Ni superficiales ni vagos ni victimistas: retrato de la cultura 'zeta'
No poder comprarse una casa es síntoma de la generación Z. Encontrar en el contenido cultural contemporáneo una suerte de cobijo identitario, también. Más allá del desfasadísimo estigma que recae sobre los jóvenes de hoy imaginándolos como un ejército colosal de zombies adictos a internet sin criterio ni madurez, observar a las nuevas generaciones a través de las pantallas, la música o los libros también revela cosas importantes: no son ni superficiales ni vagos ni victimistas, aunque todo el mundo haya creído que sí.
Hace unas semanas que el estreno de Autodefensa, una serie hecha por dos zoomers que desnuda algunos de los conflictos de la contemporaneidad, desencadenó un debate sobre la semejanza o desemejanza de la representación ficticia de los jóvenes con la realidad: “¿Somos así?”, fue la gran pregunta. Pero dando ya por hecho que todas las representaciones arrastran detrás un interrogante de matices —especialmente de género, raza y clase— y que ninguna ficción será nunca lo suficientemente grande como para hablar en nombre de todos, lo que es cierto es que la creación artística joven gira alrededor de un denominador común que define sin miedos unas señas de identidad complejas y siempre expuestas al juicio de los demás.
Frívolos, egoístas, superficiales, sobreexpuestos, victimistas, inmaduros, perezosos, vagos, frágiles, escandalosos, individualistas. Entender lo zeta, que acoge a los nacidos entre 1997 y 2012, desde el rechazo y la negatividad también es una huella contemporánea, porque la concepción de estar ante una “generación perdida” es tan equívoca como cierta es la idea de que los jóvenes de hoy hacen frente a unas dificultades heredadas, consecuencia del sistema de la precariedad, la prisa y la exigencia. Ser joven, hoy, no es nada fácil.
Cultura ‘zeta’: simplemente existir
“Me parece que no me has entendido / me vas a obligar a tener que repetirlo / está feo por tu parte pero aquí han venido / las zorras que más odias a gritártelo al oído”. Entre los sonidos garajeros del postpunk madrileño, la letra de Vicente amor de Shego es una oda feminista. A una de las componentes de la banda se le acercó una niña pequeña en un concierto y le dijo que era su canción preferida. Pero muchas veces son mujeres 30 años mayores las que les dicen que a raíz de escuchar su música están empezando a tomar ciertas decisiones en sus vidas, “que antes no vieron porque no tenían referentes que lo dijeran de una forma tan libre”.
“Siempre nos preguntan en las entrevistas por los tintes críticos de Vicente amor, pero nosotras nunca la planteamos ni para hacer crítica ni para ser maestras de la moral; estamos hablando de cosas que nos ocurren y nos apetece contar”. Así de tajantes se explican Maite, Raquel, Aroa y Charlotte en una conversación con elDiario.es sobre la poca intención que hay muchas veces en el mensaje que se cuela en las expresiones generacionales. No es una narrativa: es simplemente su existencia.
Pero es evidente que, aun así, los elementos culturales de hoy están impregnados de una esencia característica. “No hay que buscar una métrica concreta: hacer legítimas unas letras sobre que has ido a comprar al Mercadona o que te han recetado Lorazepam y no te dan cita hasta dentro de tres meses” también es una forma válida de crear cultura y, sobre todo, “de hablar”, dice Isa Duque, psicóloga y sexóloga conocida como 'Psico Woman', en una conversación con este periódico. “Lo que veo es que la generación Z está colectivizando los malestares y haciendo incidencia política a través de la cultura y las redes sociales”.
