La burbuja del teatro off madrileño

Un viernes cualquiera, un espectador en Madrid podría asistir a más de cien obras de teatro si tuviera el don de la ubicuidad. Si pudiera teletransportarse podría estar en las más de 150 salas –datos no oficiales, ya que muchos espacios no están recogidos en el Anuario de la SGAE- que a día de hoy forman el llamado off teatral madrileño prácticamente sólo en la almendra central.

Pequeñas salas de 20 butacas habilitadas en antiguas tiendas y sótanos de viejos edificios y salas de medio formato (70-100 butacas) que ofrecen cinco o hasta diez espectáculos a la semana. Y, por supuesto, no todos de la misma compañía. Y con precios que pueden oscilar entre los 8 e incluso los 20 euros. La pregunta es evidente: ¿quién es ese superhéroe-espectador que podría llenar los teatros? ¿Quién los mantiene entonces? ¿Cómo se sostienen?

Este 27 de marzo se celebra el Día Mundial del Teatro y ante tal ecosistema, que tanto la Comunidad como el Ayuntamiento de Madrid se han encargado de publicitar con sus más de 200 actividades, el sector off que se desvive para sacar adelante su trabajo se encuentra ante una ecuación fatal: a más teatro, menos dinero.

“Sí, el teatro off vive en una burbuja”, resume a eldiario.es Álvaro Vicente, director de la revista Godot, especializada en artes escénicas. Y ya está dando los primeros síntomas de explosión. En los últimos meses no han dejado de cerrar salas y compañías, y aunque es cierto que abren otras nuevas su situación sólo admite un sustantivo: la más absoluta precarización para sus dueños y para las propias compañías.

El pasado lunes, entre sesenta y ochenta personas, desde actores a productores y dueños de salas, se reunieron en la sala Biribó, que abrió en diciembre en el barrio de Acacias, para analizar qué está ocurriendo en este sector. Una de sus fundadoras, Crismar López, fue contundente: “No estamos en la época dorada del teatro”, por mucho que lo hayan alabado ciertos titulares periodísticos. “La inversión que hemos hecho con esta sala nos pone boca abajo. No sacamos beneficio”, admitió.

Las señales de esta enfermedad son evidentes para todos. La más grande y que según Javier Ortiz, dueño de la sala El Sol de York que tuvo que cerrar el pasado verano, es la que ha dado lugar a esta burbuja es que “con la crisis, los artistas y creadores se convirtieron en los medios de producción. Los artistas crearon nuevas compañías y salas sin ninguna estructura legal”.

Mal síntoma: la multiprogramación

Mal síntoma: la multiprogramaciónY a partir de ahí las molestias de la patología. La primera de ellas, la multiprogramación. ¿Y de quién es la culpa, de la compañía o de la sala? Porque la operación es la siguiente: las salas intentan programar todos los espectáculos posibles con el fin de conseguir público (e ingresos). Sucede que un martes hay una compañía, un miércoles otra y un fin de semana otra. Y así todas las salas.

¿Eso es rentable para salas y compañías? “Al final con esas cuatro funciones que haces a la semana no llegas a ningún lado”, apostilla López. A eso se une que ninguna de estas salas cuenta con subvención –que por otra parte apenas supera los 200.000 euros en la Comunidad de Madrid para todo el año-, ya que esta no se empieza a recibir hasta que no se llevan dos años de actividad. “Y cuando llega tienes que presentar una programación de un año que es imposible”, manifiesta López.

Ni siquiera el mejor modelo de teatro off en Madrid, que es el que ha puesto en marcha el empresario Antonio Fuentes en el Teatro Lara, es exitoso. Cualquiera que camine por la Corredera Baja de San Pablo, en Malasaña, podrá ver casi siempre colas de personas esperando para entrar a alguna de sus funciones. Fuentes ha conseguido distribuir todo el espacio teatral en diferentes salas, desde el hall hasta una pequeña sala en la planta baja y el escenario principal. Y en todas ellas hay diferentes montajes diariamente. Sin embargo, como él señala, “a nivel económico, la sala off por sí sola no se podría mantener. El Lara vive ahora de Burundanga [que lleva más de cuatro años en la sala principal] y La llamada. Con eso pago los gastos y a las compañías que vienen a las salas off”.

Fuentes pone los números: “Para que una sala de 120 butacas te salga rentable tienes que hacer más de 1.200 euros y eso es muy complicado. Por eso también hay compañías que prefieren solo un día a la semana. La obra Confesiones de Alá funcionó muy bien un día a la semana. La pasamos a dos días durante el fin de semana y no salieron las cuentas, por lo que prefirieron volver a un solo día”.

Desde La Escalera de Jacob, en Lavapiés, pese a contar con un reguero de espectadores los fines de semana, la opinión es similar: “A nosotros nos salvan las obras infantiles, pero necesitamos hacer espectáculos como churros para poder pagar a los diez trabajadores que tengo”, admite Gerard Clúa. Incluso dos salas con público fiel como el Teatro del Barrio y la Mirador, ambas también en Lavapiés, deben sudar tinta para aguantar el tirón. Alberto San Juan, que forma parte de la cooperativa que gobierna la primera, ya ha confesado en ocasiones que cuesta que salgan los números, pese a éxitos como el famoso Ruz-Bárcenas.

Falta de profesionalización

Falta de profesionalizaciónOtro de los cánceres del off es la falta de profesionalización. Isabel Romero de León, de la productora teatral Coart+e, indica que hay muchas salas que no se paran a hacer cuentas. “Como ahora se va a 50-50 [50% de la taquilla para la sala y el otro 50% para la compañía], se piensa que con 50 butacas a 10 euros, se ganan 250 euros y punto. Y no es así, hay que pagar el 21% del IVA, los seguros sociales, los actores tienen que estar dados de alta en la Seguridad Social… Hay que pensar primero si el espectáculo es viable, no ponerlo en marcha y luego quejarnos”.

