Crítica de danza

Mucha Muchacha se ahoga en un jardín de postmodernidad pretendida

24 de febrero de 2023 22:40 h

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Esta semana se ha estrenado Para cuatro jinetes, la nueva creación de Mucha Muchacha, una compañía joven con formación en danza española que, con tan solo una pieza escénica anterior, Volumen I, llamaron la atención de muchos. En aquella pieza, el escorzo de la danza española se abría a la haka neozelandesa de las guerreras maoríes, nada más ni nada menos, que para hablar de la generación de las Sin Sombrero. El código férreo y tradicional de esta danza tradicional se desestructuraba, se abría a otros lenguajes, como hace años hicieron figuras del flamenco. Llamó la atención la energía que desprendían, hecha de ganas de libertad y valentía, que abordaba temas como el empoderamiento y lo cooperativo desde el presente.

Mucha Muchacha son Ana Botía, Marta Mármol, Belén Martí Lluch y Marina de Remedios. Todas rondan los treinta años. Ahora, han estrenado nueva pieza en el Centro Conde Duque (Madrid). Una propuesta, sobre el papel, retadora e inteligente. La obra intenta revisitar el concepto de folclore, mayoritariamente español, aunque se abre a otros de origen africano. Y lo hace para poder indagar sobre el folclore del futuro, ese que ya se vislumbra en el presente. Y para ello, han llamado a dos de los insurgentes y agitadores más cañeros del panorama, Los Voluble, los hermanos Pedro y Benito Jiménez. Verdaderos retrofuturistas del flamenco donde se mezclan en imágenes y sonido a todo trapo, la electrónica, el flamenco y la política.

La pieza se abre así: “Incluso la rama más pequeña de la familia humana, en algún momento ha grabado su sueño en la roca que ha vivido. (…) Todas estas formas de expresar los sentimientos han formado la obra de generaciones de poetas, músicos y corazones de humanos anónimos (…) Mañana, cuando sea demasiado tarde y todo el mundo se aburra con la música automatizada distribuida de forma masiva, nuestros descendientes nos despreciarán por haber tirado a la basura lo mejor de nuestra cultura”. Estas palabras, que oímos y vemos proyectadas, son dichas por Anna Lomax, la hija del etnomusicólogo Alan Lomax. Un perfecto prólogo para iniciar la primera parte de la pieza donde, bajo la música sincopada de Los Voluble, las bailarinas van decodificando y apropiándose de los bailes tradicionales españoles.

Suenan, entre otras, muñeiras, jotas de distinto origen, antiguos sones de verdiales flamencos, algún tango, sardanas o la danza ancestral asturiana del corri-corri. Mucha Muchacha se va apropiando de todo. Los movimientos tienen ecos tradicionales pero el código es otro, tampoco propio de la danza contemporánea más experimental o canónica. Ahí, la compañía encuentra un camino de raíz española, coreografiado y energético, interesante y que además tiene una lectura política de cómo el franquismo cosificó el arte popular para crear unas señas de identidad nacionales que quitaron la vida a aquellas expresiones de los diferentes pueblos de España. Solo hay que ver los documentales de aquellas Fiestas del Trabajo que solían celebrarse en el estadio Santiago Bernabéu.

El trap es el nuevo punk

La compañía, acompañada desde fuera por el director escénico de La Tristura, Celso Giménez, ha decidido estructurar la pieza como un tríptico. Si la primera parte se denomina Mi tatarabuela, la siguiente se denominará Mi abuela y la tercera se abrirá directamente a esbozar ese baile del futuro, fruto del presente y la decantación del pasado.