La generación Z está colectivizando los malestares y haciendo incidencia política a través de la cultura y las redes sociales
La salud mental, los feminismos, las reivindicaciones queer, la racialidad y los malestares sociales son temas visibles en la obra contemporánea. Els Malnascuts es un laboratorio de teatro joven para gente de 16 a 30 años de la Sala Beckett de Barcelona. Blai, uno de sus miembros, explica en una conversación con elDiario.es que los grupos que entran cada año están entre lo milenial y lo zeta, y sin duda se mueven muchas veces por inquietudes similares. Carolina Lakiszyk es una de las integrantes de la última edición, y dice al teléfono de elDiario.es que en realidad hay muy pocas oportunidades para que la gente joven lleve la voz en las artes escénicas: “Están lideradas por gente con mucho dinero”. Sin embargo, las nuevas generaciones tienen mucho que decir sobre “las cosas que están a la orden del día” cuenta Lakiszyk: “No hace falta reivindicar nada, sino poner en juego o rescatar cosas que nos afectan como generación: la mediocridad, la ansiedad o el papel de la mujer, por ejemplo”.
Hacia la democratización del arte
La generación Z es la primera generación que creció con dispositivos tecnológicos. También es, por eso, la primera generación que tuvo varias formas de grabar. Primero con las cámaras digitales y luego con las del móvil, los jóvenes de hoy han conocido el mundo a través del vídeo y la foto pero, además, suponen un hito para la historia del cine, las audiovisuales y la comunicación. La diferencia entre revelar un carrete de la Super 8 y pasar un vídeo al ordenador es colosal: allí reside la democratización del arte.
“El cine siempre ha sido algo de burgueses. Poder rodar una película en 35 o en 16 milímetros suponía antes un desembolso muy grande. Ahora, cualquiera que coja una cámara y se mueva por la intuición del cine que ha consumido, puede hacer una buena película”. Cuando Mikel Delgado y Álvaro Jiménez formaron hacen cinco años Cosmic Tree, ya llevaban toda una vida haciendo cine con la cámara de uno de sus padres. Montaban películas sin editar, dándole a la pausa y grabando de nuevo para separar escenas, hasta que se instalaron un programa de edición en un ordenador de torre 'de los antiguos'. Lo demás lo aprendieron con tutoriales de YouTube, dicen, y con la propia experiencia. Las estéticas, temáticas y narrativas que construyen hoy en sus piezas audiovisuales tienen mucho que ver con aquella transición hacia el nuevo mundo zeta del que forman parte.
Somos el batiburrillo total de todas las influencias posibles
“Somos herederos de algo en todo lo que hacemos, y muchas veces es hasta un homenaje. En el posmodernismo podíamos tener la copia de la copia, pero es que nosotros somos ya el batiburrillo total de todas las influencias posibles. Esto, mezclado con las nuevas tecnologías y las redes sociales, hace que el panorama sea aún más loco y caótico”. En una entrevista con elDiario.es, los miembros de Cosmic Tree cuentan que la generación Z no solo bebe del presente y que, de hecho, es esa fusión con el pasado su mayor fuente de inspiración: “La originalidad hoy en día es coger todas las influencias y hacer un Frankenstein”.
Se trata de vivir en una época “en la que se puede probar de todo”, dicen las integrantes de Shego, donde la fusión de estilos, la infinita accesibilidad a las canciones que escuchan y la variedad de tipos de música —como, adelantan, ocurrirá en su nuevo disco, que saldrá en quince días— también son un reflejo de lo que sienten. “Probarlo todo, más que representar a una generación per se”. La infinidad de posibilidades es símbolo de lo zeta. La inmensa oferta de cine, series y música en las plataformas de streaming, las inagotables formas de creación, la lista innumerable de referentes y referencias y las amplias oportunidades permiten a los jóvenes de hoy empaparse de una cultura viva que, muchas veces, termina siendo abrumadora.
La cultura del todo
“Antes me pasaba que cuando quedaba con un grupo de amigas y hablaban de mil series o películas independientes chulísimas que yo no conocía, me sentía mal por no ser lo suficientemente culta. Sinceramente, ahora me está empezando a dar totalmente igual, porque yo decido lo que quiero ver”, dice Raquel de Shego. El resto de la banda se ríe y nombra Crepúsculo como un buen ejemplo. Consumir cultura en la era de la generación Z puede ser inabarcable y estar “dentro de la ola”, como dice la banda, más.
