Aitana Sánchez-Gijón: “Siempre he dicho lo que pienso, eso de ser apolítico no existe”
A Aitana Sánchez-Gijón el arte y el compromiso le llegaron casi desde nacimiento. Con un año Rafael Alberti le compuso una nana en Roma, donde su padre había recaído huyendo de la dictadura. Con semejante comienzo estaba claro que algo iba a quedar. Lo que vino después fue la construcción de una de las carreras más sólidas y coherentes del cine español, pero también del teatro.
Fueron los escenarios los que siempre estuvieron ahí. Su discurso cuando recogió la Medalla de Bellas Artes de la Academia de Cine en 2015 escoció y sigue haciéndolo. Puso en la mesa el debate de cómo a las actrices cuando pasan una edad se las abandona. Pero en el teatro todos supieron ver su fuerza y su elegancia, capaces de encarnar a Medea, a Hécuba y ahora a una madre estafada por su marido y obsesionada con su hijo en La madre, el texto de Florian Zeller que estará en el teatro Pavón de Madrid hasta el 12 de mayo y donde vuelve a derrochar talento y energía.
¿Cómo se repone una de hacer todos los días un texto de esta intensidad?
Cenando bien y con una buena copa de vino de vez en cuando. No todos los días tampoco, porque se me sube a la cabeza, pero la verdad es que yo lo disfruto mucho. Fíjate que ella sufre profundamente, pero yo como actriz lo disfruto muchísimo. Vengo de hacer unos montajes teatrales a nivel físico muy intensos, muy exigentes, que me dejaban devastada, y esta dura hora y cuarto, es corta, así que aunque el periplo emocional es muy bestia, lo manejo con placer.
Hay una frase muy dura en la obra, “soy una mujer estafada”. ¿Conecta con esa frase, cree que todos nos sentimos estafados en algún momento?, ¿para las mujeres la estafa es mayor?
Hay un plus. Incluso las mujeres emancipadas como yo, porque yo me siento una mujer muy emancipada, una mujer que se dedica a un oficio que le apasiona, que además me va muy bien y mi vida está llena de cosas maravillosas, de afectos, de intereses, de placeres… Pero aún así sí que siento que hay algo heredado socialmente, culturalmente, pasado de madres a hijas. Yo tengo una madre feminista muy avanzada para su época, pero tenemos de fábrica un poco este gen cuidador que hace que redoblemos esfuerzos. Sí, nos hemos incorporado al mercado laboral, nos hemos liberado sexualmente, todo lo que tú quieras, pero el cuidado familiar, el cuidado de los hijos, es algo que sentimos. Ese estar al servicio nos sale instintivamente. Está muy bien cuidar. A mí me encanta cuidar, y no quiero decir que no haya que cuidar a los demás, pero creo que las cosas pasan por la corresponsabilidad, por cuidar en la misma medida en que te cuidan a ti, y en eso creo que nosotras todavía no hemos llegado a ese lugar de ecuanimidad.
¿Obras como La madre o películas como Madres paralelas contribuyen a cambiar ese imaginario sobre la maternidad?
El arte, obviamente, es un referente importante. Yo siento como un un imán hacia estas madres, con ese lado oscuro y con ese lado que se sale de la idea romántica e idealizada. Es un regalo envenenado esto de la idealización de las madres, esto de que a la madre hay que ponerla en un altar, porque también hay madres terribles. Yo he hecho Medea, que asesinaba a sus hijos, he hecho a Nora que daba el portazo y se iba de casa. La madre de Madres paralelas que antepone su profesión a la maternidad… me interesa mucho rascar ahí, a ver qué hay.
Creo que fue Inés París la que en una entrevista decía que a ella le encantaba ser madre, pero le gustaba más su trabajo como guionista.
Es que eso es algo que a vosotros ni se os ocurre valorar ni se lo preguntáis nunca a los entrevistados hombres. Se da por hecho que el hombre tiene otras prioridades en la vida y que ese es el orden natural de las cosas. Nosotras tenemos que estar diciendo si preferimos ser madres a trabajar. ¿Pero esto qué es? ¿A que a vosotros no tenéis ese dilema? Tú tienes sentado aquí a Javier Gutiérrez y no le preguntarías qué tal lleva su paternidad.
Se pone a las mujeres como vírgenes o como putas, una dicotomía que nos persigue desde la noche de los tiempos. Nosotras mismas cargamos con ese peso de la madre ideal
Hay en la obra otra pregunta muy dura, que es si se puede amar demasiado.
