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Por fin una serie sobre hackers que les gusta a los hackers

La clave del género es siempre de sus clichés, los lugares comunes que componen su lingua franca. Los del drama informático son varios y conocidos: el hacker es siempre autista, insociable e invariablemente incomprendido, su manic pixie girl es siempre desaliñada, malhablada y promiscua, con antecedentes de maltrato y una fuerte inclinación por las botas militares.

El malo interesante es un Ken patológicamente bien vestido (a lo American Psycho) claramente homosexual y con un rollo pasiovoagresivo que se manifiesta en una frialdad danesa intercalada por brotes psicóticos y la enojosa manía de reírse siempre a destiempo, o más tiempo de lo normal. Ese siente una afinidad intelectual con el hacker y quiere usar sus superpoderes para el mal. Luego está el malo chungo, que es la versión adulta del matón de clase que pegaba al hacker de pequeño: un malahierba borrico, bastante guarro y líder intelectual de una banda de sabandijas a los que hay que separar y confundir con lógica cartesiana. También está la corporación superchunga a la que se debe aniquilar para liberar a la población del dominio capitalista.

No hay padres porque, o han sufrido muertes prematuras e injustas o son malos (militar o alcohólico violento / fanática religiosa o esquizofrénica). Esto facilita la irrupción de un figura paternal pero molona que le muestra el camino a mamporrazos y que dará su vida por él. También hay una Wendy para su Peter Pan -generalmente una ex-novia o mejor amiga- que hace de madre para su banda de niños perdidos y que le pregunta por su higiene del sueño con expresión consternada mientras desea secretamente que a su novio actual le parta un rayo y poder salvar al hacker de su naturaleza autodestructiva con sexo lánguido y un buen limpiador antigrasa.

Luego está el perro, un elemento humanizador que identifica al hacker como autista y no como psicópata. Esos y muchos otros lugares comunes confluyen en Mr. Robot, serie que muchos describen como “la serie que harían los del Chaos Computer Club”. Esto es única y exclusivamente porque hay un cliché que se saltan: la tecnología es realista. Las pantallas de los hackers que hackean son hackeos de verdad. Y esto sí que no había pasado nunca antes.

El protagonista de Mr. Robot es Elliot Anderson (Rami Malek), un hacker con fobia social que trabaja para Allsafe, empresa de seguridad informática que protege las cuentas e intereses de corporaciones como la sutilmente llamada Evil Corp. Cada noche, Elliot se mete una raya de morfina y hackea los ordenadores de la gente que le rodea para ayudar a los buenos y castigar a los malos. A veces intima con su vecina/dealer Shayla. Y así la vida, hasta que es reclutado por la FSociety, un grupo con ecos de Anonymous liderado por Christian Slater cuya modesta misión es destruir el sistema financiero capitalista, empezando por las multinacionales que lo sostienen.

Eliott lleva el uniforme del CCC (capucha calada y ojeras), y el hacker más famoso de los 90 Kevin Mitnick ya ha manifestado su entusiasmo. Pero la clave del éxito de Mr. Robot parece ser un hombre llamado Michael Bazzel, un exdetective de cybercrimen que ahora se dedica a asesorar a las productoras con el asunto tecnológico.

Los muy fans disfrutarán esta entrevista con Bazzel en la que explica su trabajo en la serie. De momento, estas son cinco de las muchas maneras en las que Mr. Robor ha implementado el género desde Juegos de Guerra.

Cinco aspectos fundamentales de la cultura hacker que Mr. Robot hace muy bien

1. El lingo es genuino. A veces, en detrimento del espectador, que no tiene que estar familiarizado con el mundo infosec de rootkits, archivos .DAT o ataques DDoS. De momento, el éxito de la serie indica que, o bien la nueva generación ha abandonado las cajas negras de Apple y se ha puesto las pilas a nivel informático; o la serie es totalmente aspiracional. Desearía lo primero pero mi apuesta es por lo segundo.

2. Las tácticas también. El piloto ya empieza con un Ataque de Denegación de Servicio (DDoS). Consiste en bombardear un servidor con peticiones -como quien llama al mismo tiempo a todas las puertas y ventanas de un edificio- hasta que genera un colapso del sistema y se abre un resquicio por el que colarse. El retrato del ataque es más realista que la intención de sus artífices, que es dejarle una nota a Elliot para que ayude a borrar datos y así producir “la mayor redistribución de riqueza de la historia del mundo” (sic).

3. Las pantallas son realistas. Hasta ahora, la pantalla de un ordenador hackeado incluía una animación futurista donde se representaba la lucha por el acceso a la información: bustos vectoriales dando vueltas, chorros de números y letras convirtiéndose en inglés. Cuando hay un virus, el busto se convierte en calavera; cuando hay bomba, salta un reloj con fondo rojo que cuenta hacia atrás. El password es siempre swordfish o el cumpleaños de la esposa del malvado CEO, visible en cuerpo 32 y siempre se acierta en el tercer intento. La realidad es que un hacker trabaja siempre desde la línea de comandos y ningún programa que pretenda dominar el mundo se molestará en ponerle dibujos encima. Las animaciones no son el programa, son la careta del programa. Aquí hay una simpática comparativa que debería facilitar la comprensión de este concepto.

Mr. Robot marca la diferencia: no sólo hay cascadas de ventanas llenas de texto, como en la vida real (y no ventanas que saltan y se superponen de manera que nadie pueda leer nada). Eliott no toca un Mac ni con guantes de esparto recauchutado, y usa Tor para entrar en la Deep Web desde cybercafes, como se tiene que hacer. Rompe contraseñas por fuerza bruta, usando bases de datos customizadas. Un músico callejero regala un CD que esconde un troyano que acaba activando secretamente la webcam del ordenador. Porque...

4. Hackear no es sólo tecnología. También es conseguir que un completo desconocido meta tu software en sus sistema, aunque a eso lo llamamos ingeniería social. La serie está llena de eso. Hackear, por cierto, tampoco tiene nada que ver con la “suerte”. Para romper la seguridad de un sistema se requieren conocimientos, tiempo, paciencia, perseverancia y repetición. Lo de llegar y besar el santo es sólo uno de los muchos poderes mentales de Tom Cruise.

5. No todos los hackers lo son por el mismo motivo ni tienen la misma intención. Para Elliot, colarse en los ordenadores ajenos es su manera de socializar, para su jefe es una herramienta de poder para crecer en la empresa. Para Mr. Robot es el medio más efectivo para destruir un sistema que odia. Para cada uno de los miembros de su equipo es una cosa distinta; activismo, rebelión, vanidad o autodestrucción. No todos los hackers son activistas ni todos los activistas son hackers: Anonymous, el Chaos Computer Club y el Hacking Team son grupos de hackers con intenciones, acciones, asociaciones y repercusiones completamente distintas, en algunos casos opuestas. La dicotomía sombrero negro-sombrero blanco se ha quedado muy atrás.