Igual que es la época más fácil para crear, también es la más difícil. Tenerlo todo es un problema y una ventaja
Por eso la letra de La nueva ola es “una crítica a una misma, una burla hacia aquello en lo que te empiezas a convertir para encajar en un lugar concreto, alejándote mucho de ti”. Cuentan que el entorno artístico de lo zeta tiene también mucho que ver con la apariencia pero ellas defienden que “no es necesario hacer nada para pertenecer a ningún lado”, y su canción es una buena forma de recordarlo: “Te querías olvidar saliendo de fiesta todo el rato / Nena, tienes que parar si quieres llegar hasta los 24 / ¿Me dejas que te diga la verdad? ¿Mmm? ¿Aunque te duela? / La verdad será tan cruel que no habrá manera de que te la creas”.
Consumir contenido cultural en un mar de posibilidades es un problema del nuevo siglo, pero crearlo, también. “Igual que es la época más fácil para crear, también es la más difícil. Tenerlo todo es un problema y una ventaja” dicen los cineastas de Cosmic Tree, que sienten “vértigo” cada vez que se enfrentan a un nuevo encargo, tanto por el contenido como por las innumerables formas interesantes de grabar. “Estar al loro de todo” parece ser la única manera de intuir qué ideas serán las más acertadas, explican. Paradójicamente, por mucho que lo parezca, la cultura zeta no se hace sola: “Cargamos con la mochila de ver muchísimas cosas e investigar al mismo tiempo”.
El odio a lo 'zeta'
Que los zoomers arrastren un lastre de estigmas tiene una explicación sociopolítica. 'Psico Woman' asegura que los elementos que rodean a la generación Z no son algo alejado del resto de personas y que, de hecho, muchas veces funcionan como una fuga “para proyectar las críticas a un sistema muy concreto en el marco capitalista neoliberalista”: “Es un lugar donde echar los trapos sucios de la sociedad”.
La generación Z nos hace espejo de las cosas que no tuvimos
La psicóloga cuenta en su libro que ya los griegos hablaban fatal de la juventud pero ahora, entendiendo a la generación Z como la primera que nace con un navegador abierto y con todo lo que eso cambia su forma de entender, relacionarse con el mundo, consumir y obtener información, el odio se incrementa. “Adultocentrismo, tecnofobia y neofobia o rechazo a lo nuevo. La generación Z nos hace espejo de las cosas que no tuvimos. Hay un mecanismo de defensa del psiquismo de nuestro cerebro que distorsiona bastante nuestro pasado y olvida muchos aspectos de cuando nosotros fuimos jóvenes. Nos produce nostalgia del pasado, pero no desde una mirada objetiva”.
Eudald Espluga, filósofo y autor de No seas tú mismo. Apuntes sobre una generación fatigada —un ensayo que explora las cuestiones que hay detrás del cansancio milenial—, explica en una conversación con este periódico que los motivos por los que se estigmatiza a los jóvenes son muchos: “La irrupción de las empresas de plataforma y las nuevas tecnologías digitales, la transformación del mercado laboral bajo una lógica posfordista, la disolución de la barrera entre la esfera pública y la privada, el triunfo de la retórica neoliberal del empresario de sí mismo y, en general, todas las transformaciones sociales, políticas y económicas que favorecen la autoproducción de la identidad como modo de existencia, social y laboral”. Todos estos condicionantes conducen hacia un malestar general que los jóvenes reproducen en ansiedad y depresión, y son los que se suelen categorizar como “generación de cristal”, dice Espluga. Así es como nace el tópico.
“La suma del malestar y la preocupación por el sí mismo se desconectan de la realidad material de los jóvenes para convertirse en el atributo moral de una generación: perezosos, frívolos y narcisistas”. Reivindicar lo zeta es reivindicar una identidad. La precariedad, la incertidumbre, los alquileres desorbitados, la crisis climática, la exigencia, las estrategias empresariales de la autoproducción, el auge de la autoayuda, el coaching, la prisa, las expectativas, el síndrome del impostor, el peso de la mediocridad y la culpa son elementos condicionantes de una generación. Lejos de ser frágiles, los zeta son parte de una generación resistente. Y la cultura joven es la mejor prueba.
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