Las 24 horas de María Hervás sobre un escenario destrozando el machismo
La cola era inmensa en los Teatros del Canal de Madrid este sábado para ver a María Hervás, una actriz adorada por muchos por su gran presencia escénica y fuerza actoral. Todas las entradas para los diferentes horarios se habían agotado. La actriz salió en volandas con un aplauso de más de ocho minutos de un público entregado a su resistencia y capacidad de juego.
Hervás se ha atrevido por tercera vez ―antes fueron Barcelona y Sevilla―, con esta obra de 24 horas de duración creada en 2017 por Nat Randall y Anna Breckon y que ya ha tenido montajes en Londres, Beijing, Nueva York o Atenas. Pero Hervás es la única que ha decidido repetirlo. Llegó el estreno en Madrid en la primera semana del Festival de Otoño. Hace mucho que no se veía en Madrid un evento teatral que suscitará tantas expectativas.
Este periódico tuvo la oportunidad de estar en los camerinos del teatro, con la actriz, una vez acabada la performance. “Esto se ha cerrado aquí, no más”, confesaba exhausta.
La obra, además, llegaba en un momento crucial y delicado en la sociedad española donde, aunque de manera discontinua, hay un #MeToo muy presente. Con Errejón todavía flotando en el aire, con Carlos Vermut en la memoria, con el temblor que dejó el caso de Ramón Paso o con el más reciente del actor Juan Codina, el tema de los abusos sexuales era insoslayable, imposible de no cruzar con la pieza. Casos de naturalezas distintas, pero que reflejan que el hombre y su masculinidad están en el centro del debate.
Al hablar con María Hervás sobre el momento delicado que se vive en España, lo tiene claro: “Van a empezar a caer nombres, van a empezar a caer como chinches, ahora mismo hay muchos que están acojonados, pero no solamente en las artes escénicas, también en el cine, en los despachos de abogados y en el Mercadona”, afirma.
Al preguntarle, días antes de la función, si cree que las artes escénicas son de algún modo terreno movedizo, la actriz razona que es un espacio que se presta a situaciones controvertidas: “Como artista siempre vas a ser más interesante cuanto más en contacto estés con tu fragilidad y vulnerabilidad. Cuando la maestría de tu trabajo consiste, en parte, en intentar quitarte todos los mecanismos de defensa para mostrarte lo más desnuda y abierta posible sobre un escenario, entras en un territorio complicado”, explica.
“Cuando te comienzan a dirigir intentas no juzgar y complacer en lo que se te pide, es un territorio muy frágil. Pero no me creo nada cuando la gente dice que no sabe hasta dónde se puede. Sí lo sabes. Otra cosa es que te otorgues el derecho de saltártelos porque sabes que el sistema en el que estás te lo permite. Y el teatro permite con más facilidad saltárselos porque además luego se pueden proteger con un montón de argumentos como 'es que estábamos experimentando' o 'es que yo quería apretar aquí porque sabía que me podía dar más'... No. Es que nada. El respeto por encima de todo”, añade la actriz.
Una posición fuerte que Hervás también quiere matizar. “No me voy a sumar nunca al carro de criminalizar a las personas y menos a individuos concretos, esta cosa de las redes sociales de compartir, de reinstagramear mensajes enteros, es peligrosa. Estamos todos en ese momento en el que, insisto, tienen que ir cayendo y saliendo todos los nombres que se pueda y a la vez hay que intentar mantener una prudencia como ciudadanos o ciudadanas respecto a todo el odio que sabemos se puede llegar a volcar”, concluye.
24 horas de 'performance' entregada
Antes de comenzar la función, cierta electricidad recorría las gradas. El público llevaba pulseras de distinto color: amarilla si iba a estar seis horas, roja quien decidió quedarse las 24. Tres mujeres de mediana edad comentaban que habían venido de Catalunya, que ya la vieron en el Teatre Lliure donde la pieza se estrenó en el Festival Grec. “Hemos venido en tren, pero no hemos pillado hotel, saldremos a cenar fuerte y a aguantar”, comenta una de ellas. “Yo he traído galletitas”, dice la otra. “Es que María es increíble, la obra engancha”, afirma la tercera. No vienen a ver una obra de teatro, sino a vivir una experiencia.
