Mientras que la juventud de clase media falsea sus vidas, gatos y comidas en Instagram, Lena Dunham se lucra siendo auténtica. Girls ha sido el retrato de Dorian Gray de la generación millennial. El feo reflejo que los hijos de la crisis intentan maquillar con filtros en sus redes sociales.
Había algo de perversa adicción en sus capítulos, pero también la necesidad de representar a la audiencia perdida entre Gossip Girl y Sexo en Nueva York. Ese “incómodo punto intermedio” después de perder la virginidad en el instituto y antes de gestionar el reloj biológico subida a unos Manolo Blahnik. Hace una década, plasmar esa etapa en la pantalla sin derroches de glamour habría sido sinónimo de morir lapidado por la audiencia. La televisión era el lugar donde regodearse en las miserias de los demás, no en las propias.
Dunham llegó entonces a HBO con ínfulas de ser la voz de su generación, “o al menos una voz de una generación”, y los productores se lo tragaron. La serie prometía ser tan ambiciosa como su autora y lo suficientemente incorrecta para prender las redes donde cohabitaba su público potencial.
Seis años después de aquella apuesta, Girls se despide habiéndolo conseguido. No ha sido una, sino muchas las personas que se dieron por aludidas y se miraron al ombligo, pero esta vez para ver qué fallaba.
Las protagonistas son cuatro chicas orgullosas y algo egocéntricas con ambiciones de sofá. Su monólogo interior se divide entre considerarse un portento desaprovechado y conformarse como camarera en el bar de un amigo. Ni siquiera siendo la mejor en hostelería, sino puesta a dedazo. Por primera vez en la pequeña pantalla, a la mujer adulta se le permitía el lujo de ser tan narcisista y holgazana como cualquier antihéroe masculino.
Con todo y eso, Hannah y su círculo de niños mimados son verosímiles como los propios millennials. Ya no usan lencería fina ni desayunan margaritas, y tampoco tienen puestazos de trabajo por arte de magia. Gracias a esta crudeza, Girls se deshizo de la incómoda etiqueta de “sucesora de Sexo en Nueva York” y demostró ser mucho más canalla. Una pequeña muestra son las escenas de sexo.
Lena Dunham muestra su desnudez -alejada de los cánones de belleza impuestos, por cierto- siempre que tiene ocasión. Y nada de encuentros eróticos a la luz de las velas, con Michael Bolton sonando de fondo y la sábana tapando estratégicamente los pezones y el pubis. Esta decisión es un tiro de doble objetivo: primero, acabar con los prejuicios físicos de las mujeres en televisión, y segundo, mostrar las escenas de cama sin remilgos. Hay momentos ridículos, incómodos, anodinos o ardientes, como en la vida misma.
Para muchos, la serie es pretenciosa y polémica con saña. Otros se niegan por vergüenza a que Dunham se haya alzado como “la voz de su generación”. Pero hay quienes sí han aprendido con cada crisis creativa de Hannah, recaída en las drogas de Jessa, pérdida de ingenuidad de Shoshanna o desmitificación de Marnie.
Seis años es mucho tiempo para meter la pata, y los tropezones han sido constantes en la serie de HBO, pero al final deseas que a estas chicas les vaya bien. Porque, lejos de caricaturizar a un sector de la población mundial, Girls ha sido su ensayo y error. Aquí van algunas lecciones que nos dieron estas cuatro incautas por atreverse a fallar en prime time.
Hannah: la autoestima repelente
Es quizá el personaje que menos pasiones despierta entre el público. La razón es sencilla: nunca se derrumba. Va por ahí jactándose de que “la gente se siente humillada por mi rapidez mental”, pero todavía no ha encontrado el lugar donde ejercer ese don. Hannah quiere convertirse en una escritora relevante y no cejará en su empeño por muchas empresas que le cierren la puerta en las narices.
La conocimos exigiendo remuneración por su trabajo de prácticas en una editorial. Nos desesperamos cuando abandonó su puestazo en la elitista redacción de GQ porque, según ella, “contamos mierdas”. Asistimos a su estancamiento creativo mientras planeaba convertirse en la Philip Roth de su generación. Y, por último, la vimos siendo feliz e incompleta dando clases en un instituto (que también abandonó).
Pero, al final, Hannah sale de todas esas crisis con una fe renovada en su propio talento y aspirando a más de lo que le toca. Hay que aplaudir su inconformismo vital, ese que le permite reivindicar un sueldo o rechazar a una de las revistas más prestigiosas del mundo para perseguir su sueño.
Jessa: la torturada paciente
Con Jessa ocurre el caso contrario al de Hannah. Sus expectativas en sí misma se reducen a tener dinero para drogarse y no haber fastidiado la vida de nadie al final del día. Se considera tóxica como el amoniaco, pero es la mejor confidente del grupo. Sus tres amigas recurren a ella porque saben que no recibirán consejos condescendientes ni les juzgará más de lo que juzga sus propios actos.
Es la única que se salva del picotazo de narcisismo que contagia a las demás. Una de sus peores virtudes es que, cuando la reclaman, es tan honesta que duele. El resto del tiempo toma posición de observadora, una actitud que no abunda en una serie donde cada personaje es su propio astro. “No me gustan las mujeres que les dicen a otras mujeres qué hacer, cómo y donde”, le contesta a Hannah en la primera temporada. Jessa no lo ha hecho en seis años y así se ha convertido en una de las más adoradas.
Marnie: del pedestal al lodo
Este personaje fue diseñado a partir de cien clichés para ir deshaciéndose de ellos uno por uno. De padres adinerados, novio amantísimo y una carrera con futuro como galerista de arte, Marnie se queda sin nada. Literalmente.
Girls ha abordado sin tacto la difícil relación entre talento y éxito; y en este caso lo hace con doble ración de crueldad. “Solo necesito que alguien me diga: así va a ser el resto de tu vida”, pidió desesperada en uno de los capítulos.
La misión de Marnie será asumir que sus logros hasta ahora han dependido más de la suerte que de sus capacidades. Al final, consigue reponerse de varios fracasos amorosos y tomar por primera vez las riendas de su única pasión: la música. Será la prueba de fuego para descubrir si Marnie ha explotado su burbuja de perfección o seguirá atada a ese estilo de vida que nunca volverá.
Shoshanna: gestionar la inocencia
“¿Adivina qué? Sí se puede escapar de los problemas”, dice eufórica cuando huye a Japón. La benjamina del cuarteto estaba pensada para ser una secundaria y por eso su trama tardó más en despegar. Mientras que las demás pecaban de kamikazes en lo personal y lo laboral, Shoshanna seguía al milímetro las normas sociales. Lo interesante fue que ni siquiera eso le bastó.
Con ella aprendimos que la excesiva inocencia y saber estar no te facilita las cosas. Que volverse una escéptica sin sentimientos no es la coraza definitiva. Y, finalmente, que se puede alcanzar el equilibrio (después de un viaje de autodescubrimiento a Tokio). Es el personaje menos relevante para la mayoría de los espectadores y, sin embargo, es quien nos ha mantenido pegados a la realidad en esa sucesión de egos y personalidades imposibles que es Girls.