La obra quiere, creo que a esta altura ya se entiende, recoger y adentrarse en el debate actual entre raíz y modernidad. Muy presente en la danza en artistas como Rocío Molina, Israel Galván, o recientemente Luz Arcas. Pero también muy presente en la reflexión sobre la cultura desde Pedro G. Romero o Ernesto Castro y su libro El trap. Filosofía millenial para la crisis en España. Cada uno desde su lado apunta a un cambio de canon cultural ya presente, real, y en el que hay que resituar y volver a leer qué es la industria cultural, la política, lo popular o el mismo concepto de folclore. Sincretismo, aversión a las elites, las jerarquías y las taxonomías, capacidad de asociación digital y globalizada, revisión del concepto de autoría, etc. Es ese el debate que Para cuatro jinetes quiere abordar. Un jardín en el que lamentablemente la pieza se pierde.

La segunda parte de la obra intenta romper el código de la danza y meterse en formatos propios del teatro documental o más bien de la farsa posmoderna. Mucha Muchacha 'representa' con pretendido desenfado un falso documental radiofónico sobre la figura de John Lennon. El asunto es que Lennon, en su viaje a Mallorca, habría tenido relación con las raíces del cant redoblat, un cante propio de la Islas. Lennon y Yoko Ono conocen a una mujer que lo canta, tienen una breve e intensa relación con ella. Las bailarinas escenifican un programa de radio donde descubrimos a través de una parienta de la cantante ibicenca que realmente el tema de Imagine es un plagio. El asunto parece intentar abrir la espita de la autoría, aunque la anécdota no tiene mayor interés. Además, las bailarinas, como es lógico, no dominan los códigos interpretativos más teatrales. Ni incluso la infografía, retro y con bastante chufla de Los Voluble, consigue que aquello coja cuerpo. Todo acabará en una bochornosa competición a lo Street Fighter entre dos luchadoras bailarinas. Un golpe de cadera de muñeira contra un giro de jota… Un despropósito. La pieza está por hacerse, la obra después de Madrid irá a Sevilla, Valencia y otras plazas. Esta crítica habla sobre un ensayo general antes del estreno. Es lógico que todo vaya mejorando y reacomodándose. Aunque esta segunda parte de la pieza parece tener difícil arreglo.

Pero quizá un problema mayor sea la tercera parte del tríptico. En ella reina un gran pandero cuadrado en escena y la sesión final de Los Voluble donde Mucha Muchacha bailará al son de la metralla de imágenes y sonidos sincopados de los sevillanos. Los Voluble pinchan en directo fragmentos de sonidos de músicas tradicionales con base electrónica e imágenes que afiladamente mezclan basura, policías, pueblo, libertad y represión comiendo de la misma mano… Una pura sesión de Los Voluble pero reducida, esencializada y puesta a favor de las cuatro bailarinas. Un espacio de libertad conceptual, sónica y asociativa donde ellas puedan encontrar un nuevo cuerpo, donde desligarse del conservatorio, de cánones y ataduras y encontrar la decantación.

Pero se pierden. Ni la sujeción escénica de ese gran pandero de cuatro metros que preside el centro de la escena, ni el comienzo ritual que Mucha Muchacha (ataviadas como en los verdiales malagueños) intenta insuflar a la escena son capaces de esconder que las cuatro bailarinas andan perdidas. Quizá el camino para la decantación sea más largo. Quizá un cuerpo de contemporáneo puro esté más cerca de entender y poder acercarse al pasado. Aunque viendo a bestias como Rocío Molina tampoco ese es el problema. Los cuerpos de Mucha Muchacha quieren romper el gesto de la danza española de la que provienen, pero no son cuerpo. No tienen el cuerpo capaz de olvidarse de sí mismo y dejarse encontrar. La obra acaba desmembrada, el hilo que se tiró al comienzo y que intenta vertebrar el trabajo, definitivamente perdido. Al final de la obra, unas grandes letras proyectadas nos hablan de revolución, de mejor estar que ser, de corazón, de energía, de gas… Un uso del texto que remarca, abusivo, más cercano a la publicidad que a la poesía. La sensación final es el de unas bailarinas, en las que se vislumbran capacidades y que ya han demostrado fuerza y modos, pero que se han metido en un jardín demasiado amplio y antes de tiempo. Una pena.