Yo creo que es más una cuestión de calidad de amor, de cómo amas, de no confundir el amor con la posesión. Esta es una madre asfixiante, una madre que se agarra a su hijo como a un clavo ardiendo, que incluso ha sustituido la carencia de pareja por esta figura del hijo varón que además ahí entramos ya en terrenos edípicos muy interesantes. No es que le ame demasiado, es que no le ama bien, porque si tú amas bien a un hijo, lo que quieres es que vuele, que se independice, que se libere. Tu periodo de maternaje tiene un principio y un final, y eso está muy bien para ellos, pero también está muy bien para ti, porque también es una liberación para nosotras el terminar ese ciclo y pasar a tener una relación madre hijo desde otro lugar completamente distinto y dedicarte a tus cosas, porque la crianza es una cosa muy dura.
Hemos hablado del arte para construir imaginarios positivos, pero en este ámbito, el de las formas de amar, también ha creado uno negativo.
El arte refleja la cultura que le toca vivir en cada momento. Se ha tendido a la romantización de la maternidad, o a poner a las mujeres como vírgenes o como putas, una dicotomía que nos persigue desde la noche de los tiempos. Nosotras mismas cargamos con ese peso de la madre ideal, y en el momento en que no nos acercamos a ese ideal pautado culturalmente desde hace generaciones, nos sentimos culpables, pero somos seres de carne y hueso y la madre ideal no existe.
¿Tiene algún momento fundacional como actriz?
En mi caso fue a raíz de los talleres de teatro de María Galleta, que era una escuela de teatro que llevaba Oscar Vidal, mi maestro. Era una actividad extraescolar para niños. Yo tenía ocho años y ahí descubrí un mundo que no me lo podía creer. Pasábamos dos veces por semana y se producía la magia más absoluta. Entonces a partir de ahí dije, yo quiero ser actriz. Y luego tuve también de maestra a Alicia Hermida, que es una actriz descomunal. Alicia fue mi maestra como de los 12 a los 14 años y aprendí también muchísimo con ella.
¿Ha habido algún momento de querer dejarlo, de pensar que no compensaba?
La verdad es que yo he podido trabajar siempre de mi profesión. He tenido algún momento más flojo o algunos momentos en los que he tenido que hacer cosas que no me interesaban tanto. No siempre aparece el proyecto perfecto, ni mucho menos. Este es un oficio, hay que comer de esto, y hay veces que el proyecto te gustará más y otras menos, y hay que hacerlo con la misma profesionalidad. Pero lo cierto es que yo siempre he podido vivir de mi trabajo, y como sabrás, solamente el 8% de mis compañeros pueden vivir exclusivamente de este trabajo. Yo no he pasado esas angustias de no sonar el teléfono, o de tener que poner copas para sobrevivir, pero tengo muchísimos amigos y amigas en esto que han pasado crisis muy grandes. Algunos incluso lo llegan a dejar. Los que perseveran y a pesar de todo, siguen ahí, a mí me parece admirable porque sí que puede llegar a ser muy duro.
¿Cómo vive uno que con estos datos, viviendo esto, se recuperen mantras y se os acuse de “señoritos”?
Es puro desconocimiento. No saben realmente de lo que están hablando. No saben que esto es un oficio en el que hay mucha precariedad. Aquí ricos… yo no conozco, a lo mejor dos o tres, pero te juro que este no es un oficio, por lo menos en este país, para hacerse rico. Puedes llegar a vivir bien, sí, y a cambio de mucho esfuerzo y de mucho trabajo y de mucha preparación y de mucho todo. Tampoco quiero convertirnos ahora en víctimas y decir que es durísimo. Nuestro trabajo es un privilegio porque es vocacional, porque ningún proyecto es igual a otro. Porque estás constantemente con nuevos retos. Es un oficio muy hermoso y no creo que haya otro mejor en el mundo.
Leí una columna hace tiempo y siempre he querido preguntarle por el origen de su nombre, que creo que tiene que ver con la hija de Alberti, su padre es un español exiliado en Roma, usted nació en Roma…
Mi padre estuvo en prisión unos meses, en arresto domiciliario. Acabó yéndose a Roma y allí conoció a mi madre. Mi madre es italiana. Entonces mi madre era una italiana normal que en ese momento no tenía ningún tipo de implicación política. A raíz de de casarse con mi padre y de venir a vivir a España, también ella despertó a una conciencia política importante.
¿Es cierto lo de esa nana que le escribió Rafael Alberti?
