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'Bette y Joan': cuando la misoginia de Hollywood también es culpa de las mujeres

'Feud', una serie sobre la rivalidad entre Joan Crawford y Bette Davis

Mónica Zas Marcos

“Solo existen tres papeles en Hollywood para las mujeres mayores: la ingenua, la madre o la víbora”, dice Joan Crawford en Feud, la nueva apuesta de HBO.

Pero la diva se equivoca. Siempre hay hueco para interpretar a la vieja artista venida a menos que se pasa el día estirándose las arrugas del cuello y fumando cigarrillos. Esa es la tesis de la nueva serie de Ryan Murphy, donde las mujeres entradas en años prefieren despellejarse entre ellas antes que alejarse de los focos y el glamour.

Ambientada en el rodaje de la película de bajo presupuesto ¿Qué fue de Baby Jane?, Jessica Lange interpreta a la estrella de cejas tupidas y una maravillosa Susan Sarandon a su némesis de por vida, Bette Davis.

Ambas fueron manipuladas por los capos de la Warner para servir de pasto carroñero a la prensa de Los Ángeles. Sus inseguridades fueron adulteradas hasta la histeria y su relación entre bambalinas se presentó ante el público como una pelea de gatas. La moraleja es que sí, tras el visionado de los dos primeros capítulos, ellas cayeron en la trampa.

En teoría, la intención de la serie era la de incidir en los engranajes machistas de la fábrica de historias doradas. También la de subrayar que las víctimas de aquellos magnates bravucones son las mismas que las de hoy en día: las actrices que superan los cuarenta. La sensación, sin embargo, es que Murphy piensa que Joan Crawford y Bette Davis poco tienen que enseñar a las mujeres que pelean cada día en Hollywood por la igualdad.

La primera, seductora e inestable, sobrevive gracias a ser la imagen de Pepsi-Cola y a beberse una petaca diaria de ginebra de cuarenta grados. La otra es tirana y celosa, pero se alía con Crawford porque no soporta ser la segundona de una obra de Broadway. Esta película es su oportunidad de salir del ostracismo, y ambas firman un pacto bilateral para rescatarse en un mundo en el que los hombres las prefieren rubias y jóvenes. Un acuerdo de camaradería que expira en el primer día de rodaje.

No hizo falta nada más que un productor con mala fe y la cizaña de un director bobalicón para hacer saltar las chispas. Jack Warner, magnate de los estudios Warner, urdió un plan junto al cineasta Robert Aldrich para enemistar de nuevo a las protagonistas de ¿Qué fue de Baby Jane? Querían que el odio visceral de las dos actrices quedase realista sobre la pantalla y captar la atención mediática antes del estreno de la película, que terminó siendo un éxito de taquilla.

Dos mujeres sacándose los ojos por el interés de un hombre o por el mejor lugar en la fotografía siempre ha sido morbo seguro para el público. Pero la versión de la historia en HBO parece perseguir exactamente los mismos objetivos.

Las brujas de Blancanieves

Feud es un producto mitómano para que Hollywood se recree una vez más en su propio ombligo. Vivimos en una época en la que los rodajes son un libro abierto para el espectador, listo y empaquetado en la sección de detrás de las cámaras. En el siglo pasado, en cambio, cualquier intriga tenía que llegar a los oídos de un redactor chismoso que lo hiciese de dominio público. Joan Crawford y Bette Davis eran conocidas por filtrar gustosas sus trapos sucios para no perder un hueco en la primera plana, sobre todo en la última etapa de sus carreras.

“Si quieres que una cosa esté bien hecha, rodéate de un par de tías viejas”, decía Davis con su entrenada sorna. Cuando una nueva generación de actrices llegó para robarles su hueco, ellas soltaron su bilis a través de titulares. Al fin y al cabo, era mucho más fácil pelear en un combate cuerpo a cuerpo que enfrentarse a un sistema misógino y responsable de pasar a las mujeres por un filtro de belleza y juventud.

“Yo también tengo las tetas grandes, pero no voy por ahí poniéndolas en la cara de la gente”, dijo Joan Crawford sobre Marylin Monroe cuando ésta recibió el Globo de Oro en 1961 por Con faldas y a lo loco. También es el arranque de Feud, una perlita que sirve de aperitivo para lo que está por venir. En esa época, Joan vivía con un amante que tenía que aguantar sus ebrios arrebatos y con su inseparable Mamasita, la criada que encontró el libro en el que se basaría ¿Qué fue de Baby Jane?.

El argumento de esta película trataba sobre dos hermanas, ambas antiguas actrices, que ahogan sus penas en un apartamento compartido donde se hacen la vida imposible la una a la otra. Joan Crawford sabía que su coprotagonista ideal, la mujer que la equiparaba en talento y estrella, era Bette Davis. “Nadie va a contratar a dos mujeres de nuestra edad”, le dice en un minúsculo camerino. “Tenemos que rescatarnos nosotras”.

Una falsa sororidad

Feud es una serie perfectamente ejecutada por el director de American Horror Story, de una belleza estética que hará las delicias de los amantes del cine, y con una elección de casting digna de Oscar. No existen dos actrices más capaces de transformar su química en desprecio que Jessica Lange y Susan Sarandon.

Quizá lo que menos convence es un propósito que no llega a arrancar, al menos durante los primeros capítulos. Ryan Murphy dijo que iban a denunciar el machismo de Hollywood, pero los productores y directores salen bastante bien parados en esta adaptación.

Se muestran las confabulaciones hacia las actrices como si fuesen una mera charleta entre caballeros. Por lo demás, el veneno se reserva para ellas y su rivalidad con otras mujeres.

Madres celosas porque sus hijas reciben más atenciones de los chicos jóvenes. Compañeras apuñalándose por ser la favorita del director y, de paso, llevárselo al huerto. Reporteras utilizando sus peores artimañas para conseguir la pelea de gatas definitiva. Y cincuentonas chantajeando a su equipo de producción para que despidan a la rubia atractiva.

Es posible que los escenarios del Hollywood de los sesenta estuviesen emponzoñados por las riñas femeninas. Puede que Joan Crawford y Bette David orquestasen su odio en las rotativas para no perder millones ni privilegios. Pero si la serie culpa de todo esto a un sistema misógino hasta el tuétano, quizá ponerlas a ellas en el paredón no sea la mejor manera de denunciarlo.

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