El drama humanitario de la Cañada Real toma el Centro Dramático Nacional

“No os podéis imaginar lo que es dormir a oscuras con un bebé de un año, notar que no respira bien, ir a tientas, tener que alumbrarle con el móvil y finalmente darte cuenta de que está morado. Y que cuando llegas al hospital te digan que casi muere por congelación”. Houda Akrikez, presidenta de la Asociación de Mujeres Tabadol del sector VI de la Cañada Real y actriz en el montaje de 400 días sin luz, intentaba trasladar de este modo, en rueda de prensa, la angustia del barrio sostenida durante más de dos años. Desde hace 735 días, miles de vecinos de la Cañada Real, un barrio a veinte minutos de centro de la capital de España, viven con continuos cortes de luz o, directamente, sin ningún tipo de suministro.

El Centro Dramático Nacional sube a escena esta semana 400 días sin luz, un montaje realizado en base a testimonios de los habitantes de la Cañada y que cuenta con tres vecinas que ha decidido salir al escenario para acercar al ciudadano su historia de otra manera: “Llevamos mucho tiempo contando lo que está pasando en la Cañada en periódicos, en manifestaciones, en concentraciones, en charlas de universidad. Ahora eso cambia, en el teatro vamos a poder hacer que el ciudadano lo viva, que viaje allá con nosotras. Somos tres mujeres que no vendemos droga, que no somos toxicómanas, que no nos dedicamos a cultivar marihuana, somos madres que queremos que nuestros hijos salgan adelante”, explica Akrikez, que junto con Rahma Hitach y Khadija Ajahiou, también vecinas, han decidido subirse a las tablas en esta obra que dirige Raquel Alarcón y escribe Vanessa Espin.

El Centro Dramático Nacional mantiene desde hace varias temporadas una línea de programación que sube a escena temas que están presentes en nuestra sociedad. Así, por ejemplo, la temporada pasada se pudo ver, entre otros, montajes como As que limpan, que abordaba la situación de las kellys, o Lengua madre que afrontaba nuevos modelos de maternidad. Pero quizá este proyecto, dada la situación límite que muchas familias, y muchos menores, están viviendo hoy, hace que como pocas veces se den la mano teatro, realidad y denuncia social.

Dentro de unas semanas llegará el invierno, el tercero que la Cañada Real vivirá sin luz. Y justo en el comienzo del otoño, durante un mes, el público podrá asistir a esta obra que acerca un problema de emergencia sanitaria y humanitaria que sigue presente y no tiene visos de pronta solución. La plaza pública entra en el teatro. Y cuando eso pasa, se nota.

No hay nada más que escuchar la urgencia con la que Akrikez hablaba al presentar la obra: “Lo que quieren es echar a la gente que vivimos allá, el terreno es muy jugoso para las inmobiliarias y hay muchísima prisa para que el PAU (Plan de Actuación Urbanística) de Vallecas siga creciendo. Y para eso, nosotros tenemos que desaparecer. Creían que sin luz nos iban a desalojar, pero se han encontrado con una población que lleva más de 50 años ahí y que no quiere irse y va a luchar”.

Cuando preguntan a Akrikez por qué las mujeres están tan presentes en la obra, su respuesta es un relato sintético:

“El 18 de octubre de 2020, no se me olvidará jamás esa fecha, las mujeres organizamos una marcha para hablar con el Comisionado para la Cañada Real de la Comunidad de Madrid. Era una marcha en la que íbamos a ir andando desde la Cañada a la sede de la Comunidad en la Puerta del Sol. Hora y media de camino. Me levanté a las siete para organizar todo con los jóvenes estudiantes y las mujeres. Me llamaron a las ocho para decirme que mi casa estaba ardiendo. A mi madre se le olvidó una vela y cayó en el sofá. Tuve que entrar en casa en llamas y sacar a mis dos hijas. Sabía que los bomberos no iban a llegar a tiempo: se pierden, se equivocan de sectores, no se orientan. Así que entré y en medio de llamas y mucho humo conseguí sacarlas. Se quemó toda la casa. Me propusieron desconvocar la marcha; dije que no, que había que marchar. Fui con mis hijas. Tienen que tener claro que cuando las madres sentimos que la vida de nuestros hijos está en peligro vamos a luchar por ello sin descanso. Por eso estamos las mujeres en el centro de la obra”.

La misión que se ha echado a la espalda el Centro Dramático Nacional es llevar a escena esa historia. Una misión que el CDN ha encargado a la directora Raquel Alarcón, que viene de dirigir Daniela Astor y la caja negra, adaptación de la novela de Marta Sanz que podrá verse este próximo marzo en el Teatro Fernando Fernán Gómez; y Vanessa Martín, dramaturga que ha escrito y dirigido Un animal en mi almohada, obra que se programó en el Teatro del Barrio de Madrid.

