a Laura Palmer y acompañar de nuevo a los agentes de Expediente X en su lucha contra la amenaza paranormal. Pero el negocio de la nostalgia sirve tanto para recordar los mejores momentos como para alentar las polémicas del pasado. El caso de Las chicas Gilmore demuestra que hay heridas que ni siquiera el tiempo es capaz de cicatrizar.
En 2001, antes de que la serie apareciese en pantalla por primera vez, los críticos ya le colgaron la etiqueta de solo apta para mujeres. No les hizo falta abrir la boca. La idea de una madre soltera que cría a su hija adolescente en un pueblecito rural de Connecticut era demasiado naíf para la época. Como además las protagonistas eran mujeres, les pareció adecuado tacharla de girly o serie para chicas.
Quince años después y a tres días de que Netflix estrene su octava temporada, esta losa sigue pesando sobre las Gilmore. Por eso ha llegado el momento de hacernos la gran pregunta: ¿qué es una serie para chicas? Si se refiere a una ficción dominada por dos mujeres que no necesitan superpoderes para encabezar los créditos, sí, Las chicas Gilmore es una serie femenina.
El problema de esa etiqueta es que pocas veces quiere ser descriptiva. Según esto, la serie para chicas trataría temas que escapan al entendimiento del público masculino y de una forma demasiado frívola para muchas mujeres. Un cotorreo sobre hombres, maquillaje o maternidad que haría sangrar los oídos de los más entrenados en Sexo en Nueva York. En ese caso, no, Las chicas Gilmore no tiene nada que ver.
La ficción creada por Amy Sherman Palladino alcanzó la categoría de serie de culto por su uso de un lenguaje universal y por los guiones más rápidos y cargados que ha visto la televisión. Sus actores se enfrentaban cada día a más de 80 páginas de script, que es el doble de la media que tienen los capítulos de esa duración. Y eso incluye la mordaz verborrea del Ala oeste de la Casa Blanca. Pero las siete temporadas que repasan la vida de Lorelai Gilmore y su hija Rory son mucho más que cifras récord. Es humor con más contenido cultural que un programa de Saber y Ganar, historias humanas y litros de café. Preparen las maletas, que es hora de regresar a Stars Hollow.
Humor inteligente: sí se puede
Sería falso decir que las series de culto no existían antes de Las chicas Gilmore. Pero todavía faltaban varios años para pensar en la televisión como la gran competidora del cine en fuegos de artificio y guiones inteligentes. El entretenimiento era la piedra angular de la ficción en la pequeña pantalla y las representaciones cotidianas tenían una misión muy concreta. O hacer comedia familiar, como Siete en el paraíso, o mostrar a los adolescentes de instituto como una pandilla de almas torturadas.
De repente llegó una directora que pretendía hacer comedia sin risas enlatadas y quería girar la trama sobre una familia desestructurada, como decían los ejecutivos más conservadores. Amy Sherman Palladino también aprovechó sus tres cuartos de hora por capítulo para dar una lección de referentes culturales y políticos en forma de charla distendida. Si pestañeas, te perderás. Si te distraes con el zumbido de una mosca, te habrán colado al menos tres guiños. Lorelai Gilmore y su hija Rory usan el primer café del día para calzar una frase de Ben-Hur o comparar su estado anímico con discos de leyendas del rock.
La primera es una mujer hecha a sí misma, soltera, atractiva, treintañera y gerente de un hotel. Tuvo a su hija Rory con dieciséis años y escapó del asfixiante ambiente esnob de la casa de sus padres. La pequeña de las Gilmore empieza la serie con la misma edad que tenía su madre al quedarse embarazada, pero pronto veremos que solo comparten el color azul de los ojos y su adicción por el café. Ambas se rodean de personajes excéntricos y adorables que siempre les ayudan a avanzar en su pequeño pueblo ficticio 'de la piruleta'.
Stars Hollow tiene lo mejor de las aldeas, con sus festivales cada fin de semana y un señalado espíritu de comunidad, pero también esconde una crítica a la vida pedestre, donde todo el mundo opina y las expectativas de futuro se reducen a trabajar en la tienda de gatos del vecino. La serie también hizo una parodia elegante de la sociedad esnob protagonizada por los fantásticos abuelos Gilmore. Muchos no supieron ver la mofa y tildaron a Las chicas Gilmore de lo mismo que criticaba: de conservadora y paleta. Pero esa tesis la echan por tierra cada una de las protagonistas femeninas que encabezan la primera fila. Ahí es donde se encuentra el verdadero caramelo.
Sexo entre otras cosas
¿Tiene sentido Las chicas Gilmore en la época de Girls? Parece que una serie donde el sexo sea un elemento más, pero no el centro de las conversaciones femeninas, ha quedado obsoleta. La llamaron mojigata y desfasada porque las protagonistas preferían hablar de las peores películas de la historia o de la carrera periodística de Christiane Amanpour que de su tensión sexual no resuelta.
Las Gilmore se enamoran, se desenamoran, tienen relaciones sexuales y hablan de hombres, pero no le dan más importancia que a los sabores de la pizza. Una de las principales controversias del regreso de la serie fue cuando Netflix volvió a utilizar como reclamo posicionarse a favor de uno de los chicos de Rory. Como spoiler, la séptima temporada finaliza con ella marchándose a cubrir la carrera presidencial de Obama y abandonando a sus tres príncipes de cuento. No es un final sorprendente, es simplemente perfecto.
Por eso a Amy Sherman Palladino le sienta fatal que solo se despierte la trama amorosa de Rory para hablar del personaje. “Ella no se pasaría los días pensando con quién va a terminar, sino cómo va a conseguir esa entrevista en el New York Times”, dijo la creadora cuando le pidieron el nombre de su pretendiente favorito. Esa respuesta resume clara y concisa el espíritu de la serie, por lo que tendría que estar más vigente que nunca.
Antes que Bechdel
Rory no es la única con mensaje. Su mejor amiga Lane es la mayor melómana que ha dado a luz la ficción. Se sabe por orden alfabético los inéditos de David Bowie y su mayor sueño es convertirse en la batería de un grupo, a pesar de que su conservadora familia coreana lo desaprueba. La socia empresarial y alma gemela de Lorelai, Sookie (interpretada por una genial Melissa McCarthy), es la mejor chef de Connecticut y su única meta en la vida es ser reconocida como tal en el resto del país.
Incluso en el instituto Chilton de Rory las chicas malas no son las más populares, sino las más listas. Paris y sus dos secuaces le intentan hacer la vida imposible a Rory solo porque la ven como una competencia intelectual. Este colegió será la mayor prueba de fuego para alcanzar su sueño de llegar a Harvard (que luego será Yale) y convertirse en periodista. El camino será duro, como también el de su madre para conseguir abrir su propio hotel. Estas son las lecciones que se aprenden al tragarse 7.000 horas de conversaciones a toda pastilla, no la versión edulcorada y simplona que ofrecen los medios que no les han dedicado ni un segundo.
Y sí, son lecciones impartidas por ellas. Por mujeres que citan a Mark Twain y Sylvia Plath entre mujeres. Mujeres que debaten sobre la pasión en las novelas de León Tolstói con otros hombres. Mujeres que salen de fiesta, son capaces de reseñar 465 películas en menos caracteres que un tuit y tragan comida basura en cantidades ingentes. Mujeres que lloran por amor, por amistad, por trabajo y por frustración vital. Y también las que hacen chistes ingeniosos sin necesidad de maldecir contra un tipejo o soltar la palabra coño en cada frase. Así que a lo mejor sí. Quizá Las Gilmore sean una serie para chicas con cerebro.