Hay algo que es claro en la propuesta, The Second Woman no es una obra como tal, no hay que buscarle una dramaturgia o un desarrollo dramático. Es una performance, un dispositivo pautado que se repetirá 100 veces. María Hervás espera en una habitación, un neón rojo, una mesa, un aparador con vasos y whisky y una cadena de música. Entra en la habitación un hombre que le dice si quiere tomar algo. Beben, el hombre trae unos tallarines, se sientan y comen. Ella le dice “no te merezco”, “nunca creíste que fuera inteligente”, “te quiero”. Inesperadamente, el hombre no sabe que esto va a pasar, Hervás le tira los tallarines por encima, se levanta, pone en la cadena una canción, bailan, ella se separa, saca de una billetera 20 euros y le dice “creo que deberías irte”, él se va y a su elección puede despedirse con un “yo también te quiero” o un “nunca te he querido”. Ese es el dispositivo que coge su título de una obra dentro de otra obra, la que Gena Rowlands está interprentando en la película de John Cassavetes Noche de estreno.
Nada más comenzar la performance, al segundo hombre que aparece por la puerta, que viene lanzado e imaginativo, la Hervás, haciendo gala de mando en su propio espacio , acaba montándolo como si fuera un caballito. Ya en las primeras horas se puede ver que el dispositivo funciona; si bien las pautas son iguales, las reacciones y actitudes de los hombres que entran son bien distintas. Algo que Hervás sabe aprovechar improvisando, no en balde hace 12 años esta actriz, aclamada por montajes como Iphigenia en Vallecas o Jauría, fundó una compañía de improvisación, Improclan.
Pero a medida que van pasando diferentes hombres, se va imponiendo una diferencia entre los más jóvenes y los que ya afrontan o pasan la cincuentena. Entra un hombre, ausculta el espacio, sirve dos copas de whisky, para él la más llena, y cuando se sientan abre bien las piernas como si de un ritual animal se tratase. “Muchos hombres, sobre todo los que están por encima de los 50, entran y lo primero que hacen es intentar colonizar un espacio que nadie les ha dicho que sea suyo”, explica Hervás. “A veces eso se vuelve violento, cómo se relacionan contigo desde la palabra, cómo te cogen cuando se acercan a bailar o cuando intentan besarte. Generalmente, la gente más joven me besa en el carrillo o en la frente, o incluso ni se atreven a acercarse. Los hombres de 50 para arriba van directos a besarme en la boca”.
A todo este tipo de hombres, Hervás les tira los tallarines con cierto gozo, a algunos incluso se los desparrama por la cabeza, “ahí se genera una reacción que sigue unos patrones muy claros. Cuando los hombres que son bien víctimas de sus propias estructuras de género sienten que esa masculinidad basada en la fuerza, en lo imperial y en mandar se debilita, las reacciones son violentas, tienen miedo a sentirse desnudos, a que se caiga el disfraz”, explica Hervás.
Los espectadores ríen y se mofan de esas masculinidades descubiertas, hay algo extraño en que los voluntarios, sabiéndose expuestos ante tantas miradas, caigan en esos comportamientos. “Hay veces en el escenario que me pregunto, pero ¡madre mía!, cómo este señor ha hecho este suicidio y se ha expuesto a quedar como un capullo. Pues porque nuestros impulsos, nuestros instintos, van muy por delante de nuestra razón” intenta explicar Hervás. “Llevamos comportándonos así siglos, son muchos años performando unas mismas ideas y no es tan fácil quitárnoslas de encima, ni siquiera cuando te están observando 500 personas y vas a quedar como un majadero, aún así te sigue pudiendo la instrucción que te han dado desde que eres un niño. Además la educación es también histórica, viene casi registrada en lo genético. La única manera de combatir esa educación arcaica es con más educación”, afirma.
Es casi media noche, ya han pasado más de cinco horas y el público sigue enganchado. El dispositivo, si bien tiene algo de experimento sociológico donde auscultar los roles de género, también lo tiene de show, de gran hermano donde los hombres quedan expuestos y el público se guasea. Pero la propuesta también tiene su parte dura, más áspera. Cada vez que sale un hombre de la habitación, Hervás se queda allí recogiendo. Esa situación va acumulándose, durante cien veces Hervás recogerá los tallarines diseminados por el suelo, tirará los restos a la basura, recogerá las copas. Durante esos momentos pudiera parecer que la performance ha cesado, pero es uno de los instantes más reveladores y metafóricos.
