Juan Mayorga podría ir de divo por la vida, pero sigue siendo un tipo sencillo y muy amable, nada endiosado, que reflexiona con mucha brillantez, pero no pretende sentar cátedra. Este madrileño de 53 años se ha convertido en el dramaturgo español vivo más representado en todo el mundo, desde Tokio o Moscú a Buenos Aires, pasando por Zagreb. Autor de piezas como Cartas de amor a Stalin, La tortuga de Darwin, El cartógrafo o El arte de la entrevista, Mayorga ha visto incluso llevado al cine francés El chico de la última fila, uno de sus textos más representados.
Su teatro, alabado por la crítica y respaldado por el público desde hace un par de décadas, apela a las ideas esenciales y funciona como un reloj, no en vano el autor estudió Filosofía y Matemáticas. Mientras aguarda a que comience una nueva función de El mago, con las entradas agotadas en el Centro Dramático Nacional (CDN) hasta finales de diciembre, Mayorga charla con eldiario.es sobre el teatro y la vida.
Está convencido de que el teatro y la literatura dramática se mantienen con fuerza en unas sociedades cada día más virtuales y más acotadas por las pantallas y explica sus razones. “No cabe olvidar”, comenta Mayorga, “que el teatro es el arte de la reunión y de la imaginación, una manifestación artística que te obliga a salir de casa, a reunirte con otros. Cada vez podemos desarrollar más actividades en nuestra casa y llega un momento en que nuestras familias son virtuales, hasta los paisajes son virtuales, como en la famosa novela Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. De hecho, mucha gente ya se relaciona más con personajes de la tele o de las series que con personas de carne y hueso”. Hasta tal extremo lleva su pasión teatral que añade: “Mi deseo es que el espectador no vuelva a casa o que regrese transformado del teatro”.
A partir de esa actitud y del recuerdo de una función de magia en la que fue rechazado como voluntario para una hipnosis, Mayorga escribió El mago. En la primera escena de la obra, el personaje de Nadia regresa o no regresa, quién sabe, hipnotizada en cualquier caso, de una sesión de magia en un teatro. De este modo, la pieza deriva en un juego teatral sobre la trampa y el artificio, acerca de las ilusiones y los velos frente a la realidad, sobre la convicción de que “todo es mentira, pero está lleno de verdad”, como sostiene el autor.
“El teatro y la hipnosis”, dice Mayorga, “parten de procedimientos afines, tienen ambos algo de actitud liberadora y de voluntad de transformación. Al fin y al cabo la hipnosis supone un arte del desdoblamiento, como el teatro. Todo es doble: una botella, una palabra… De hecho, el actor se desdobla en un personaje sin dejar de ser un actor. Aquí, el personaje de Nadia, una mujer de mediana edad, necesita una cierta fuga de una realidad que le parece áspera y pequeña. Resulta curioso que un hipnotizado sea al mismo tiempo un cautivo de un mago y un ser libre porque ha llegado de forma voluntaria a la hipnosis”.
El autor baraja en este montaje los límites entre la realidad y la ficción, entre lo que creemos ser y cómo nos ven los otros y defiende que El mago plantea relatos alternativos, pero compatibles. ¿Todo es un invento de la protagonista? ¿Está realmente hipnotizada? ¿Los espectadores, incluso su propia familia, son cómplices de un engaño? Con un reparto encabezado por Clara Sanchis, José Luis García Pérez y María Galiana, El mago estará cinco semanas en cartel en el CDN para iniciar luego una gira de meses por varias ciudades de toda España. En esta ocasión, además, Mayorga ha decidido asimismo dirigir la obra por un deseo de trabajar más con los actores y de explorar nuevas posibilidades escénicas.
“Cuando un texto teatral”, aclara, “señala que el escenario se vuelve oscuro existen muchas formas de apagar las luces. Por ello, en esas facetas de la puesta en escena radica precisamente lo que me interesa como director. De toda manera, el dilema de quién es más importante, si el autor o el director, siempre es falso porque el teatro responde a un tarea colectiva”.
A pesar de que Juan Mayorga nunca ha escrito un teatro directamente político, entre líneas se reflejan siempre sus actitudes frente al mundo, una mirada moral. Así, a propósito de su última obra, donde uno de los personajes exclama que vivimos un “tiempo de magos y demagogos”, el autor comenta a lo largo de la entrevista: “Estamos rodeados de ficciones que pretenden pasar por la auténtica realidad. En esta línea resulta muy preocupante que Donald Trump, el dirigente más poderoso del mundo, se manifieste a través de tuits y que cada vez más mandatarios intenten vendernos recetas sencillas para resolver problemas complejos”.
Traducido su teatro a una treintena de idiomas y representado constantemente en lugares muy distintos y distantes, Mayorga, que ingresará en breve en la Real Academia Española, se toma un tiempo para responder sobre las claves de su éxito, acerca del carácter universal de sus obras. “Lo primero que tengo que decir”, comenta, “es que me siento muy feliz por esa repercusión. Por supuesto me emociona que mis obras se lleven a escena en ciudades de culturas tan lejanas entre sí como Seúl, Moscú o Buenos Aires, por citar tres ejemplos. Que hoy, por ejemplo, se esté representando en Zagreb Cartas de amor a Stalin que se estrenó hace 20 años en Madrid me resulta muy gratificante. Pero lo que más me preocupó y me preocupa a la hora de escribir teatro se centra en la fragilidad del ser humano y en su aspiración a la belleza, a la libertad y a la justicia. Ese impulso se halla en la raíz del teatro desde los griegos”.