El tema de las cuentas y los números es el más peliagudo porque en el sector se reconoce ampliamente que muchas veces no se cobran los ensayos, las funciones se cobran en B y no se da de alta al trabajador. El convenio de la Unión de Actores fija la tarifa de un actor en 72,94 euros la función. En las bases de cotización del Régimen General de Artistas se señala que dar de alta cuesta 10 euros y que la nómina bruta mínima son 29 euros por función. “Pero es verdad que muchas veces no se hace. Las compañías deberíamos empezar a decir no a muchas cosas”, admite Crismar López.

Precisamente, el actor Carlos Olaya decidió hace algunas semanas bajarse de los escenarios porque no aguantaba más su situación de precariedad. “He llegado a cobrar 50 céntimos por hora. En esta profesión la ilusión está muy bien pero es peligrosísima, porque acabas prostituyéndola”, afirma. También habría que reconocer otras cosas, como apunta Belinda, que está al frente de la sala La Gatomaquia, en Lavapiés, y es que “una sala con 20-30 butacas no es viable, ni aún llenándola”. Y ni aún cobrando 12 euros por función.

Las trampas de la Administración

Las trampas de la AdministraciónAhora bien, en el sector también se apunta a las trampas de la Administración a la hora de regular la actividad de los artistas. Y ya no sólo por el asunto del IVA. Es decir, cómo dejar de trabajar en negro “cuando la Comunidad nos dice que creemos cooperativas artísticas. Está muy bien, pero al final a lo que estás dando cobertura es a la temporalidad. Y si nos vamos a encontrar cómodos en la temporalidad, apaga y vámonos”, admite Rosa Fernández Cruz, también de la productora Coart+e.

De esto se quejaba ya hace unos meses Javier Ortiz. El IVA del 21%, los pagos a los actores, el alquiler… “si quieres cumplir con las leyes, lo haces todo legal, pagas a los actores y ofreces un trabajo digno, tienes que cerrar porque el riesgo es desmesurado. Ahora todo te aboca a una programación que excluye cualquier riesgo artístico”, admitía entonces a este diario.

Por este motivo, como indica ahora “lo que hace falta es una regulación específica para un fenómeno nuevo. Porque no nos engañemos. La Administración es la que se está beneficiando de esta burbuja porque no se les cae de la boca eso de la gran vida cultural de Madrid, pero lo que no ven es que la visibilidad no es igual a rentabilidad y que ni siquiera hay ya giras porque las compañías no se lo pueden permitir y los ayuntamientos no pueden pagar”.

¿Y valen para algo los festivales que se organizan tanto desde el Ayuntamiento como la Comunidad como son el Talent, el Fringe o el Surge, que tendrá su edición el próximo mes de abril? Este año, el Surge (15.000 asistentes en 2014) cuenta con un presupuesto de la Comunidad de 300.000 euros (de los cuales 200.000 van a las salas y compañías), pero para Ortiz ese no debería ser el modelo para el circuito teatral madrileño. “Es como lo de la Noche de los Teatros, y además, si te pagan 1.200 euros por las funciones… Y son 49 compañías compitiendo entre ellas en 20 salas distintas. No es una política real de promoción de las salas ni de las compañías”.

Alberto García, organizador de este festival junto a Natalia Ortega, y que también dirige la sala DT Espacio Escénico, en el barrio de Chueca, sin embargo, sí cree que son una ayuda importante. “Estos 200.000 euros del Surge que se reparten al gremio es lo que prácticamente da la Comunidad en subvenciones durante todo el año. Y se inyecta directamente. Y yo doy fe de que llega. La media de la sala que tenga a cuatro compañías se va a llevar entre 4.000 y 5.000 euros”, rebate. Además, aunque no estuvo en la reunión del lunes, no es de los que cree que hay una burbuja en el off, sino que son “cauces cíclicos normales de cómo se vive el ocio en las ciudades”, y que “habría que tener en cuenta qué es una sala alternativa, el microteatro o las salas de autor (creadas por compañías)”.

Soluciones: más unión

Soluciones: más uniónPese a ello, según lo apuntado por numerosas salas y compañías, sí hay síntomas palpitantes de enfermedad y la cuestión es cómo hallar la penicilina necesaria. ¿Más funciones? ¿Más salas? ¿Quizá menos? Para Ortiz lo que habría que hacer “de una vez” es poner datos reales sobre la mesa “y dejar de decir que nos va bien. Yo tenía, por ejemplo, un 25% de ocupación de la sala. Necesitamos un mapa de cómo se gestiona el off”.

Y más unión. Esta fue la palabra que más revoloteó durante toda la reunión. Unión para recomendar obras entre unos y otras y para repensar la multiprogramación. Quizá lo más difícil, ya que a este encuentro ni siquiera acudió la Coordinadora de Salas Alternativas de Madrid ni la Red Lavapiés Barrio de Teatros. Sí es cierto que acudieron algunos dueños de salas que pertenecen a esta última, pero como admitió Belinda, una de ellas, “es un proyecto que ha ido a menos porque todos tenemos nuestras obligaciones”. No obstante, este viernes esta red lanzará una app para conocer los espectáculos de sus salas.

De momento, estos artistas tienen pensado reunirse periódicamente para analizar sus problemas. Mientras tanto, la burbuja crece, crece y crece. Como ha ocurrido en otros tantos sectores golpeados por la crisis.