Miguel del Arco (Madrid, 1965), uno de los directores más aclamados hoy por el público y la crítica, estrena Hamlet en plena tormenta político-teatral, con unos titiriteros que han pasado cinco días en la cárcel por enaltecimiento del terrorismo. Y está enfadado con la política y cómo se ha tratado este asunto. “Es una vergüenza muy sintomática”, señala en esta entrevista en la que no duda en resaltar que son los propios políticos los que han perdido el norte en los últimos tiempos.
Sin embargo, se muestra esperanzado. Hamlet, que ha montado con su compañía Kamikaze en una versión muy libre, va a llenar durante un mes el Teatro de la Comedia. Es uno de los estrenos más esperados del año. “Hay gente que quiere entrar en un teatro, que es un lugar siempre de diálogo y para mí eso es lo que me hace ser optimista”, comenta.
¿Cómo estar preparado para enfrentarse a Shakespeare?
Hay una contradicción ahí. Desde que uno elige esta profesión o esta profesión le elige a uno, Shakespeare aparece y convive, en mi caso de una manera muy profunda. Seguramente por un enganche muy emocional. Para mí hay algo muy poderoso en la palabra de Shakespeare, hasta casi físico. Y cuando tienes el privilegio de poder elegir, elijo Shakespeare. También necesitas un punto inconsciente para lanzarte porque sabes que te vas a meter en problemas. Es muy complicado porque toda la obra de Shakespeare está llena de contradicciones y pasa de lo sublime a lo vulgar y de la tragedia a la comedia… Y luego todo el mundo parece saber cómo se tiene que representar. Pero uno tiene que tomar sus propias decisiones y meterse en el barro.
Suele adaptar los textos clásicos. Crear una “versión libre”. ¿Por qué y en qué consiste esta versión de Hamlet?Hamlet
Al meterme en los textos, estos hablan a un hombre del siglo XXI. Siempre lo hago desde el profundo respeto al texto escrito, pero intentando discernir cómo podría ser ahora. Además, cuando son traducciones siempre hay una interpretación. Sé que me van a poner a caldo porque he tocado a Shakespeare, pero me he alejado muchísimo. A partir de ahí yo lo que he pensado es tratar a Shakespeare como un hombre de escena y lo que pienso es en el puesta en escena, qué es lo que quiero contar y cómo lo quiero contar. En este caso no era mi intención traerme a Hamlet al siglo XXI. Hemos querido incidir en el espacio mental, en la cabeza de Hamlet. Y he desestructurado algunas partes del texto y las he recolocado para ver dónde está la cabeza de Hamlet, que es una cabeza en la que se agolpan los pensamientos.
Hamlet es el hombre de las contradicciones. ¿Qué contradicciones ha supuesto este montaje? ¿Y para usted como autor y director?
La contradicción permanente entre el hacer y no hacer. Pensaba, ‘por qué me he metido en esto’. Ha sido un proceso muy largo. Cuando lo escribimos estábamos todavía haciendo El Misántropo… Y a lo largo de todo el proceso surgían las contradicciones de por dónde tirar. Porque hay días que ves que algo te parece fantástico y al día siguiente no te agarra. Pero esa es la contradicción permanente que tiene que tener el teatro. Para mí, el teatro es fundamentalmente conflicto y este tiene que empezar con las propias decisiones de uno. Yo no doy nunca nada por sentado. Intento buscar que el punto de vista sea siempre el del espectador. Si yo me siento a ver el ensayo y me conmociono y lo que estoy viendo me toca, ese es el camino. Lo que busco siempre es la conmoción.
El texto también habla del teatro dentro del teatro. ¿Qué ocurre para que la “ficción” haya tomado tantos visos de “realidad” últimamente?
A mí me molesta profundamente la nomenclatura teatral que usan los políticos. Porque el teatro es otra cosa. Y lo que creo es que los políticos ahora están profundamente sobreactuados. Se han pasado de vueltas. Y ya no es como Hamlet que, de repente, se da cuenta de cuál es el mecanismo que mueve el mundo, es que ellos no saben ni dónde está el mecanismo. Tienen tal revolución cerebral, tal prisa, tal conmoción de los sitios que ocupar que no se dan cuenta de lo que tienen que hacer. Es una vergüenza lo que ha sucedido [con los titiriteros]. Una vergüenza, además, muy sintomática. Es una vergüenza que estos dos profesionales se hayan pasado cinco días en la cárcel y sin fianza mientras luego tienes que escuchar a los que se inventan los cargos para aforarse y no tener que enfrentarse a lo que han hecho. Y luego además entramos en el campo de la libertad de expresión.
