Al final de su vida, víctima del Alzheimer, María Moliner tenía momentos de lucidez en los que recordaba los años de la II República. Durante ese periodo trabajó como bibliotecaria y fue miembro de la Delegación de Valencia del Patronato de Misiones Pedagógicas. En esa institución, y obcecada con la idea de que la cultura tenía que acercarse al pueblo, llegó a desarrollar una red de bibliotecas de la que formaron parte cientos de centros.
Fue solo uno de sus logros. No el más célebre; ese honor recae en la elaboración de su Diccionario del Uso del Español, más conocido como Diccionario María Moliner, cuya publicación cumple este mes de abril 50 años. Ambos momentos de su vida están recreados en la ópera que se representa estos días en el Teatro de la Zarzuela, centrada en los 15 años que dedicó a escribir el DUE.
Al director Paco Azorín le vino la idea de hacer una obra sobre María Moliner leyendo la biografía escrita por Inmaculada de la Fuente, El exilio interior. En ella se relata cómo tanto ella como su labor como bibliotecaria fueron derrotadas por la Guerra Civil: “Aunque no le encontraron prácticamente nada que hiciera pensar que era una izquierdista peligrosa, porque no se definía, más bien actuaba, por sus cargos durante la República fue considerada roja o amiga de rojos. Así que fue depurada; no perdió su plaza pero sí 18 puestos de su escalafón. Así que durante la Dictadura queda condenada al ostracismo, ya no puede progresar, como mucho volver a lo que tenía”, narra de la Fuente.
Por eso, aunque la lexicógrafa aragonesa no se exilió como tantos otros (aunque estuvo a punto de coger un barco con su marido, Fernando Ramón Ferrando, catedrático despojado de su cátedra y más posicionado explícitamente en la izquierda), sí tuvo que hacerlo intelectual y emocionalmente. Así que en 1950, a los 50 años, encerrada en casa, se planteó retomar una idea de juventud: la lengua española necesitaba un diccionario más claro y sencillo que el de la Real Academia. Lo escribió y finalmente “ese diccionario le salvó del exilio interior y le otorgó de nuevo reconocimiento”.
La revolución de las palabras
Porque resultó ser una revolución. Se adelantó con él a un trabajo que los académicos estaban realizando con bastante lentitud. “Ella respetaba muchísimo el DRAE y pensaba que era necesario, pero consideraba que en algunos aspectos estaba obsoleto. El DRAE era la norma y ella quería un diccionario de uso, para emplearse, para encontrar las acepciones exactas”, explica de la Fuente.
Redactó un diccionario complementario caracterizado por su organización por familias de palabras e ilustrado con ejemplos. Además, de autor, algo impensable ahora, en un siglo XXI pleno de equipos de filólogos y tecnología. Pero la aparente locura no debió de ser tal, pues recibió, entre otros muchos, los elogios de Gabriel García Márquez, que a su muerte, en 1981, dijo de aquel trabajo que era “el más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana. (...) Viene a ser, en consecuencia, más de dos veces más largo que el de la Real Academia de la Lengua, y, a mi juicio, más de dos veces mejor”.
También abrió camino a la Real Academia e incorporó aspectos que luego tomó el DRAE: “Acabó con los círculos viciosos muy típicos del diccionario de entonces, ese buscar una palabra y que en vez de definírtela te mande a su sinónimo; de tonto a bobo, de bobo a idiota, de idiota a imbécil y de imbécil a tonto. También metió la 'CH' dentro de la 'C', y la 'LL' dentro de la 'L'. Y muchas palabras que no estaban incluidas en el DRAE ella las recogió, las definió, y fueron añadidas más tarde”, explica la autora de El exilio interior. Desde la segunda edición, de 1967, Gredos lo ha ido renovando siguiendo el espíritu inicial de la lexicógrafa.
La Academia le debe mucho pero le devolvió poco. Conocido es el rechazo que le profirió a esta “académica sin sillón”. “A partir de los años 60, los más avanzados de la academia empezaron a defender que se podría levantar el veto a la mujer, que algún día sí podría incorporarse alguna. Aunque no lo veían muy urgente. Ante la buena acogida del DUE, una serie de miembros liderados por Rafael Lapesa sí que la proponen a ella”, cuenta de la Fuente.
Pero el ambiente (corría 1972) no era el propicio para que efectivamente fuera apoyada masivamente. Seguía habiendo muchos partidarios de que no entrara: “Aunque tuviera 72 años ya, parece que no corría prisa. Camilo José Cela, por ejemplo, esgrimió que no compartía su 'ñoño criterio' de no incluir tacos en el diccionario”, comenta la biógrafa como anécdota. Salió un candidato que concitaba un interés más unánime, Emilio Alarcos Llorach, intelectual conocido en círculos minoritarios, lejos de la atención mediática del DUE y de la entrada de la primera mujer en la institución.
“La decisión causó mucha decepción, entre los periodistas, entre las mujeres y en la sociedad”, rememora. Lapesa volvió un año después a sugerirle que lo volviera a intentar, pero a sus 73 años ella ya estaba dedicada a cuidar de su marido enfermo y sus propios achaques comenzaban a ser más frecuentes. Consideró que “había pasado su momento”. Cuatro años más tarde, ya por fin, sí consiguió un sillón Carmen Conde, muy consciente de que el título de primera académica le había correspondido por derecho propio a María Moliner.
Una ópera para María
Toda esta historia se puede conocer en más profundidad el día 19 y 22 de abril en el Teatro de la Zarzuela. Azorín espera que la ópera “contribuya a llenar el vacío de conocimiento sobre esta figura. Si gracias a esto se habla de María Moliner, ya es todo un éxito”. La elección del formato, nada corriente en la cultura española actual, constituyó un reto: “Me gustaría que este estreno propiciase que otros libretistas, compositores y directores se lanzaran al mundo de la ópera, para dar vigor a un género que en unos siglos se estudiará, como se estudia ahora la zarzuela. No es fácil hacer una ópera contemporánea que no tire para atrás, pero hemos demostrado que no es imposible”.
Lleva cinco años trabajando en ella y la coincidencia con el aniversario ha sido casi casualidad, sujeta a la agenda del Teatro y a la propia producción. Se representa únicamente durante unos días de abril, pero espera que esto sea sólo un “primer capítulo” de una historia que hoy en día todavía se puede ver “desde un punto de vista moderno, pedagógico y didáctico”.