Cuando en 1977 la escritora María Teresa León (1903-1988) regresó a España junto a su marido, Rafael Alberti, el país del que salió hacía más de cuarenta años ya no estaba allí. La dictadura franquista había acabado con lo que ella había vivido en los primeros años treinta, esa ebullición intelectual y política que había disfrutado junto a otros artistas como Federico García Lorca, José Bergamín, Maruja Mallo o Margarita Manso. Ella tampoco lo podía recordar ya: estaba aquejada por la enfermedad de Alzheimer y su memoria, como la de España, se diluía en su propio cerebro y en el imaginario colectivo de todo un país.
Esta metáfora entre el olvido patológico de la escritora y el impuesto por los cuarenta años de férreo control del dictador Franco sirve como eje dramático de la obra Una gran emoción política, escrita y dirigida por Luz Arcas y Abraham Gragera (compañía La Pharmaco), y estrenada el pasado miércoles en teatro Valle-Inclán del Centro Dramático Nacional, en Madrid, donde estará hasta el 30 de septiembre.
El montaje, en el que participan doce bailarines y se encuentra acompañado de música en directo del folclore tradicional, está basado en Memoria de la melancolía, las memorias que la propia León comenzó a escribir durante su exilio en Roma en los años sesenta, cuando aún podía ordenar los acontecimientos que vivió antes y durante la Guerra Civil, conflicto en el que ella fue parte activa en la defensa de la República.
Implicación en la Guerra Civil
“El Centro Dramático nos propuso trabajar en torno a la figura de María Teresa León dentro del ciclo de recuperación de mujeres desconocidas que habían hecho una aportación al teatro español. En principio era una aportación libre, pero cuando encontramos este libro tuvimos claro que era el punto de partida”, explica Arcas a eldiario.es sobre la idea de esta obra en la que, junto al baile, se entremezclan textos originales de la escritora y donde también hay una inspiración en la pintura de Goya, “quien mejor ha retratado el carácter español”, añade.
Antes del exilio, León escribió tres obras de teatro y cinco libros de cuentos. En los años veinte formaba parte la efervescencia cultural española y no era tanto una desconocida. En 1929 conoció a Alberti y dejó a su marido, con el que tenía dos hijos, para comenzar una relación con él. Se casarían en 1932, cuando el poeta ya era una de las figuras estelares de la Generación del 27 con poemarios como Marinero en tierra y Sobre los ángeles. Eso hizo también que León diera un paso atrás. “Ella siempre lo dijo: se consideraba cola de cometa. Adoraba a Alberti y pensaba que era un genio absoluto y se puso detrás. Si había que priorizar una carrera, fue la de él”, comenta Arcas.
Sin embargo, su olvido llegaría mucho más tarde. Después de haber visitado la Unión Soviética y conocer personalmente a Maxim Gorki y Andrè Malraux, con el estallido de la guerra se implicaría bastante en el conflicto. Fue secretaria de la Alianza de Escritores Antifascistas y subdirectora del Consejo Central de Teatro participando en numerosas producciones teatrales.
De hecho, desde Madrid, donde vivió el conflicto bélico, montó el grupo Guerrillas del Teatro del Ejército del Centro. Estas vivencias las recordaría tiempo después no sólo en sus memorias sino en las novelas Contra viento y marea y Juego limpio. “Nosotros hemos rescatado el discurso de León sobre la inclusión de la mujer en el conflicto bélico. Ella anima a la mujer a armarse y tomar partido en la guerra”, comenta Arcas.
Responsable de la salvación de los cuadros de El Prado
Si había una cuestión que le preocupaba durante la guerra –aparte de la básica de sobrevivir- fue la protección del patrimonio histórico. De ahí que fuera una de las impulsoras de la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico. Ella fue la responsable de que salieran del Museo del Prado rumbo a Valencia cuadros como Las Meninas o el retrato del Conde-Duque de Olivares a caballo.
Este suceso se cuenta en la obra de teatro. Como describe Arcas, “es una escena difícil porque no queríamos ilustrarla simplemente sino traducirlo a un conflicto físico”. La solución que encontraron en clave coreográfica fue la recreación del encuentro entre cuerpos, muertos (los cuadros) y vivos, y como estos se hacen cargo del patrimonio cargando a los muertos a sus espaldas. Mientras se pueden escuchar las palabras que León escribió sobre aquella salvación.
El exilio y el olvido
Después de la guerra, León se exilió junto a Alberti y a partir de ahí su imagen se iría desvaneciendo en el olvido. Pero si su país se olvidaba de ella, ella siempre querría recordarlo. “En sus memorias, el tema recurrente era su amor por España, y su profunda identificación con un país en el que había deseado que triunfara la justicia y la libertad”, sostiene Arcas.
Por eso el montaje teatral se centra también en el deseo de “rescatar esa esperanza”, porque, como añade su directora, “ella es una oportunidad para hablar de España y su historia reciente a través de la voz de una mujer inteligente. Y nos interesa porque nuestro siglo es hijo del eso”.
Los años del exilio están marcados por este dolor. Una sensación que se hizo más intensa cuando comenzó a padecer los síntomas del Alzheimer. “Es que, como señala en su autobiografía, ella tenía una obsesión brutal con la memoria. Decía, 'se han apropiado de mi país y de la historia de mi país'”, admite Arcas. A su regreso, tanto ella como España sufrían del olvido. María Teresa León murió en 1988 ingresada en un sanatorio. La metáfora con respecto a la memoria histórica habla por sí sola.