Ya lo han dicho. Temen que se les acuse de apología del asesinato por Hamlet.Hamlet
O apología del maltrato de género porque Hamlet en un momento maltrata brutalmente a Ofelia. Imagina que metieran en la cárcel a Irra [Israel Elejalde] que es el que actúa y zarandea y hace llorar a Ofelia. ¿Habría que meter por eso a Irra en la cárcel o a mí como responsable de la puesta en escena? Es que no tiene ningún sentido. Y si no fuera tan dramático, realmente sería patético.
La política siempre ha mirado con cierta desconfianza a la cultura, pero todo esto tiene un punto delirante y casi surrealista.
Sí, pero este delirio no es un mal de ahora. Yo creo que estamos pagando el mal endémico de este país que siempre ha mirado a la cultura mucho más de reojo que en cualquier otro país. Además, los políticos siempre cambian mucho más tarde que la sociedad y también vivimos unos tiempos en los que parece que la conciencia cívica se despierta y la gente sí tiene ganas de cultura, de ir a los teatros. Nosotros vamos a estrenar Hamlet y tenemos todas las entradas vendidas. Eso habla de que hay gente que quiere entrar en un teatro, que es un lugar siempre de diálogo y para mí eso es lo que me hace ser optimista al respecto.
Por otro lado, ¿cómo observa lo que se ha llamado la nueva política’ También se ha criticado su teatralización.
Los que han venido a regenerar hablan desde una soberbia intelectual. Parece que es lo mismo, simplemente que no están tocados por el mal de la corrupción y por tanto parece que pueden hablar con la boca más abierta y erigirse en algo que todavía no se han convertido.
La compañía Kamikaze lleva varios montajes de éxito en los últimos años. Con mucha afluencia de público (lleno ahora en el Teatro de la Comedia) y premios; sin embargo, usted no se ha cansado de repetir que es casi un lujo poder mantener una compañía de siete actores. ¿Cómo se logra esa supervivencia?
Con un grado bastante grande de compromiso. Kamikaze funciona como un gran equipo y eso es algo que intentamos cuidar. Y lleva a ciertas renuncias en muchos casos porque podríamos estar en otros sitios en los que a lo mejor nos pagarían más, pero decidimos cobrar un poco menos. Hay sitios donde nos contratan antes de ver la función, pero son contados. Y esos son los pocos bolos que salen, por lo que a partir de ahora hay que moverse para tener un grado de funciones a lo largo del mes que nos permita vivir. Porque con cuatro representaciones una compañía no vive. Nosotros, siendo la envidia de muchas compañías porque tenemos muchos bolos, nos están envidiando porque tenemos cuatro-cinco bolos al mes. Claro, en el país de los ciegos el tuerto es el rey, pero eso es lo que somos nosotros.
En otras ocasiones ha comentado la precarización de la cultura en los últimos años y que los actores son mileuristas aunque muchas veces se transmite el mensaje de ‘qué bien viven los artistas’.
Eso es una generalización que forma parte de cómo se mira a la cultura en este país. Cuando los políticos se dedican a criminalizar a los titiriteros al final son un termómetro de lo que opina la población. Es cierto que también hay gente que los ha apoyado, pero hay algunos descerebrados que empiezan con que si vivimos de las subvenciones. Ese concepto que los políticos impulsan muchas veces y que es un desprecio profundo por la cultura y por sus profesionales. Y eso va calando de alguna manera en el imaginario colectivo. También cuando se dice que es gente que no paga a Hacienda, que viven del cuento, que somos millonarios, que cobramos más que nadie. Yo soy empresario porque tengo una productora, que es Kamikaze. A nivel de producción somos Aitor [Tejada] y yo, somos empresarios que tenemos un número de trabajadores contratados y hacemos lo que buenamente podemos para salir adelante.
Por cierto, monta un Shakespeare cuando ha habido críticas por no tratar a Cervantes como se merecía, mientras que en Reino Unido tienen el año plagado de eventos shakesperianos.shakesperianos
Esa es una cuestión que tiene que ver con las instituciones. Si somos un país que no mira con cariño a la cultura es difícil que se cuide el patrimonio. Había un chiste en las redes que decía que mientras Cameron había escrito sobre Shakespeare aquí estamos esperando la semblanza sobre Zidane de Rajoy. Y me parece absolutamente significativo de lo que ocurre. Y así nos luce el pelo.