El teatro entra en la cocina de la crisis

Hace tres años, la gran protagonista en los diarios era la famosa prima de riesgo con su subida imparable de puntos. También andaba por ahí el PIB, la inflación y multitud de datos macroeconómicos. A partir de 2012, sin embargo, la economía bajó a la tierra: una tasa de parados disparada –y muchos otros que ya habían perdido su prestación- los recortes en sanidad y educación, la pérdida de vivienda para muchos ciudadanos y la estafa de tantas acciones bancarias. Ya no era la crisis, ahora era el drama.

De este argumento, del que afecta al ser humano, se ha hecho eco en los últimos meses el teatro, sobre todo en la cartelera madrileña más off, con algunos ejemplos también en Barcelona. Son obras que llegan en un momento en el que las tablas tampoco atraviesan una edad dorada con la subida del IVA cultural y el descenso en cifras de espectadores, según el último anuario de la SGAE.

Ahora acaba de estrenarse en la sala Mirador de Madrid Una mujer en la ventana, con Petra Martínez y dirigida por Juan Margallo. Es una obra que retrata la tragedia de un desahucio y que fue estrenada por primera vez en 1983. “Es que ahora hay muchos más que antes; antes se declaraba la casa en ruinas, se echaba al vecino y el dueño vendía mucho más caro”, explica su director sobre este reestreno después de treinta años.

Y en dos semanas, el día 30 y también en la Mirador se estrenará Ejecución hipotecaria, basada en el crimen que cometió un alemán de Karslruhe en julio de 2012 cuando le llegó la orden de desahucio. En esta sala, por otra parte, ha triunfado Mongolia, el musical, elaborada por la troupe de la revista Mongolia y en la que hacen un repaso satírico-festivo y mordaz de la situación política y social española.

Son tres obras que se suman al monólogo Autorretrato de un joven capitalista españolAutorretrato de un joven capitalista español, de Alberto San Juan, ahora en las tablas del Teatro del Barrio de Lavapiés, en la que señala cómo creímos tenerlo todo hace sólo una década y ahora no tenemos absolutamente nada. Y hace sólo unos meses en el teatro Alfil se representó Recortes, de Juan Cavestany, una llamada de atención a lo que estamos perdiendo en servicios sociales.

En clave europea, hasta diciembre se pudo ver en el Centro Dramático Nacional, Eurozone, de la compañía gallega Chévere, una obra humorística que dispara a los hacedores de la crisis, a Rodrigo Rato, a la canciller Angela Merkel, al expresidente francés Nicolás Sarkozy o al presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi. A todos aquellos, que como dice, Xron, el director de esta compañía, “tienen nombre y apellidos y nos tratan como tontos. Nosotros hemos querido señalar a los culpables para quitarnos la culpa a nosotros”. A partir de febrero estará en el Centro Niemeyer de Avilés.

En Barcelona, por otra parte, acaban de pasar por cartelera obras como El crédito (Sala Villarroel) sobre la temática de la concesión de préstamos, y 1984 (Almeria Teatre), una adaptación del clásico (y tan actual) de George Orwell dirigida por Víctor Álvaro, y que, según la crítica, se ha convertido en uno de los éxitos de la temporada.

El teatro como crónica

Ante tantos estrenos, cabe un interrogante, ¿qué ha llevado al teatro a acercarse de forma tan hiperrealista a la situación actual? “Estar pegado al presente es un estímulo creativo. Creo que muchos estamos ahora haciendo un trabajo no ”sobre la crisis“ sino desde dentro de la crisis”, explica Juan Casvestany. Ya no se trata, por tanto, de retratar un dato macroeconómico, sino de meterse en la habitación de esa mujer a punto de ser desahuciada.

“Lo que está pasando es un desmontaje atroz de la estructura social. En la calle la gente se cansa de protestar o son pegados. En nuestra vida personal el esfuerzo de la supervivencia puede llegar a ser muy duro. La experiencia colectiva del teatro es quizá un contexto idóneo para plantear y compartir estas inquietudes”, añade Cavestany, que también acaba de estrenar en cines Gente en sitios.

“El teatro tiene una función de crónica. Debe servir como espejo de la realidad. Ahora bien, en el teatro tienes que afrontarlo de otra manera a como lo hacen los periódicos. El teatro te permite reflexionar más poéticamente. No es exactamente como la realidad, aunque sí debe ser espejo, una manera de entendernos y de ver lo que nos pasa”, sostiene a su vez Juan Margallo, quien tiene en su haber numerosas obras políticas desde el tardofranquismo cuando estrenó junto a su compañera, la actriz Petra Martínez, Castañuela 70, un montaje que fue recortado por la censura de Franco.

Según actores, directores y dramaturgos, el formato teatral permite un distanciamiento que no lo ofrece ni la prensa ni la televisión. Hay menos lugar al lagrimón insulso o a la posibilidad de hacer algo perverso con la tragedia. “El teatro es el medio ideal para contar todo esto. Es más valiente que la televisión, donde los poderes económicos están más presentes. El teatro es un medio que sufre menos censura. Ejecución hipotecaria es una obra conmovedora que te puede hacer comprender al protagonista. Acerca ese personaje al espectador. Y el teatro esto lo puede hacer mejor que un periódico”, afirma Miguel Ángel Sánchez, autor de esta obra, que supone su primera incursión teatral, ya que hasta la fecha había trabajado en guiones televisivos.

¿Teatro panfletario?

Los dos problemas a los que se enfrenta este tipo de montajes son lo cerca que pueden encontrarse del panfletarismo mitinero, de la charla de barra de bar y la queja, y el cansancio del espectador, quizá harto de escuchar las mismas consignas a diario. Porque en ocasiones con estos textos sucede. El propio Margallo es consciente de que las obras actuales no suponen una inmersión en el teatro contracultural como ocurrió en los setenta: “Los tiempos son distintos. Antes había una complicidad con el espectador y ahora no. El teatro se entendía por medias palabras, sin tener que decirlo todo. Además, no podías. Ahora se puede hablar de cualquier cosa”. Y poner verdes a los políticos, banqueros o empresarios sin miedo a la censura ni a que te quiten el pasaporte.

“La dificultad de tratar la realidad es que puedes ser demasiado obvio y panfletario. Por ello, hay que mostrar las relaciones humanas entre los personajes”, añade Miguel Ángel Sánchez. Juan Cavestany tiene su propia receta: “Hay que tener muy en cuenta que el teatro no contribuya sólo a aumentar la ira y el desconcierto. Tampoco puede aspirar siempre a ofrecer soluciones, pero al menos debe ser una alternativa a la sobredosis de mentiras y vulgaridad con que somos bombardeados”.

Lo que sí tienen todos muy claro es que el espectador está ávido de este tipo de montajes. Desde su estreno, el ‘musical’ de Mongolia ha hecho lleno todos los días y ha prorrogado el espectáculo. La obra de Alberto San Juan lleva meses en cartelera. Eurozone no ha parado su gira y Ejecución hipotecaria, desde su estreno en el Festival de Santurtzi en noviembre, tampoco. “Al público estas obras le pueden servir como desahogo. Se dicen cosas que no se dicen en los medios de comunicación, y no hay una censura como puede haber en las series, que son políticamente correctas. Es un desahogo y una catarsis, una forma de expresar algo que está escondido”, zanja Miguel Ángel Sánchez. El teatro también sufre la crisis y sólo tiene una forma de resarcirse: contándolo.