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Sonar, día 2: Kate Tempest, Squarepusher y Die Antwoord (+ Ada Colau)

Llegamos al ecuador del festival o al festival de temperatura ecuatorial dependiendo de la hora del día. Para la segunda jornada del Sonar, la crema solar iba más buscada que el estupefaciente sintético y a la hora de comer -lo que a los asistentes les parece, en realidad, la hora del desayuno-, la cosa recién se ponía en marcha. Comenzaron a notarse los estragos en algunas caras que ya han sufrido la primera -o segunda, o tercera- resaca del festival.

Con estos antecedentes comenzó Desert, el dueto local que lo petó el año pasado con temas propios, y había sido convocado esta vez como pareja de Djs en el Sonar Village. Cristina Checa y Eloi Caballé demostraron resistencia al horario y mucha alegría en el cuerpo al tocar absolutamente todos los palos posibles de la electrónica bailable. Desert estaban que no se lo creían: escenario grande, gente respondiendo a destajo e incluso alguna concesión estilística -alguien a mi lado apuntó con sorpresa “nunca he visto a una DJ pinchar con las manos en los bolsillos”'- y es que suponemos que tocar en casa provoca a ratos un nervio que al final parece relajo.

A la misma hora, Brigitte Laverne nos hizo un Voyage-Voyage en el Sonar Dome. Explicitemos: un Voyage-Voyage es ese tan cacareado calco de los ochenta, sus sintetizadores y voces melosas que hacen que a ratos hagas una regresión ochentera al Tocata o el Top of the Pops de 1987. En esta ocasión, la regresión formato cupcake se gestó con recuerdos de France Gall, azúcar impalpable y reverb de voz femenina. Pero como decíamos ayer, somos incapaces de movernos del Dome en cuanto entramos porque la organización es un atajo de gente muy lista que nos baja la temperatura unos cinco grados hasta que nos sentimos en el paraíso terrenal.

Redinho sucedió a Desert, y ahí es dónde iban los que saben qué hacer a las tres de la tarde. El alterego de Tom Calvert, acompañado de coros, sintetizadores y una talkbox, se demostró como un hit de lentejuela y funky moderno, entendiendo la modernidad en este caso como una excelente actualización y puesta al día de la tradición sureña.

Una de las apuestas del Sonar de día de la segunda jornada era, sin lugar a dudas, el debut de Kate Tempest en nuestro país. La poeta londinense -que arrasó este año con su primer disco Everybody Down - comenzó una actuación de aire despreocupado con el mantra Who cares, we're having a ball (“Qué más da, nos lo estamos pasando en grande”), y pasó combinar desde el principio un despliegue de energía con ecos de drum n' bass. Forjada en el spoken word, Tempest dio muestras de una fuerza arrolladora y seguridad inigualables al marcarse unos solos de órdago frente a un público que -al menos en parte- no necesariamente entendía una palabra de alguna de las peroratas.

Independientemente del contenido -que se adivinaba a ratos como elegías a la unión de pueblos combinadas con microhistorias del barrio- Tempest se antojaba como un híbrido ganador de Janis Joplin, A Tribe called Quest y Wu Tang Clan. Solo se le puede afear a Tempest el segundo gatillazo de la semana en la sala Hall por problemas técnicos, dejando interrumpido durante algunos minutos el que se preveía como el plato fuerte previo a la noche.

Otros en cambio, apostaban por Xosar, de nombre real Sheela Rahman, que acompañada de Torn Hawk con los visuales, prometía llevarnos un rato a la estratosfera mientras esperábamos el subidón tunero de la noche. La propuesta, sofisticada y elegante, nos supo a poco entre tanto guiri desconcertado que anhelaba marcha como quien busca agua en el desierto del Gobi. Para los que recomendaban sí o sí descoyuntarse la cadera y la mandíbula bailando y alelándose con Squarepusher, el genio del dance que se reinventó recientemente con Damogen Furies, aquí somos de talante sufriente así que contrarrestamos la anticipación con Voices from the Lake en el auditorio de Sonar Complex.

La colaboración entre los italianos Donato Dozzy y Neel supuso un oasis de ambient y sonidos naturales a oscuras -si entendemos como oasis algún que otro tema monocorde que hacía vibrar hasta el píloro de cada asistente-. Más allá de la riqueza de texturas, de vez en cuando prometieron tralla y la soltaron, a gritos de alguno del público que pedía “más madera, nen, (sic) que vamos puestos”. De Squarepusher solamente podemos relatar que los que salían de la actuación tenían los ojos en blanco, afirmaban haber visto a Dios y habían perdido toda capacidad auditiva.

En parecido orden de cosas estaban los que se cruzaron en pleno crepúsculo a la nueva alcaldesa, Ada Colau, que se paseaba a ritmo de Arthur Baker mientras era tímidamente vitoreada antes de hacerse un hueco en el Sonar Pro, demostrando a su vez la importancia estratégica que tiene el festival para las instituciones y sus cabezas visibles.

Pero para experiencias extraterrenales solo quedaba ir de cabeza al Sonar Noche, y lanzarse a los brazos de Glasgow, es decir, Hudson Mohawke. Muy reseñable el directo de una banda con batería realmente sonora -algo de agradecer a estas horas de festival y cuando la noche arrecia- con cadencias tan arrastradas como la moral de los asistentes, crescendos emotivos y un deje à la Spring Breakers muy digno de mención. El tono de la actuación resultó tan significativo como las barbas de primera fila de un público que, siempre ecléctico, demostró ser verdaderamente fan de lo que estaba bailando.

Al cierre de esta crónica -el que pretendiera llegar vivo a Skrillex y Roman Flügel no viviría para contar la tercera jornada- Die Antwoord desplegaban un gran show de totalitarismo y teletubbies fálicos a partes iguales. Cachondeo raver a tutiplén con sentido del humor, coros hooligans y ritmos a caballo entre el perreo, el hip hop y The Fall. La cosa era provocar juerga, risa y despiporre. Lo cual, como resumen biográfico -o epitafio zombie- no deja de ser de agradecer.