La fuerza de la pieza reside en su capacidad metafórica y acumulativa, cuántas veces una mujer tiene que lidiar con un hombre en una habitación, cuántas puede echarle, cuántas se queda luego ella recogiendo el desastre: “El escenario me da una libertad que me permite ser la persona más coherente, pero una vez que me bajo del escenario la cosa cambia. Yo puedo ser la tía más feminista del mundo, pero luego llega tu jefe, que es un productor de televisión, por ejemplo, y para hablar contigo te coge de la cintura. En el escenario, ante esa barbaridad, le cojo yo del culo. Pero en la realidad, ese hombre tiene mucho más poder, mucho más dinero y puede echarte a la calle y dejarte sin pagar la hipoteca. Por eso muchas veces nos la jalamos, no es tan fácil echar a un hombre de una habitación cuando está abusando de ti”, admite.
“Hay un montón de juegos de poder que siguen imbricados y superinsituidos, que son los que hay que ir cargándose. Necesitamos ir rompiéndolos para cuando venga el productor de turno podamos darnos los permisos y poner eso en evidencia”, afirma María Hervás.
La acumulación y el odio
Por todo esto, sorprendía al ver a la platea en las últimas seis horas de performance riendo como locos. Algo quizá también motivado por la producción de la obra que decidió insertar entre los voluntarios anónimos a gente del mundillo, hacer cameos como si de cine se tratase. Así salió Miguel Rellán y Antonio San Juan bien entrada la mañana del domingo. Ya en las últimas horas el actor Raúl Tejón, que comparte elenco con Hervás en la serie Machos alfa, apareció para alborozo del público. Y, casi al final de la performance, apareció el conocido actor Pedro Casablanc.
En las últimas horas, el público estaba entregado, aplaudiendo a rabiar en cada intermedio la resistencia de una Hervás que, inmutable, seguía enfrentándose a cada nueva situación. Cuando terminó la performance el paroxismo llegó a su cenit con un aplauso interminable. The Second Woman es un laboratorio eficaz donde poder ver las limitaciones de los hombres en cómo se relacionan desde su masculinidad, pero en Madrid también se convirtió en puro espejo de quiénes somos. La gente acogió con algarabía lo que esta pieza tiene de show, de parodia, quizá no dándose cuenta de que los parodiados somos todos.
Tras los aplausos, este periódico pudo entrar al camerino y asistir al momento en que Hervás, después de 24 horas, “por fin”, pudo quitarse la peluca pegada a la cabeza con pegamento. “Me quito la peluca pero no tengo que bajarme de un personaje, en escena soy yo, más o menos, pero soy yo”, relata a este periódico mientras entran familiares y amigos y la abrazan a más no poder. Hervás afirma estar “pasada de vueltas” y no notar el cansancio, pero también confiesa que otra vez ha sufrido ese valle de la muerte que va entre las tres y las siete de la mañana. “Esta vez el cansancio ha venido un poco más tarde, de las cuatro hasta incluso casi las doce lo he pasado realmente mal. Por puro cansancio te bloqueas, tienes las capacidades mermadas y no puedes encontrar la particularidad de la persona que te permita jugar. Es que ni la ves. Y eso que Madrid ha sido la función que más ha fluido, donde los participantes han propuesto más cosas y donde estaba más arropada por amigos y familia”.
María Hervás, aún exhausta, es capaz de sacar ciertas conclusiones después de la tercera función. “Me ha pasado en todas, cuando me entran tíos torpes o más sobones en los primeros bloques me permito jugarlo, soy más condescendiente, llego a entender a esa persona. Pero en las últimas seis horas los quiero matar, se me activa algo y me digo 'tronco, después de 17 horas no me puedes invadir de esta manera'. Me dan ganas de dejarlo, de pegarles. La acumulación de machirulismo provoca eso. Es lo que vivimos las mujeres: pura acumulación. Porque al final es el jefe de la farmacia, el del autobús y tu puta madre en bicicleta. Y por acumulación llega el odio”, concluye con tono amargo. A la pregunta de si hará la función alguna vez más, Hervás responde: “No, no, esto ya se ha cerrado aquí, no más”.
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