Está en mi salón. Ahí lo tengo. Sí. Rafael Alberti, que pasó parte de su exilio, primero en Buenos Aires y después en Roma, en en el Trastévere, durante muchos años, iba recibiendo a los exiliados españoles que llegaban, entre ellos mi padre. Trabaron una amistad y mis padres se hicieron muy amigos de Aitana Alberti, la hija de Rafael, y por eso me pusieron a mí su nombre. Y entonces Rafael, cuando cumplí un año, me escribió un poema, me dedicó un poema precioso que además lo dibujó con esos colores y esas letras. Es preciosísimo.
Usted es una actriz comprometida. El otro día Javier Gutiérrez comentaba que a pesar de ello en este momento da miedo opinar, porque no sabes cómo se va a tomar.
Creo que se ha agudizado más ahora con el tema de las redes, donde recibes mucha agresividad y muchos ataques. En el momento en que te posicionas empiezas a leer ciertos comentarios de una violencia que a veces dices… uf, no sé si me compensa, pero yo como llevo toda la vida haciéndolo... Yo soy de esa generación que no se callaba y siempre he dicho lo que pensaba, y además creo que tengo derecho a hacerlo. Soy una ciudadana, y cuando me preguntáis pues yo digo lo que pienso, y si puedo apoyar ciertas causas en las que creo, o que siento que a lo mejor mi imagen puede visibilizar ciertas cosas, lo hago también. Pero eso es algo muy personal. Desde luego no soy como mi personaje en Madres paralelas, que decía que como es actriz era apolítica. Yo creo que eso no existe, pero cada uno es dueño de hacer lo que quiera.
Tengo una imagen grabada, y es la del grupo de actrices y actores que sacaron la camiseta del 'No a la guerra' en el Congreso de los Diputados, ¿cómo recuerda aquel momento?
Yo creí que me metían presa. Teníamos todos puestos la camiseta de 'No a la guerra' debajo del jersey, de la chupa… Nos habíamos organizado muy bien y lo que podía pasar es que nos pararan en el control antes de pasar, porque te tienes que registrar para estar ahí arriba como público. Nadie nos pidió que nos quitáramos el jersey ni nada, y en el momento pactado nos quitamos todos los jerseys y ahí sí unos segundos después nos llevaron. Ahí sí recuerdo a Aznar y a Rato, porque yo había sido presidenta de la Academia y me había relacionado con muchos de ellos y he de decir que fueron siempre muy amables. De hecho, en el periodo de Aznar fue cuando la Academia de Cine obtuvo la sede de Zurbano. Pasamos de tener un piso mínimo a tener un edificio de patrimonio, y esto fue en el periodo de Aznar y él lo facilitó. Hay que reconocer también las cosas que se hicieron. Pero me miraron como una traidora. Yo sentí esa mirada fija, como si fuera una traición, pero es que no tiene nada que ver una cosa con la otra.
Ese momento es un punto de inflexión para el cine español.
Desde ese momento, y también desde esos Goya dirigidos por Animalario, hubo una campaña que sigue a día de hoy, que es eso de los subvencionados. Unas falacias que nos siguen acompañando a día de hoy y que influyen en mucha gente y en el desprecio que sienten por nuestro cine. Cuando si te pones a razonar mínimamente piensas, pero si yo vivo de mi sueldo, trabajo a lo mejor 12 o 14 horas diarias, me dejo la piel, y a mí me pagan por mi trabajo igual que a ti por el tuyo. Si eres funcionario público tu dinero saldrá de las arcas del Estado y si vienes del sector privado pues probablemente también, porque anda que el sector privado no está subvencionado, y los partidos políticos también. La industria, la agricultura, la pesca, mires donde mires, hay subvenciones del Estado. Entonces esto de los del cine son los subvencionados de este país… ¿de qué estamos hablando?
¿Cómo ve a las nuevas generaciones? En la obra está Álex Villazán, que se ha curtido en el teatro, pero está esa sensación como que les interesa más otros medios que las tablas.
Yo te digo una cosa, con la inteligencia artificial, el único lugar seguro para nosotros es un escenario. Que lo sepan los actores jóvenes, tened cuidadito.
Es bonito esto. El teatro como refugio y como casa para ustedes.
Para mí sin duda. Y además es el lugar donde yo he podido y puedo hacer los personajes más complejos y más bestias que he hecho en mi vida. En un momento en que cumplí los 35 años y el cine desapareció de mi vida casi radicalmente, empecé a hacer personajes brutales en el teatro. Hécuba, Medea, La Chunga… tantos y tantos. Y eso para mí es autoestima actoral en ese momento en que te preguntas, ¿qué ha pasado, que ya no soy joven? Pero si soy la misma que ayer, simplemente que ayer tenía 34 y ahora tengo 35. ¿por qué esta frontera tan clara?
Vídeo de la entrevista completa
Vídeo: Javier Cáceres y Rocío Bermejo
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