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Crítica

Janet Novás, locura y renacimiento de un cuerpo agotado

Janet Novás en 'Where is Janet?'
21 de noviembre de 2022 22:24 h

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Este fin de semana, fuera de los focos principales del Festival de Otoño de Madrid, en una de las pocas salas independientes que quedan en la capital, Replika Teatro, Janet Novás entregó una de las piezas más hermosas de su ya larga carrera artística. Una pieza de danza que recoge el trabajo ímprobo y solitario de esta gallega durante más de quince años al mismo tiempo que lo resquebraja. Janet, salvo en contadas ocasiones, siempre enfrentó el linóleo y la mirada del público sola. Where is Janet, es la decantación de todo ese periplo solitario, de una danza que mira desde el cuerpo, hacia dentro del ser humano, introspectiva, soñadora al mismo tiempo, sensual, rota, que acoge lo visual, que se apoya en la acción teatral, que siempre es matérica e híbrida pero que durante estos años quizá no había cogido la pertinencia escénica que esta pieza sí tiene.

El estreno se engloba dentro del interesante ciclo del Festival de Otoño (Cu)erpo Infinito en el que están también otras bailarinas como Poliana Lima, La Chachi y Federica Porello. Where is Janet, nació hace un año en el festival gallego Plataforma, nació híbrida como ahora, colándose por la rendija de las artes vivas en la sala de ese hermoso museo diseñado por Álvaro Siza que es el Centro Galego de Arte Contemporánea. Tras pasar por Dansa València, también en espacio museístico, llegó a Madrid a la sala del Teatro Replika, que aunque tenga las paredes blancas es un espacio netamente teatral. La pieza se adaptó como un guante a esa disposición frontal y espacio cerrado. Ganó en peso, lecturas y performatividad.

Cuando el baile se aleja

Comienza la obra con una primera parte de danza. Un baile en el puro lenguaje propio de esta bailarina. Un baile que no evita el escorzo pero que nunca llega a fijarlo, es más, lo rompe, lo anula en un movimiento continuo donde va saliendo el bicho escénico de Novás, un baile donde se rechaza el código coreográfico de la danza y entra la vida. Janet corre, salta, y por ahí entra el recuerdo, la niña, la búsqueda, la sensualidad de un cuerpo que se ausculta, que se mira, que vibra. Una primera parte que recordaba la apabullante demostración de baile de Si pudiera hablar de esto no haría esto (2016), e incluso recordaba también trabajos anteriores como Who will save me today? (2013) o Cara pintada (2010). Mas de quince años bailando, improvisando como en Mercedes máis eu (2018) en el que Novás compartía espacio con la música Mercedes Peón, una de las mujeres más carismáticas del circuito de la world music actual; o esa otra pieza de calle, Feelings (2015), que no tiene forma acabada, que lleva siete años mutando y que es un grito a la pérdida, un llanto que no cesa. Años de trabajo, de creaciones, de exigencias del mercado triturador de la cultura de la exhibición, de formaciones en España y el norte de Europa, años que han tenido que pesar demasiado, casi aniquilar a la bailarina, para poder renacer en el cuerpo exhausto que Novás entrega en esta nueva pieza.

La danza de Novás siempre se sostuvo en un camino mestizo entre la acción y la danza, con un robot, con un marco de un cuadro, con objetos, con proyecciones… Pero nunca Novás apartó la danza como en esta pieza. A partir de la escena primera, la propuesta muta. “Partiendo de este lugar de agotamiento me surge el deseo de crear una obra que gire en torno al tema de la sanación y los cuidados. Invitarme a habitar un universo sin esfuerzos, y dejar que se manifieste el vacío, el silencio y aquello que con tanto ruido hemos dejado de percibir. Una necesidad de acercarme a lo esencial, a lo que nos mantiene vivos a pesar de todo”, dice Novás en el programa de mano.

Pero para llegar a este punto la creadora tendrá que pasar un desierto, un desierto limítrofe con la locura, un espacio donde convocará las múltiples personas que habitan esa parte del cerebro donde se conforma la identidad. Y lo magnifico de la pieza es que lo hará siempre a través del cuerpo. El cuerpo será recipiente, reflejo y observador al mismo tiempo. “Me propongo invertir la mirada, ponerla afuera y que el cuerpo se convierta en el observador del paisaje”, dice la artista. Frase complicada que Novás sabe materializar en escena. Una sucesión de imágenes proyectadas irá cubriendo su cuerpo, el cuerpo será receptor pero al mismo tiempo generará una sombra en la pared, un sombra que se escapa, como aquella de Peter Pan pero también como aquella otra que Leopoldo María Panero quería clavar en cada página. El cuerpo será pantalla al mismo tiempo que ente opaco y generador de sombras, todo se irá superponiendo mientras el rostro de Novás nos mira distante desde otro lado. Se desdibujan los planos de observador y observado, de paisaje, de fondo, de marco, de perspectiva. Surge así un espacio mental en escena, poliédrico, donde Novás desaparece.

La danza y su doble

Ahí Novás convocará al otro a través del ritual matérico. Se ungirá la cabeza como a la Magdalena le ungieron y purificaron los pies; y un doble, mitad Artaud mitad Lynch, surgirá hablando otro idioma. Un ser de las profundidades del cerebro que nos dirá que Janet se ha ido, que le ha dejado su cuerpo, que le ha dicho que haga lo que quiera con él, que ella va a echar de menos ese algo que hay entre el movimiento y el sonido, que Janet está cansada, que no tenía nada que decir, que no sabe si volverá, que quiere dedicarse a comprender un mundo que ya no entiende, un mundo donde los cuerpos están siendo sacrificados, dominados por el miedo, “demasiado miedo, demasiado ruido”, dice la criatura. El momento es escénicamente arriesgado. Representar en escena ese desdoblamiento, aguantar frente al público la representación de nuestro doble esquizoide, de nuestro inconsciente aflorado, puede ser extremadamente difícil, frágil. Janet bordea lo teatralmente no creíble. Pero el personaje aguanta.

A partir de ahí la pieza entrara en su final, un final abierto, donde la sala de teatro abre sus puertas, donde el público ya puede hacer lo que quiera, irse o quedarse y contemplar una Janet ahora cubierta en pigmento blanco y sobre la que se proyectan imágenes de galaxias, de estrellas, de constelaciones. Un renacer donde reina un cuerpo tranquilo, que baila desde lo etéreo, desde la escapada. Janet baila casi quieta, gira sobre si misma, lenta, entregada a un baile nuevo, donde el cuerpo refleja y nos mira. Un baile esencial, ahora sí, sanado. El público del estreno, respetuoso, entendiendo que ya no había final, que el aplauso no cabía ni procedía, se quedó quieto, observando en silencio durante largo tiempo. Antes de salir del espacio, el espectador pudo acercarse a ese cuerpo que seguía bailando y leer una cartela como quien se acerca a una obra de arte. Otra vez el cuerpo frente al mercado, pero el texto recalcaba, de nuevo, que Novás ya está en otro lado: “Compuesto biocelular sobre linóleo y muro blanco mate. Dimensión: 6.000 cuatrillones de átomos. Idea original 1981, barrio de la Candelaria (Caracas). Primer esbozo 1982, O Buraco (Pontevedra). Boceto en evolución”.

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