Fischer contra Spassky como metáfora de todos los conflictos

En el verano de 1972 se jugó en Reikiavik una de las partidas más emocionantes de la historia del ajedrez: la que enfrentó al norteamericano Bobby Fischer y al ruso Boris Spassky por el Campeonato del Mundo. Fueron varios encuentros en los que, sucintamente, también participaron la diplomacia estadounidense y la soviética. Porque aquello no era sólo ajedrez. Era el choque, casi a vida o muerte, entre las dos superpotencias que dominaban el mundo durante la Guerra Fría. Después de retiros, vacilaciones, movimientos del espionaje e incluso llamadas de Henry Kissinger, ya se sabe cómo acabó la historia: Fischer acabó despachando a Spassky porque este, desesperado, decidió abandonar. El planeta entero volvió a estremecerse y muchos periódicos hablaron de la victoria del capitalismo frente al comunismo. No era un juego, era política.

La última obra de teatro que escribe y dirige Juan Mayorga (Madrid, 1965), Reikiavik, retrata aquel duelo. Es una historia sobre el conflicto y el enroque, pero lo lleva más allá. Como explica a eldiario.es, se trata de un juego dentro de otro juego, el de los personajes de Bailén y Waterloo –interpretados por Daniel Albaladejo y César Sarachu- que se imaginan cómo hubiera sido esta partida de ajedrez de haber continuado. “Ellos van introduciendo cada día variantes más refinadas. Y representan no sólo a Fischer y Spassky sino también a la mujer de Spassky, la madre de Fischer, el psiquiatra de Fischer, Kissinger y a niños que despiden a Spassky con puño en alto en el aeropuerto de Moscú”, comenta el dramaturgo.

Tanto Fischer como Spassky son dos personajes jugosos, incluso más que los dirigentes de la época. No es de extrañar que, mucho antes de esta obra, ya se hubieran convertido en iconos de la cultura pop con películas como En Busca de Bobby Fischer o La diagonal del loco. Es más, el asunto colea tanto que para finales de este año está previsto el estreno de Pawn Sacrifice, dirigida por Edward Zwick y con Tobey Maguire como Fischer.  

Sin embargo, para Mayorga no son ajenos los personajes reales y los acontecimientos históricos en sus obras. Desde aquellos Alejandro Agag y Ana Aznar en Alejandro y Ana, que también contextualizaban un momento político como fue la mayoría absoluta de José María Aznar, hasta la perestroika, como ocurre en La tortuga de Darwin. “Todos los hombres son mis contemporáneos y me refiero también a los muertos. Ningún tiempo me es ajeno. Y en el teatro el tiempo tiene una expresión singular, ya que estamos viendo a la vez a un hombre contemporáneo que da cuerpo a un hombre del pasado”.

Un conflicto griego

Reikiavik está planteada desde una perspectiva mítica, la que ya retratara en su momento La Ilíada con Héctor y Aquiles dejándose la piel en el campo de batalla. Otro choque de trenes, que para el dramaturgo es una temática universal. Siempre puede haber dos cosmovisiones muy diferentes. “Héctor y Aquiles no dejan de ser dos comunidades, muy diferenciadas, pero en una misma agonía, lucha a muerte, de forma que cada victoria de uno supondrá la desaparición del otro”, explica. Y esto es lo que ocurrió en aquella partida del 72. “Claro, se enfrentaban dos mundos, el individualismo radical frente al colectivismo y la cultura de equipo, la circulación libre de las ideas frente al control centralista. Y, por supuesto, también podemos encontrar antagonismos con el presente, aunque he intentado que la obra tuviera una visión más amplia”, sostiene.

El arte, en general, siempre ha tenido mucha relación con el conflicto. Ocurre en la novela, en el cine y en el teatro. Las historias casi siempre son como una partida de ajedrez, un juego que, no deja de ser algo atípico porque es el enfrentamiento de las ideas con dos estrategias distintas. Para esta obra Mayorga lo eligió como metáfora, no ya sólo por lo que en términos políticos significó la batalla Fischer vs Spassky, sino porque “es un arte cargado de enormes deseos. El deseo de victoria y el miedo a la derrota son enormes. Por un lado, el ajedrecista siente una gran alegría por haber sido capaz de pensar más rápido que el otro, pero la derrota también es personal e intransferible. No se puede achacar a elementos externos”. Lo que también, por otro lado, es típico del ser humano: echar la culpa al otro y lavarse las manos.

El enroque actual

Esta referencia al eterno conflicto lleva directamente a la actualidad de la política española con ese enroque entre España y Cataluña. Casi podríamos tener ahora nuestra propia partida de ajedrez, aunque Mayorga siempre ha defendido que vale más la negociación. “La vida es un conflicto permanente, pero yo soy partidario de intentar escuchar al otro”, confiesa. Por eso y porque manifiesta tener grandes amigos y maestros en el teatro catalán, se posiciona con los que piden más diálogo: “Yo lo que desearía es que los que tengan una mayor capacidad de entender las razones del otro hagan un esfuerzo y se llegue al compromiso. Ahora bien, un compromiso implica renuncias y eso es lo que yo estoy echando en falta. Por lo demás, mi deseo es que sigamos perteneciendo a la misma comunidad, y siento que eso sería deseable para unos y para otros”, pide.

Y, pese a todo, se muestra optimista y no cree que estemos precisamente en un momento en el que nadie escucha a nadie. “También hay gente razonable y sobre todo gente que intenta escuchar al otro. Lo que pasa es que esta gente no es la que habla más alto, pero no estoy seguro de que estemos en un peor momento que otro. Creo que sí hay gente que atiende a razones”, insiste.

Una buena ocasión, por tanto, para rescatar este texto que el autor publicó en 2012 y que ahora llega a las tablas tras su estreno en Avilés la primavera pasada. Lo hace también con una intensa gira que le llevará por varias ciudades. “Esto es lo fundamental para que la gente de toda España pueda disfrutar de los espectáculos. Luego ocurre que a determinados lugares solo llegan espectáculos que están defendidos por rostros televisivos. Algunos son buenos, pero otros no lo son tanto. Pero hay espectáculos excelentes que no llegan y es una pena”, reclama.