Una propuesta que se aleja del teatro documental

El montaje surge del proyecto que el propio Centro Dramático Nacional realizó sobre este barrio dentro de su ciclo Dramawalker (programa teatral transmedia de ficciones sonoras), que coordinó artísticamente Raquel Alarcón. La directora afirma que, siendo consciente de que este trabajo trasciende lo teatral, para este montaje ha realizado una puesta en escena que busca “la desnudez y la síntesis”. Un montaje que tiene como base el texto que ha escrito la dramaturga Vanessa Espín, autora que dice haber escrito un texto que nació escuchando los relatos de vida de los vecinos con la intención de contar cómo fueron sus vidas durante los primeros 400 días sin luz: “Para ello, inventé un argumento que recogieran las palabras de muchas de las conversaciones y entrevistas que hemos realizado. Tengo la sensación de que todas las palabras que están en el texto me las han ido chivando”.

La pieza, si bien comienza con escenas que recogen reuniones con los responsables políticos o la vida en común de los vecinos, se aleja pronto del teatro documental para introducirse en una dramaturgia de ficción tradicional que acerca al espectador varias historias entre las que destaca la de Wafa. Es una joven de origen magrebí, interpretada por María Ramos, que intenta estudiar medicina y que a lo largo de la obra ve cómo la situación de exclusión que ya vive de por sí —por raza, género y clase social— se agrava por un ambiente insostenible y asfixiante como el que viven desde hace más de dos años los vecinos de la Cañada.

El texto presenta así una consecución de escenas separadas en las que aparecen la vida de Wafa; de Gerardo, interpretado por Pedro G. de las Heras, antiguo vecino que narra la historia del barrio; de Verónica, interpretada por Saida Santana, que muestra a la activista de una ONG que lidia entre sus convicciones y la deriva funcionarial de su trabajo; o de Ahmad, interpretado por Abdelatif Hwidar, que acerca a un vecino del barrio, árabe, que ya luchó hace años con los primeros desahucios y que ahora debe pasar el testigo de lucha a los más jóvenes.

Historias basadas en las vidas de este barrio para el que Mónica Boromello plantea un espacio donde la escena queda en medio del público; acentúa lo que el teatro tiene de plaza cívica, un espacio que a mitad de obra se parte en dos para ilustrar la brecha social, política y geográfica que supone el conflicto de La Cañada. El Centro Dramático ha levantado una producción en la que todo se quiere cuidar, con, por ejemplo, uno de los iluminadores más reputados de la escena, David Picazo, y otra más que solvente vestuarista como es Beatriz San Juan.

Crítica

'400 días sin luz' no coge vuelo

Las razones por las que la obra no coge vuelo son muchas. Las innumerables escenas que van estructurando las diversas historias no consiguen entrelazarse, resignificarse, coger esa fuerza dramatúrgica que parecen buscar y acaban lastrando ritmo y fuerza narrativa. Y los innumerables estilos dramatúrgicos (teatro de situación, teatro político, teatro intimista, psicológico, poético, simbólico) que la obra quiere abarcar hacen que el primer propósito de este montaje, trasladar la vida de estos vecinos y la situación social y política por la que están atravesando, quede desdibujada y políticamente acartonada.

Un ejemplo: los apartes teatrales de la activista, interpretada solventemente por Saida Santana, son un misterio. El espectador no sabe si está ante un código pseudobrechtiano de interpretación o si bien asiste a las corrientes de la consciencia joyceana del personaje. La misma historia de Wafa, que si bien tiene fuerza al mostrar cómo se le van rompiendo los sueños a una adolescente que vive en una sociedad donde la meritocracia tan solo es aplicable a ciertos barrios, finalmente acaba cayendo en lugares comunes donde coge incluso más peso la historia sentimental del personaje con un vecino que la situación social que acomete la obra. En ciertos momentos, no se sabe si uno está en un Romeo y Julieta de arrabal o en un teatro que está intentando explicar social y políticamente la situación de la Cañada a través de los testimonios de sus vecinos.

Lugares transitados

Es de alabar la voluntad del Centro Dramático Nacional de abrir el primer coso teatral estatal a la realidad social. Mas cuando estuvo durante tantos años cerrado a esto mismo escudándose en reponer o estrenar autores de gran calado. Utilizando la autoría como escudo en vez de como faro. Es un acierto que esta institución se abra a apoyar la creación y la escritura actual sobre temas y problemas que están en la calle y en los que el público tiene mucho que decir. Convertir el teatro en un espacio de encuentro. Y es un acierto este montaje que trae a la palestra un tema acuciante y que muchas veces parece no existir si no está presente en los medios.

El problema es la altura de miras que, en ocasiones, está teniendo el CDN a quien encarga estos montajes. Es muy difícil poder articular una visión escénica profunda capaz de alumbrar sobre las complejas sombras de nuestra sociedad si las propuestas no dominan los lenguajes que quieren utilizar y acaban cayendo en lugares comunes y más que transitados. Como esta obra que comienza partiendo de lo documental y acaba cayendo en un teatro tantas veces visto. Si bien tiene momentos de tensión dramática, de emoción humana, de una verdad interpretativa en esas vecinas que sin ser actrices representan en escena el drama que las circunda, 400 días sin luz teatralmente es irrelevante.